Si pudiera detener las guerras,
todas y cada una de las guerras,
no tengo duda alguna
en que las detendría,
pero no tengo una barita mágica.
Desterraría al oscuro e incierto
Universo conocido y desconocido,
sin causarles ningún daño,
acompañados tan solo
por su solitaria soledad,
a los sátrapas indecentes,
a los dictadores inmorales,
a los tiranos impúdicos,
a los déspotas repugnantes,
a los opresores canallas,
a los autócratas viles,
a los falsos profetas…
Quizá, y solo quizá,
quedaría más espacio,
en este lugar al que llamamos Mundo,
para el pensamiento y la reflexión,
para la paz y la armonía,
para la solidaridad y la esperanza.
Aceptaría, sin duda alguna,
la desobediencia debida
que nunca debió ser obedecida
de todos aquellos y aquellas
que volvieran sus espaldas
a los cobardes que montan las guerras
para enriquecer y enriquecerse
con el dolor y el sufrimiento ajeno;
que volvieran sus espaldas
a los cobardes que tan solo viven
para saciar la insaciable hambre desmedida
del que ejerce un poder absoluto
sobre inocentes,
ebrios de esa bilis que les habita.
Abriría mis brazos de par en par
a los que se detuvieran, en silencio,
ante las voces de aquellos
que vociferan y gritan:
avanzar,
disparar,
matar,
aniquilar,
arrasar,
asesinar,
devastar…,
por el simple hecho de alimentar
ese ego desmedido y enfermizo
que les palpita entre las piernas.
Si pudiera detener las guerras,
todas y cada una de las guerras,
no tengo duda alguna
en que las detendría.
.
José Manuel Contreras
todas y cada una de las guerras,
no tengo duda alguna
en que las detendría,
pero no tengo una barita mágica.
Desterraría al oscuro e incierto
Universo conocido y desconocido,
sin causarles ningún daño,
acompañados tan solo
por su solitaria soledad,
a los sátrapas indecentes,
a los dictadores inmorales,
a los tiranos impúdicos,
a los déspotas repugnantes,
a los opresores canallas,
a los autócratas viles,
a los falsos profetas…
Quizá, y solo quizá,
quedaría más espacio,
en este lugar al que llamamos Mundo,
para el pensamiento y la reflexión,
para la paz y la armonía,
para la solidaridad y la esperanza.
Aceptaría, sin duda alguna,
la desobediencia debida
que nunca debió ser obedecida
de todos aquellos y aquellas
que volvieran sus espaldas
a los cobardes que montan las guerras
para enriquecer y enriquecerse
con el dolor y el sufrimiento ajeno;
que volvieran sus espaldas
a los cobardes que tan solo viven
para saciar la insaciable hambre desmedida
del que ejerce un poder absoluto
sobre inocentes,
ebrios de esa bilis que les habita.
Abriría mis brazos de par en par
a los que se detuvieran, en silencio,
ante las voces de aquellos
que vociferan y gritan:
avanzar,
disparar,
matar,
aniquilar,
arrasar,
asesinar,
devastar…,
por el simple hecho de alimentar
ese ego desmedido y enfermizo
que les palpita entre las piernas.
Si pudiera detener las guerras,
todas y cada una de las guerras,
no tengo duda alguna
en que las detendría.
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José Manuel Contreras