He salido de casa
como todas las mañanas
y como todas las mañanas
he dejado que mis pasos
dibujasen
de nuevo sobre las aceras
el mismo rastro invisible
que dejan mis huellas
un día tras otro
camino de mi oficina.
Sin embargo
esta mañana no ha sido
como todas las mañanas
mis pasos han decidido detenerse
frente a él
sin consultarme
sin preguntarme
sin importarle opinión alguna
tan solo
se
han
detenido
negándose a continuar.
Estoy de pie
inmóvil
frente a una caja de cartón
abierta por un extremo
que en otro tiempo guardó
un frigorífico “no frost”
de doble puerta con dos compresores
y con eficiencia energética triple A
según delata una gastada etiqueta
y ahora protege
celosa
el cuerpo de un hombre
su cuerpo
envuelto entre mantas y papeles
ocultando el tiempo y el pasado
a la indiferencia de la vida.
¿Qué pudo traerle
hasta esta calle?
¿Dónde quedó su hogar
si alguna vez lo tuvo?
¿Dónde su familia?
¿En qué momento
se detuvo el tiempo y la esperanza
si en verdad
hubo esperanza y tiempo?
Cada tarde cuando regreso a mi casa
veo su figura
sentada sobre la acera
con la espalda apoyada
sobre la pared de esa sucursal bancaria
que vendió “preferentes” a esos clientes
que confiaron en sus empleados.
No conozco el color de sus ojos
pues jamás le vi levantar la mirada
siempre fija en un suelo huellado
de silenciosas confesiones.
Se mueve.
Algo le incomoda.
Quizá sea mi presencia pero no puedo moverme.
Una de sus manos
se ha liberado por un instante
y al sentir el frío de la mañana
ha regresado a la escasa protección
que papeles y mantas procuran.
He sentido un escalofrío
recorrer mi espalda
hasta posarse entre mis hombros
justo bajo mi nuca
he visto en su mano mi mano…
esa que cada mañana
abotona mi camisa y anuda mi corbata
esa que cada día
toma la mano de mi pequeño
cuando voy a buscarle a la escuela
esa que muchas noches
acaricia la suave piel de mi pareja…
Y si su mirada
se cruzase con el mirar de mis ojos
¿qué vería yo?
¿Qué vería él?
¿Qué veríamos?
Jose Manuel Contreras
como todas las mañanas
y como todas las mañanas
he dejado que mis pasos
dibujasen
de nuevo sobre las aceras
el mismo rastro invisible
que dejan mis huellas
un día tras otro
camino de mi oficina.
Sin embargo
esta mañana no ha sido
como todas las mañanas
mis pasos han decidido detenerse
frente a él
sin consultarme
sin preguntarme
sin importarle opinión alguna
tan solo
se
han
detenido
negándose a continuar.
Estoy de pie
inmóvil
frente a una caja de cartón
abierta por un extremo
que en otro tiempo guardó
un frigorífico “no frost”
de doble puerta con dos compresores
y con eficiencia energética triple A
según delata una gastada etiqueta
y ahora protege
celosa
el cuerpo de un hombre
su cuerpo
envuelto entre mantas y papeles
ocultando el tiempo y el pasado
a la indiferencia de la vida.
¿Qué pudo traerle
hasta esta calle?
¿Dónde quedó su hogar
si alguna vez lo tuvo?
¿Dónde su familia?
¿En qué momento
se detuvo el tiempo y la esperanza
si en verdad
hubo esperanza y tiempo?
Cada tarde cuando regreso a mi casa
veo su figura
sentada sobre la acera
con la espalda apoyada
sobre la pared de esa sucursal bancaria
que vendió “preferentes” a esos clientes
que confiaron en sus empleados.
No conozco el color de sus ojos
pues jamás le vi levantar la mirada
siempre fija en un suelo huellado
de silenciosas confesiones.
Se mueve.
Algo le incomoda.
Quizá sea mi presencia pero no puedo moverme.
Una de sus manos
se ha liberado por un instante
y al sentir el frío de la mañana
ha regresado a la escasa protección
que papeles y mantas procuran.
He sentido un escalofrío
recorrer mi espalda
hasta posarse entre mis hombros
justo bajo mi nuca
he visto en su mano mi mano…
esa que cada mañana
abotona mi camisa y anuda mi corbata
esa que cada día
toma la mano de mi pequeño
cuando voy a buscarle a la escuela
esa que muchas noches
acaricia la suave piel de mi pareja…
Y si su mirada
se cruzase con el mirar de mis ojos
¿qué vería yo?
¿Qué vería él?
¿Qué veríamos?
Jose Manuel Contreras