La década de los treinta instalaron las cocinas económicas, las de hierro, para quemar carbón y leña picada menuda. Si tiraban bien, se acabó el aguantar el humo, reinaba más limpieza si bien abundaban las moscas. La cocina vieja, con el horno de amasar, se dejó para curar la matanza. Y era tanta la nostalgia que, por el invierno, cuando los chorizos estaban aún tiernos, se comían asados, acompañados del vinín de cosecha, contemplando el chirriar de las "urces" o "ardivieyas" ardiendo; producía sosiego.