Siento el pasar de los años
cuando observo mi rostro
que sin adornos me devuelve el espejo
cuando me dispongo frente a él,
sin intención de buscar a ese niño
que aún late en su interior
y que cada mañana aflora a mi mirada.
Esas huellas que va dejando la vida
con el inexorable paso de las primaveras
enmarcando este rostro mío
con el rastro de las risas compartidas,
de las penas sufridas,
de las heridas infligidas,
del llanto desconsolado,
de las alegrías por las llegadas
y de las penas por las partidas.
Me detengo ahora en mis manos,
en esas que tanto han acariciado,
señalado, abrazado, consolado…,
incluso a veces, algunas veces, golpeado,
van perfilando sus huesudos dedos
dibujando su anverso y reverso
con ese relieve que se hace visible
en el que tendones y azuladas venas
pugnan por un espacio compartido.
Incontables manchas almibaradas
como estrellas apagadas y sin luz propia
hacen presencia sobre la piel desnuda,
otrora suave, tersa y aterciopelada,
ahora preñada de tantos y tantos recuerdos.
Cuántos sueños compartidos
cuánta vida vivida
cuántos sueños frustrados
cuanta vida, aún por vivir.
José Manuel Contreras
cuando observo mi rostro
que sin adornos me devuelve el espejo
cuando me dispongo frente a él,
sin intención de buscar a ese niño
que aún late en su interior
y que cada mañana aflora a mi mirada.
Esas huellas que va dejando la vida
con el inexorable paso de las primaveras
enmarcando este rostro mío
con el rastro de las risas compartidas,
de las penas sufridas,
de las heridas infligidas,
del llanto desconsolado,
de las alegrías por las llegadas
y de las penas por las partidas.
Me detengo ahora en mis manos,
en esas que tanto han acariciado,
señalado, abrazado, consolado…,
incluso a veces, algunas veces, golpeado,
van perfilando sus huesudos dedos
dibujando su anverso y reverso
con ese relieve que se hace visible
en el que tendones y azuladas venas
pugnan por un espacio compartido.
Incontables manchas almibaradas
como estrellas apagadas y sin luz propia
hacen presencia sobre la piel desnuda,
otrora suave, tersa y aterciopelada,
ahora preñada de tantos y tantos recuerdos.
Cuántos sueños compartidos
cuánta vida vivida
cuántos sueños frustrados
cuanta vida, aún por vivir.
José Manuel Contreras