Cuéntame un cuento abuelo
–le dijo la niña al anciano–,
pero que no hable de príncipes azules
ni de hermosos castillos lejanos.
Cuéntame un cuento abuelo
–le dijo el niño al anciano–,
pero que no hable de princesas rosas
ni de “había una vez un mago”.
Cuéntanos un cuento abuelo
–le pidieron ambos al anciano–,
de cuando tú eras un niño
y jugabas por los campos
de cuando la noche se hacía oscura
cubriendo todo con su negro manto
y las estrellas brillaban en el cielo
inalcanzables al volar tan alto.
Abuelo cuéntanos un cuento
–al anciano le pidieron–,
de cómo eran las gentes de tu pueblo
y las chicas y los chicos y los maestros
de cómo eran sus vidas y sus anhelos
y si la vida era vida o solo un sueño.
Por favor, abuelo, cuéntanos un cuento.
Cuando yo era aún un zagal
y más o menos contaba vuestro años
el pueblo era solo una aldea
donde todo nos era cercano
y desde los mayores a los pequeños
siempre que podíamos nos echábamos una mano,
las primaveras eran verdaderas primaveras
y sin demora alguna saludaban al verano
que llenaban de calor las praderas
–empezó alegre a narrar el anciano–
José Manuel Contreras
–le dijo la niña al anciano–,
pero que no hable de príncipes azules
ni de hermosos castillos lejanos.
Cuéntame un cuento abuelo
–le dijo el niño al anciano–,
pero que no hable de princesas rosas
ni de “había una vez un mago”.
Cuéntanos un cuento abuelo
–le pidieron ambos al anciano–,
de cuando tú eras un niño
y jugabas por los campos
de cuando la noche se hacía oscura
cubriendo todo con su negro manto
y las estrellas brillaban en el cielo
inalcanzables al volar tan alto.
Abuelo cuéntanos un cuento
–al anciano le pidieron–,
de cómo eran las gentes de tu pueblo
y las chicas y los chicos y los maestros
de cómo eran sus vidas y sus anhelos
y si la vida era vida o solo un sueño.
Por favor, abuelo, cuéntanos un cuento.
Cuando yo era aún un zagal
y más o menos contaba vuestro años
el pueblo era solo una aldea
donde todo nos era cercano
y desde los mayores a los pequeños
siempre que podíamos nos echábamos una mano,
las primaveras eran verdaderas primaveras
y sin demora alguna saludaban al verano
que llenaban de calor las praderas
–empezó alegre a narrar el anciano–
José Manuel Contreras