Ofertas de luz y gas

PUENTE ALMUHEY: Queridos todos:...

Queridos todos:

Hago una pausa en mi trabajo dedicado al libro del Teatro Campos Élíseos, que será presentado en media España a finales del próximo año.

A invitación de Yolanda, recordaré algunas cosillas vividas en la confi de los Beneítez.

¿Sabías, Yolanda, que Javi, tu tío, tocaba el laúd con cierto estilo? Por las tardes, cuando ya había finalizado la fabricación de rosquillas, y mientras colocábamos en cajones dispuestos al efecto aquel rico manjar, él tocaba a pulso y con púa algunas canciones populares. Luego, si había tiempo, nos enseñaba su rica colección de programas de mano cinematográficos. ¿Llegaste a conocerla? Era fantástica.

Pasados los años, y uno ya mocito, solíamos ir juntos a tomarnos un vinito en una tasca que había cerca de la iglesia, la de la Porfiria. Pues mira, una nieta suya, llamada Teresa Fernández, es la esposa del conccejal del Área de Obras y Servicios en el Ayuntamiento de Bilbao.

Y ahora una maldad. Cerca del tilo que había al lado de la casa de tus abuelos, había una especie de chabola donde tus abuelos guardaban las hurces para encender el horno. Precisamente en aquel lugar di mi primer beso a una chica. Inocente, en un carrillo, pero al día siguiente fui a confesarme y don Alberto, que era un cura intransigente, me pegó una bofetada inmensa cuando me negué a decir quien era la afortunada...

Puente Almuhey era entonces un remanso de paz. Las puertas de todas las casas estaban permanentemente abiertas y uno entraba en cada una como le venía en gana.

Los domingos, después de la misa mayor, tocaba el helado en la confi. Y si tus padres estaban por la labor, ir al café de Ciro para tomar un Kas con aceitunas, mientras los padres optaban por un vermú. Allí nos reuníamos todos. Tiempos fabulosos, creedme.

Nos bañábamos en el Soto, concretamente en las Calderonas, porque allí había unos pozos profundos que facilitaban el nadar. Íbamos chicos y chicas, más nosotros que ellas, porque en el pueblo miraban siempre de reojo. Berto Giménez, el droguero recientemente fallecido, me salvó de morir ahogado. Yo gritaba y nadie me hacía caso. Y él, que era sordo, por fin se dio cuenta de la situación y me sacó del agua agarrándome por el cuello.

El próximo día os hablaré de un partido de fútbol jugado en Carrizal, vistiendo camisetas que nos prestó Miguelín el panadero, el padre del actual panadero del pueblo.

Os quiere

Carlos