El anochecer encendía las farolas
y los coloridos escaparates de los comercios
mientras el silencio se apartaba
dejando espacio a múltiples sonidos.
No es que fuera una calle bulliciosa
pero cierta melodía reconocible
acompañaba su pausado caminar
hasta alcanzar el portal de su casa.
Y así cada noche
desde hacía
cuatro años, siete meses,
tres semanas y cuatro días,
cuando consiguió trabajo en aquella caseta
que la ONCE le había adjudicado.
Siempre había sido un joven amable
no solo por el sonido de su risa
sino por la luz de unos ojos azules
que cuando los mirabas y te miraban
eran capaces de acercarte el susurro del mar.
Aquel accidente de tráfico
alejó para siempre aquel susurro
apagando el azul luminoso
en un mirar como ausente.
Conocía dónde estaba cada tienda
por sus sonidos y aromas,
y cada banco y cada farola
y cada papelera y cada bordillo
y cada semáforo y cada portal…
Sabía dónde estaba todo
aunque él se sentía perdido.
Se detuvo de repente,
sentía que algo o alguien
se había interpuesto en su camino,
movió su bastón blanco
de derecha a izquierda,
movió su bastón blanco
de izquierda a derecha
haciéndole chocar con algo…,
algo desconocido para él.
Hola, me llamo Elena,
y llevó observándote cada noche
desde hace cuatro años, siete meses,
tres semanas y cuatro días,
y hasta hoy
no me he atrevido a hablar contigo.
Extrañeza al principio,
sorpresa después,
curiosidad tras un instante.
Sé que te llamas Alberto,
y he podido ver el azul del mar en tus ojos,
me gustaría escuchar el murmullo de sus olas,
solo si tú me lo quieres mostrar.
Él sonrió
y ella le devolvió una sonrisa
que él pudo sentir.
Recogió su bastón blanco
doblándolo bajo el brazo,
alargando su mano hacia ella
para poder caminar juntos.
El anochecer encendía las farolas
mientras el silencio se apartaba
dejando que dos vidas se encontrasen
para escuchar de nuevo el susurro del mar.
Jose Manuel Contreras
y los coloridos escaparates de los comercios
mientras el silencio se apartaba
dejando espacio a múltiples sonidos.
No es que fuera una calle bulliciosa
pero cierta melodía reconocible
acompañaba su pausado caminar
hasta alcanzar el portal de su casa.
Y así cada noche
desde hacía
cuatro años, siete meses,
tres semanas y cuatro días,
cuando consiguió trabajo en aquella caseta
que la ONCE le había adjudicado.
Siempre había sido un joven amable
no solo por el sonido de su risa
sino por la luz de unos ojos azules
que cuando los mirabas y te miraban
eran capaces de acercarte el susurro del mar.
Aquel accidente de tráfico
alejó para siempre aquel susurro
apagando el azul luminoso
en un mirar como ausente.
Conocía dónde estaba cada tienda
por sus sonidos y aromas,
y cada banco y cada farola
y cada papelera y cada bordillo
y cada semáforo y cada portal…
Sabía dónde estaba todo
aunque él se sentía perdido.
Se detuvo de repente,
sentía que algo o alguien
se había interpuesto en su camino,
movió su bastón blanco
de derecha a izquierda,
movió su bastón blanco
de izquierda a derecha
haciéndole chocar con algo…,
algo desconocido para él.
Hola, me llamo Elena,
y llevó observándote cada noche
desde hace cuatro años, siete meses,
tres semanas y cuatro días,
y hasta hoy
no me he atrevido a hablar contigo.
Extrañeza al principio,
sorpresa después,
curiosidad tras un instante.
Sé que te llamas Alberto,
y he podido ver el azul del mar en tus ojos,
me gustaría escuchar el murmullo de sus olas,
solo si tú me lo quieres mostrar.
Él sonrió
y ella le devolvió una sonrisa
que él pudo sentir.
Recogió su bastón blanco
doblándolo bajo el brazo,
alargando su mano hacia ella
para poder caminar juntos.
El anochecer encendía las farolas
mientras el silencio se apartaba
dejando que dos vidas se encontrasen
para escuchar de nuevo el susurro del mar.
Jose Manuel Contreras