Queridos amigos:
Ya que me lo pide Mfe, y aprovechando que hoy, Domingo de Ramos, me he tomado la jornada de asueto, voy a contar qué pasó en aquella famosa boda de Taranilla.
Alberto y contaríamos unos 12 años y junto con mi madre tuvimos que ir a la boda de no sé quién, agún familiar, al pueblo vecino que digo. A la hora de comer, los mayores se sentaron junto a los mayores, y a los niños nos pusieron todos en la misma mesa. En principio, no oarecía mala idea, sólo que los niños que nos acompañaban apenas superaban los seis años... Como es natural, a poco de empezar la manduca, los chavales comenzaron a tirarnos y a tirarse cucharadas de arroz y trozos de pan. Alberto y yo estábamos que trinábamos. Pedimos que nos cambiaran de sitio, pero ni caso. Así que comenzó nuestra venganza. Aquellos diablos recibieron arroz como para dar de comer a todo el Levante español y los pusimos de pan como no veais. Hubo una pega. Que se nos había pasado el hambre. Pedimos permiso para bajar a Puente y se nos concedió. Total; a las ocho de la tarde, y con más hambre que el perro de un volatinero, llegamos a casa de Trudes. la mujer, al poco de vernos, comentó: " ¿Qué tal la boda? Os habreis puesto bien de comer, ¿eh?, porque esa gente de Taranilla da muy bien de comer. Ahora bien, si quereis comer algo, os preparó unos juevos con chorizos". ¡Qué fue aquello! En cuanto lo oímos, comenzaron a caernos lágrimas de felicidad. "Sí, Trudes-le dijimos-pero que sean dos huevos para cada uno y que haya chorizo del bueno". La mujer, que siempre se portó como una madre para nosotros y de ahí el cariño que hoy en día le tenemos, nos hizo el plato más maravilloso que he comido en mi vida.
Cuando mi madre volvió pudo enterarse de lo que había pasado y se enfadó. Pero no pudo con nosotros, que le achacamos el no habernos defendido. Para rematar la faena, mi madre comentó: "Pues algo ha pasado, porque los niños no han parado de llorar y os nombraban a vosotros. Eso es que os echaban de menos". ¿De menos? Sí, sí, lo que ocurre es que nos buscaban para continuar con la guerra.
Pero, sobre todo, lo que nos dio fue una vergüenza enorme que a dos chicos que ya se fijaban en las mozas-yo tenía fichada a una muy guapa-nos sentaran con aquellos guajes. ¡Anda que si lo hubiesen sabido las chicas de nuestros sueños!
Y eso es todo. Cuando tenga tiempo, os contaré cómo Alberto y yo nos caímos al abono en casa de la tía Ramona.
Un abrazo
Carlos
Ya que me lo pide Mfe, y aprovechando que hoy, Domingo de Ramos, me he tomado la jornada de asueto, voy a contar qué pasó en aquella famosa boda de Taranilla.
Alberto y contaríamos unos 12 años y junto con mi madre tuvimos que ir a la boda de no sé quién, agún familiar, al pueblo vecino que digo. A la hora de comer, los mayores se sentaron junto a los mayores, y a los niños nos pusieron todos en la misma mesa. En principio, no oarecía mala idea, sólo que los niños que nos acompañaban apenas superaban los seis años... Como es natural, a poco de empezar la manduca, los chavales comenzaron a tirarnos y a tirarse cucharadas de arroz y trozos de pan. Alberto y yo estábamos que trinábamos. Pedimos que nos cambiaran de sitio, pero ni caso. Así que comenzó nuestra venganza. Aquellos diablos recibieron arroz como para dar de comer a todo el Levante español y los pusimos de pan como no veais. Hubo una pega. Que se nos había pasado el hambre. Pedimos permiso para bajar a Puente y se nos concedió. Total; a las ocho de la tarde, y con más hambre que el perro de un volatinero, llegamos a casa de Trudes. la mujer, al poco de vernos, comentó: " ¿Qué tal la boda? Os habreis puesto bien de comer, ¿eh?, porque esa gente de Taranilla da muy bien de comer. Ahora bien, si quereis comer algo, os preparó unos juevos con chorizos". ¡Qué fue aquello! En cuanto lo oímos, comenzaron a caernos lágrimas de felicidad. "Sí, Trudes-le dijimos-pero que sean dos huevos para cada uno y que haya chorizo del bueno". La mujer, que siempre se portó como una madre para nosotros y de ahí el cariño que hoy en día le tenemos, nos hizo el plato más maravilloso que he comido en mi vida.
Cuando mi madre volvió pudo enterarse de lo que había pasado y se enfadó. Pero no pudo con nosotros, que le achacamos el no habernos defendido. Para rematar la faena, mi madre comentó: "Pues algo ha pasado, porque los niños no han parado de llorar y os nombraban a vosotros. Eso es que os echaban de menos". ¿De menos? Sí, sí, lo que ocurre es que nos buscaban para continuar con la guerra.
Pero, sobre todo, lo que nos dio fue una vergüenza enorme que a dos chicos que ya se fijaban en las mozas-yo tenía fichada a una muy guapa-nos sentaran con aquellos guajes. ¡Anda que si lo hubiesen sabido las chicas de nuestros sueños!
Y eso es todo. Cuando tenga tiempo, os contaré cómo Alberto y yo nos caímos al abono en casa de la tía Ramona.
Un abrazo
Carlos