EL SERANO llamábamos a las
reuniones que diariamente solíamos tener durante las largas
noches de
invierno, en la cocina de algún vecino del
pueblo, con la suficiente capacidad para albergar a bastante gente, con unos dueños con no menos paciencia para aguantar dichos y bromas, a veces un tanto pesadas éstas, hasta cerca de la madrugada, en aquellas noches, con las
calles y
tejados cubiertos de
nieve, pendiendo de los verales unos churretes de hielo duro y que a la luz de la luna brillaban semejando
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