PUENTE ALMUHEY: POR ANTRUIDO TODO PASA (Primera parte)...

POR ANTRUIDO TODO PASA (Primera parte)

Era en Villalba el tiempo, en el que, no solamente la vida en la naturaleza comenzaba a despertar tibiamente, sino que, la propia vida del pueblo se animaba cada día más.
Las labores y el trajín de animales, carros y personas por el puente, la vega y el pueblo
aumentaban día a día. Se acababan los días más tranquilos y relajados del invierno y, a medida que se despertaba la primavera las faenas también.
Se llenaba el aire de gritos de niños, voces de vecinos, de ladridos de perros solitarios, mugidos de vacas y tintineos de cencerros y esquilas. La vida despertaba a pasos apresurados. Las cigüeñas, que habían regresado de su veraneo estaban afanadas en acicalar sus nidos y de vez en cuando el crotorar de sus picos llamaba la atención.
La vida despertaba a pasos apresurados y con ese despertar llegaba la primera fiesta del año al pueblo. Siempre en febrero. Era, “El Antruido” o Carnaval.
Era una fiesta común a otros pueblos del entorno que en el pueblo tenía unas personas significativas o personajes: “El Cimarrón” y los “Maramitas”
El Cimarrón era una pesadilla para los niños a los que perseguía a zurriagazos, y, Los Maramitas eran los perseguidos y motivo de mofa por la chiquillería.
El Cimarrón era una persona disfrazada con todo el cuerpo lleno de zamarras de piel curtida, de oveja sobre todo, con dos cencerros atados a la cintura y una cabeza de cabra u oveja de sombrero. Además de este disfraz que le servía de protección llevaba en su mano un zurriago con el que repartía estopa a diestro y siniestro entre los guajes. Estos a su vez, se defendían y le propinaban los suyos. Algún huevo o jarra de agua también le caía. Este personaje salía a la calle la tarde del viernes de carnaval.
Los Maramitas salían en la tarde del martes e incluso visitaban las casas y pedían algún dulce sobre todo orejuelas. Aunque más bien, era una disculpa para descansar del acoso de los chavales. Estos personajes eran unos mozos disfrazados de mujeres.
Al final de la tarde se reunían en una casa o la cantina y seguían la juerga sin el acoso ya de los niños.
Hace ya muchos años que esta costumbre se perdió. A mí, me lo han contado los mayores pero no he tenido la suerte de vivirla.
Tenía el Antruido para los niños del pueblo, un cierto sabor a picaresca y engaño. A veces, este engaño era ficticio y consentido por los mayores y otras no tanto porque el enfado de la persona engañada así lo denotaba y maldecía el haberse fiado de la inocencia infantil y no haber caído en la cuenta del día en que se estaba.
Ese día, los niños, acudían a casa de los vecinos fuesen o no parientes a pedir cosas; sobre todo harina, aceite, huevos y azúcar y la razón era sencilla. Esos eran los ingredientes principales para hacer las riquísimas orejuelas. Ya la víspera se vivía planificando la estrategia y a casa de quién ir, qué pedir, y demás detalles. Si se lograba engañar a la vecina más tacaña o a la que peor le sentaba la broma mejor, porque tenía un premio y satisfacción especial. Claro que a veces, si se habían adelantando otros, el sorprendido eras tú.
Aquel día, el bullicio del pueblo era más del habitual y en horas muy tempranas porque enseguida correría la voz y ya no sería igual. Los chicos y chicas ponían sus mejores caras, cuanto más inocentes e ingenuas mejor, y si era posible se buscaban la compañía de un hermano pequeño para ir a casa de tía María, tía Petra, tía Juana o quién fuese para pedirle algún ingrediente
-Buenos días tía Petra, ha dicho mi madre si le puede prestar tres huevos hasta la tarde porque no tiene-decía el muchacho o muchacha con su cara más inocente y buenos modales
- ¿Qué pasa que aún no le pusieron las gallinas?
Lo ponía difícil la tía Petra y había que recurrir a cualquier disculpa.
Y la tía Petra, a sabiendas o sin saber, traía los tres huevos y esperaba la respuesta de siempre: “ Que Antruido se lo pague” o “por Antruido todo pasa” y con el tesoro entre las manos corrían calle abajo o arriba en busca de otro ingenuo a quién timar a la vez que llenaban el aire de infantiles carcajadas.
Claro que no siempre era así, a veces eran recibidos con alguna sorpresa en forma de tirón de orejas o agua fresca en la cara para sorpresa de los niños. Pero bueno, era un riesgo que formaba parte de la historia.
Más tarde, hacía el mediodía se hacía balance de lo logrado y después de comer, al comenzar la tarde se reunían algunas madres y todos juntos se comenzaban a elaborar las deliciosas orejuelas, cuantas más mejor.
Cuando el día declinaba y la noche era entrada se daba cuenta de los ricos dulces, aderezados a veces con chocolate. Había que coger fuerzas para correr delante o detrás del Cimarrón y los Maramitas.
Era la última diversión antes de la Cuaresma.