De pequeña, Bella tenía un remedio contra el miedo. De pequeña se metía en la cama y escuchaba trastear a su madre en la cocina, tintineo de peroles, gorgoteo del agua de los cubos, el raspar de la escoba contra el suelo. Después, cuando todos los ruidos se apagaban, oían los pasos de su padre: atravesaba la pieza delantera, cerraba bien la puerta y cruzaba la tranca de madera. Y entonces, cuando reconocía el golpe del tablón contra los travesaños, Bella sabía que ya podía dormir tranquila, que los peligros se habían quedado fuera y el mundo estaba en calma.