Decidió sentarse en aquel banco
de madera ya gastado
por el paso del tiempo vivido
y mirar en silencio la primavera.
Los caminos dibujados por el Ayuntamiento
cuando decidieron construir el parque
recortaban sinuosos verdes praderas
y areneros con juegos infantiles
convirtiéndolo en un colorido puzle sin alma
cuyas piezas irregulares encajaban a la perfección.
Él nunca caminó por esos caminos
artificiales que impedían el crecimiento
de hierbas y flores de toda condición
recortando su libertad con adornados
bordillos de cemento gris.
A él le gustaba abrir senderos
caminando entre pinos y cipreses
y sauces y chopos y álamos
que salpicaban las verdes praderas
proporcionando la sombra precisa
que hacían de aquel parque
el lugar ideal para recordar los sueños o pasear.
Respiró profundo las fragancias
que acercaba el viento
escuchó con los ojos entornados
el incesante trino de las aves
y los recuerdos empezaron
a agolparse en su memoria.
Aquel pueblo lejano
en el que vivió su juventud
aquellos bailes en la plaza
los días de fiesta en los que los mozos
y las mozas se buscaban con timidez
aquellos amaneceres en el campo
ya comenzada la faena
y aquellas tardes en las que cansado y feliz
regresaba a casa, a su casa
y después de asearse y vestir su mejor camisa
se acercaba hasta la ventana de ella
apenas a tres calles de su calle
para mirar en silencio
para mirarse en silencio
sin atreverse jamás a decirle ‘te quiero’
sin atreverse jamás a decirse ‘te quiero’.
Ella se marchó una mañana
mientras él faenaba en el campo
y la soledad acompañó sus tardes
y sus noches y sus días y sus años y su vida.
Abandonó su pueblo
y su casa y su campo y sus primaveras
sentado en este banco de madera ya gastado
los recuerdos decidieron agolparse en su memoria
y sus labios susurraron en silencio ‘te quiero’.
Jose Manuel Contreras
de madera ya gastado
por el paso del tiempo vivido
y mirar en silencio la primavera.
Los caminos dibujados por el Ayuntamiento
cuando decidieron construir el parque
recortaban sinuosos verdes praderas
y areneros con juegos infantiles
convirtiéndolo en un colorido puzle sin alma
cuyas piezas irregulares encajaban a la perfección.
Él nunca caminó por esos caminos
artificiales que impedían el crecimiento
de hierbas y flores de toda condición
recortando su libertad con adornados
bordillos de cemento gris.
A él le gustaba abrir senderos
caminando entre pinos y cipreses
y sauces y chopos y álamos
que salpicaban las verdes praderas
proporcionando la sombra precisa
que hacían de aquel parque
el lugar ideal para recordar los sueños o pasear.
Respiró profundo las fragancias
que acercaba el viento
escuchó con los ojos entornados
el incesante trino de las aves
y los recuerdos empezaron
a agolparse en su memoria.
Aquel pueblo lejano
en el que vivió su juventud
aquellos bailes en la plaza
los días de fiesta en los que los mozos
y las mozas se buscaban con timidez
aquellos amaneceres en el campo
ya comenzada la faena
y aquellas tardes en las que cansado y feliz
regresaba a casa, a su casa
y después de asearse y vestir su mejor camisa
se acercaba hasta la ventana de ella
apenas a tres calles de su calle
para mirar en silencio
para mirarse en silencio
sin atreverse jamás a decirle ‘te quiero’
sin atreverse jamás a decirse ‘te quiero’.
Ella se marchó una mañana
mientras él faenaba en el campo
y la soledad acompañó sus tardes
y sus noches y sus días y sus años y su vida.
Abandonó su pueblo
y su casa y su campo y sus primaveras
sentado en este banco de madera ya gastado
los recuerdos decidieron agolparse en su memoria
y sus labios susurraron en silencio ‘te quiero’.
Jose Manuel Contreras