Habia un hombre que era tejedor. Su mujer era buena y honrada, pero muy viva, y a él le había dado la manía de ser celoso y figurarse que su mujer podía ser infiel. Una mañana, sabiendo que su mujer se iba a confesar, se le ocurrió vestirse de fraile y sentarse en el confesionario para asegurarse de sus dudas.
Llegó la mujer y al momento reconoció su voz.
-Dime hija ¿de que te acusas?
-Acúsome padre, de que he tenido amores, primero con un mozo, despues con un viejo, y al final con un fraile.
- ¡Vete de aquí!- le dijo, no hay absolución para tus delitos.
Volvió a su casa el marido y se puso a tejer. Pero como estaba tan rabioso empezó a cantar.
-Acúsome, padre,
con mucho descoco,
que he tenido amores
con un hombre mozo,
luego con un viejo
y despues con un fraile.
Teje que te teje,
dale que te dale.
A lo que ella, en el mismo tono, contestó:
Si te lo dije
fue por ser verdad
puesto que te quise
en tu mocedad,
ayer siendo viejo
y hoy siendo fraile.
Teje que te teje,
dale que te dale.
Llegó la mujer y al momento reconoció su voz.
-Dime hija ¿de que te acusas?
-Acúsome padre, de que he tenido amores, primero con un mozo, despues con un viejo, y al final con un fraile.
- ¡Vete de aquí!- le dijo, no hay absolución para tus delitos.
Volvió a su casa el marido y se puso a tejer. Pero como estaba tan rabioso empezó a cantar.
-Acúsome, padre,
con mucho descoco,
que he tenido amores
con un hombre mozo,
luego con un viejo
y despues con un fraile.
Teje que te teje,
dale que te dale.
A lo que ella, en el mismo tono, contestó:
Si te lo dije
fue por ser verdad
puesto que te quise
en tu mocedad,
ayer siendo viejo
y hoy siendo fraile.
Teje que te teje,
dale que te dale.