Abrió de par en par las ventanas
del cómodo salón en el que ahora
pasaba sus horas
como nunca antes las había pasado,
al igual que abrió aquella lejana madrugada
su corazón de par en par a ese amor
sin condiciones cuando se cruzaron sus miradas.
Entornó con suavidad sus ojos
mirando sin mirar donde amanece el día
hacia ese lugar en el que se funden tierra y cielo
esperando pacientes que pasen primaveras y otoños,
y llenando sus pulmones con el aire nuevo
que le regalaba esta soleada mañana
dijo en silencio ‘te quiero’,
sus labios susurraron después un nuevo ‘te quiero’,
y se escuchó,
y escuchó resonar mil veces el eco de su voz
volviendo a llenar su alma de sueños.
Elevó ahora hacia donde viajan las nubes
de nuevo un ‘te quiero’,
y se escuchó,
y sin abrir aún sus ojos repitió una vez más ‘te quiero’,
y otra más,
y otra
y…,
y su voz se escuchó más allá de aquel alejado horizonte
que ahora sí miraba su mirada
con sus ojos abiertos de par en par.
Se detuvieron aquellas y aquellos
que caminaban por las aceras
y los que andaban en bicis
por aquel carril asfaltado
y los coches detenidos en los semáforos
permitieron descender a sus ocupantes
mirando ahora todos ellos y ellas
hacia aquella ventana abierta de par en par
desde la que él lanzaba innumerables ‘te quiero’
al viento.
Unos pensaban que se trataba de un loco,
otros que el encierro le había trastornado,
otros simplemente sonreían en silencio,
los más saludaban creyendo entender,
mientras él continuaba sin importarle
aquello que pensasen, opinaran o dijeran.
Aquel viento de invierno
quiso llevar el eco de sus ‘te quiero’
sobrevolando valles y riscos,
por encima de ríos y lagos
y atravesando estrechos y océano
entregó sin demora aquel mensaje,
aquello que sentía manar de ese corazón compartido
mostrando lo que era la felicidad del instante
que, algunas veces, nos regala la vida.
A miles de kilómetros ella abrió su ventana
de par en par aquella mañana de invierno
y sintió la llegada de un cálido viento
que acariciando su rostro le acercaba el eco
de los incontables ‘te quiero’
que él le envió aquel amanecer
cuando recordó el dulce cruzar de sus miradas
José Manuel Contreras
del cómodo salón en el que ahora
pasaba sus horas
como nunca antes las había pasado,
al igual que abrió aquella lejana madrugada
su corazón de par en par a ese amor
sin condiciones cuando se cruzaron sus miradas.
Entornó con suavidad sus ojos
mirando sin mirar donde amanece el día
hacia ese lugar en el que se funden tierra y cielo
esperando pacientes que pasen primaveras y otoños,
y llenando sus pulmones con el aire nuevo
que le regalaba esta soleada mañana
dijo en silencio ‘te quiero’,
sus labios susurraron después un nuevo ‘te quiero’,
y se escuchó,
y escuchó resonar mil veces el eco de su voz
volviendo a llenar su alma de sueños.
Elevó ahora hacia donde viajan las nubes
de nuevo un ‘te quiero’,
y se escuchó,
y sin abrir aún sus ojos repitió una vez más ‘te quiero’,
y otra más,
y otra
y…,
y su voz se escuchó más allá de aquel alejado horizonte
que ahora sí miraba su mirada
con sus ojos abiertos de par en par.
Se detuvieron aquellas y aquellos
que caminaban por las aceras
y los que andaban en bicis
por aquel carril asfaltado
y los coches detenidos en los semáforos
permitieron descender a sus ocupantes
mirando ahora todos ellos y ellas
hacia aquella ventana abierta de par en par
desde la que él lanzaba innumerables ‘te quiero’
al viento.
Unos pensaban que se trataba de un loco,
otros que el encierro le había trastornado,
otros simplemente sonreían en silencio,
los más saludaban creyendo entender,
mientras él continuaba sin importarle
aquello que pensasen, opinaran o dijeran.
Aquel viento de invierno
quiso llevar el eco de sus ‘te quiero’
sobrevolando valles y riscos,
por encima de ríos y lagos
y atravesando estrechos y océano
entregó sin demora aquel mensaje,
aquello que sentía manar de ese corazón compartido
mostrando lo que era la felicidad del instante
que, algunas veces, nos regala la vida.
A miles de kilómetros ella abrió su ventana
de par en par aquella mañana de invierno
y sintió la llegada de un cálido viento
que acariciando su rostro le acercaba el eco
de los incontables ‘te quiero’
que él le envió aquel amanecer
cuando recordó el dulce cruzar de sus miradas
José Manuel Contreras