24 Dec
13,811 views
7 Comments »Asia
Campos de Castilla; Antonio Machado y los finos hilos del recuerdo.
No creo que hagan falta mis palabras para resaltar los poemas que componen esta obra. Antonio Machado es un gran poeta y sus versos resultan elocuentes. Se me ha ocurrido una idea: ¿cómo se comportarían esos versos sacados de contexto, siendo nuevamente envueltos?
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una. (I. Retrato)
Antonio quiere vislumbrar lo auténtico. Su respetado Unamuno haría un poema a los grillos que habitaban en su cabeza (grillos idealistas, que no hueros), pero Antonio es real, sus ojos llenos de sentido común escrutan lo aparente; y si no existe lo aparente, mejor.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento; (II. A orillas del Duero)
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda. (XXXVI. Del pasado efímero)
Qué carácter, qué apego a la tierra. Leyendo a Machado uno entiende que el verdadero idealismo parte del realismo más austero. Y sin embargo es comprensivo, los matices se le escapan. Unamuno hizo de sus contradicciones puras verdades (o mentiras), filosofías a fin de cuentas; Machado canta las suyas, y critica ese sentido común del que él, en resumidas cuentas, se aleja, pues con los pies en la tierra es capaz de ver, aunque lo dude en ocasiones. Él se aleja de esa cordura porque es capaz de doblarse, de amoldarse, de pensar, de soñar…
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota. (X. Un loco)
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver! (XLI. “XII”- Proverbios y cantares)
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba. (XLI. “XXI”- Proverbios y cantares)
¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra, (XVII. Campos de Soria)
¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada? (VIII. ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo)
Los colores de Antonio son pardos que tornan verdes, amarillos y dorados, grises esperando su azul. En ese punto, entre la vida y la muerte, vela los caminos, ve la tierra castellana acunada por la Madre Tierra.
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas! (XVI. Pascua de Resurrección)
Castilla, esa tierra hecha tópico por Machado, esa tierra que muestra su belleza en su rudeza, su finura en su carácter recio. Tan próxima en sus sueños a la muerte por un lado, a la vida por el otro, en una orgía de sangre y semen, de cuchillos y semillas.
¡Castilla varonil, adusta tierra;
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte! (VI. Orillas del Duero)
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín. (III. Por tierras de España)
Un año más. El sembrador va echando
la semilla en los surcos de la tierra.
Dos lentas yuntas aran,
mientras pasan las nubes cenicientas (XXXIV. Noviembre 1913)
Castellanos a la tierra atados, dependientes de los caprichos de lo externo: la divinidad ancestral de la naturaleza.
¡Señor, por quien arranco el pan con pena,
sé tu poder, conozco mi cadena!
¡Oh dueño de la nube del estío
que la campiña arrasa,
del seco otoño, del helar tardío
y del bochorno que la mies abrasa! (V. El Dios ibero)
Pero dentro de esas ataduras hay vida, hay esperanza. Hay sueños.
Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el jardinero se fue
por esos mares de Dios. (XLII. Parábolas)
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!…
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra! (XXVI. Soñé que tú me llevabas)
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la tierra. (XXIV. Dice la esperanza: un día…)
Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina
13,811 views
7 Comments »Asia
Campos de Castilla; Antonio Machado y los finos hilos del recuerdo.
No creo que hagan falta mis palabras para resaltar los poemas que componen esta obra. Antonio Machado es un gran poeta y sus versos resultan elocuentes. Se me ha ocurrido una idea: ¿cómo se comportarían esos versos sacados de contexto, siendo nuevamente envueltos?
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una. (I. Retrato)
Antonio quiere vislumbrar lo auténtico. Su respetado Unamuno haría un poema a los grillos que habitaban en su cabeza (grillos idealistas, que no hueros), pero Antonio es real, sus ojos llenos de sentido común escrutan lo aparente; y si no existe lo aparente, mejor.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento; (II. A orillas del Duero)
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda. (XXXVI. Del pasado efímero)
Qué carácter, qué apego a la tierra. Leyendo a Machado uno entiende que el verdadero idealismo parte del realismo más austero. Y sin embargo es comprensivo, los matices se le escapan. Unamuno hizo de sus contradicciones puras verdades (o mentiras), filosofías a fin de cuentas; Machado canta las suyas, y critica ese sentido común del que él, en resumidas cuentas, se aleja, pues con los pies en la tierra es capaz de ver, aunque lo dude en ocasiones. Él se aleja de esa cordura porque es capaz de doblarse, de amoldarse, de pensar, de soñar…
No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota. (X. Un loco)
¡Ojos que a la luz se abrieron
un día para, después,
ciegos tornar a la tierra,
hartos de mirar sin ver! (XLI. “XII”- Proverbios y cantares)
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba. (XLI. “XXI”- Proverbios y cantares)
¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra, (XVII. Campos de Soria)
¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
la sierra gris y blanca,
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada? (VIII. ¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo)
Los colores de Antonio son pardos que tornan verdes, amarillos y dorados, grises esperando su azul. En ese punto, entre la vida y la muerte, vela los caminos, ve la tierra castellana acunada por la Madre Tierra.
¿No beberán un día en vuestros senos
los que mañana labrarán la tierra?
¡Oh, celebrad este domingo claro,
madrecitas en flor, vuestras entrañas nuevas! (XVI. Pascua de Resurrección)
Castilla, esa tierra hecha tópico por Machado, esa tierra que muestra su belleza en su rudeza, su finura en su carácter recio. Tan próxima en sus sueños a la muerte por un lado, a la vida por el otro, en una orgía de sangre y semen, de cuchillos y semillas.
¡Castilla varonil, adusta tierra;
Castilla del desdén contra la suerte,
Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte! (VI. Orillas del Duero)
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—;
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín. (III. Por tierras de España)
Un año más. El sembrador va echando
la semilla en los surcos de la tierra.
Dos lentas yuntas aran,
mientras pasan las nubes cenicientas (XXXIV. Noviembre 1913)
Castellanos a la tierra atados, dependientes de los caprichos de lo externo: la divinidad ancestral de la naturaleza.
¡Señor, por quien arranco el pan con pena,
sé tu poder, conozco mi cadena!
¡Oh dueño de la nube del estío
que la campiña arrasa,
del seco otoño, del helar tardío
y del bochorno que la mies abrasa! (V. El Dios ibero)
Pero dentro de esas ataduras hay vida, hay esperanza. Hay sueños.
Érase de un marinero
que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.
Estaba el jardín en flor,
y el jardinero se fue
por esos mares de Dios. (XLII. Parábolas)
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!…
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra! (XXVI. Soñé que tú me llevabas)
Late, corazón… No todo
se lo ha tragado la tierra. (XXIV. Dice la esperanza: un día…)
Lluvia y sol. Ya se oscurece
el campo, ya se ilumina;
allí un cerro desparece,
allá surge una colina