Miércoles, 29 de noviembre de 2006
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AGUSTíN VICENTE SUáREZ ALONSO
Riaño (1): Valladolid, rompeolas de aquel naufragio
Qué tiempos éstos en que hay que luchar por lo que es evidente!» decía deürrenmat. Un suizo con evidente vocación de leonés. León hace 23 años, afrontaba el futuro con el corazón dividido entre la buena situación que «siempre» había tenido la provincia y la sensación de que algo diferente y nuevo, a lo mejor no tan malo, nos iba a ocurrir en esa vía en la que los nuevos tiempos nos estaba colocando.
Ya habíamos visto reconversiones. Las ajenas por televisión y las de nuestra minería en directo. Las marchas mineras a Madrid. La reconversión, incluso, de las calefacciones en las comunidades de vecinos. El gasoil ya estaba arrinconando al carbón, pero era moderno y limpio. También olía peor, pero se era moderno.
Riaño estaba ahí, pendiente de no se sabía qué. Visitar la presa era casi otro reclamo más a mayores de ver aquel hermoso lugar. ¡Tantas cosas se han ido! Anciles de imposible memoria. Huelde y Pedrosa del Rey, que fue de ti y tu gente. La Puerta y Escaro, ya perdidos.
La ya imposible vista desde las praderías del Yordas, de las Pintas. El nacimiento del sol en el Espigüete.
Adiós a Salio. Pocos pueblos como él nos dicen qué fue de aquel roto en la memoria y en los sentimientos. Sólo quedan su nombre y un desnortado hórreo, huérfano de historias y de gente. Resto de aquel naufragio que hundió la montaña del noreste de León. Que se llevó por delante una parte importante de nuestra Historia.
Riaño, hollado, desollado día a día por las máquinas. Dinamitado casa por casa como si de una maldición bíblica se tratara. Arrasado, para que otros hombres amarren su recuerdo a una foto a la que el tiempo vestirá poco a poco de amarillo. Y de olvido.
Había que ser modernos. Esa gente de la montaña, retrógrados, ya había hecho mucho dinero con el ganado y la leche, ya habían cobrado por los prados. Aunque no los quisieran vender. Aunque no les hubieran pagado sus recuerdos, sus vidas, sus primeros olores, sus fiestas, sus muertos.
Aunque al resto de nosotros nos hubieran pagado por no poder volver nunca más. ¡Con toda esa agua, el Páramo de León, será un vergel! ¡La huerta de Europa!
Aunque hubieran pagado a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. ¡Jauja, esto iba a ser Jauja por los siglos de los siglos! Por el agua, no por la electricidad.
Aunque fuéramos tan modernos de aceptar que enfrentaran a la gente de la Montaña con la del Páramo. En aquella España en que ya florecían los insolidarios localismos, nosotros también teníamos el nuestro: Los pérfidos montañeses le niegan el agua a una pobre gente que no desea más que el bien de todos nosotros. Hacer rica a la provincia. No hacer ricos con la electricidad a los que nos enfrentaron, sino a nosotros con el agua.
Este año que viene se cumplen 20 años del embalsado del agua en Riaño, 20 años de todo lo que anteriormente ha descrito mi memoria.
Ya no existen aquellos pérfidos montañeses. Ya no tienen ganado, ni falta que les haría en este tiempo. Ya saben. La cuota láctea y la leche que les dieron.
Han pasado 20 años y no somos más modernos, sólo somos 20 años más viejos. Lo mismo que la gente del Páramo, la poca que también va quedando.
La gente del Páramo no se ha hecho rica con el agua de Riaño y la provincia, tampoco.
Nosotros, el resto de los leoneses, tampoco. Somos más pobres que hace 20 años. Otros sí son más ricos con la electricidad.
León ha pasado del puesto 22 entre las provincias españolas a ser, en la actualidad, la última del país en creación de empleo a la par de estar en el furgón de cola en la creación del PIB.
Esto ni es un vergel, ni somos la huerta de Europa. Esto no es Jauja y nuestros hijos y los hijos de éstos, sólo van a poder entender que algo les falta, que tienen un hueco profundo, si conseguimos explicarles qué ha pasado.
Para ello, es preciso que dejemos de sentirnos como el desnortado hórreo de Salio, arrumbado por la marea de esta historia en la esquina de un parque por donde pasean viejos, 20 años más viejos.
Si el embalse de Riaño no riega el Páramo ni su electricidad queda en León. Si el embalse fue para beneficiar a las eléctricas, como apunta Pedro Brufao. Si el Jauja ha sido para el Carrión, por el trasvase de cuenca a escondidas. Si el agua de Riaño entra en Palencia y tras una grácil vuelta se dirige hacia Valladolid, donde quedan agua y electricidad.
Si el agua lleva 20 años haciéndonos más viejos, también debería ir haciéndonos más sabios. Deberíamos explicarnos a nosotros y a nuestros hijos, quiénes han ido decidiendo que esto fuera así. Quiénes han decidido que Valladolid sea el rompeolas de este naufragio. El gran rompeolas de nuestro naufragio.
Por todo ello ya es llegada la hora de decirles NO y de decidir el rumbo de nuestro barco.
Agustín Vicente Suárez Alonso, presidente de la Asociación Promonumenta
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AGUSTíN VICENTE SUáREZ ALONSO
Riaño (1): Valladolid, rompeolas de aquel naufragio
Qué tiempos éstos en que hay que luchar por lo que es evidente!» decía deürrenmat. Un suizo con evidente vocación de leonés. León hace 23 años, afrontaba el futuro con el corazón dividido entre la buena situación que «siempre» había tenido la provincia y la sensación de que algo diferente y nuevo, a lo mejor no tan malo, nos iba a ocurrir en esa vía en la que los nuevos tiempos nos estaba colocando.
Ya habíamos visto reconversiones. Las ajenas por televisión y las de nuestra minería en directo. Las marchas mineras a Madrid. La reconversión, incluso, de las calefacciones en las comunidades de vecinos. El gasoil ya estaba arrinconando al carbón, pero era moderno y limpio. También olía peor, pero se era moderno.
Riaño estaba ahí, pendiente de no se sabía qué. Visitar la presa era casi otro reclamo más a mayores de ver aquel hermoso lugar. ¡Tantas cosas se han ido! Anciles de imposible memoria. Huelde y Pedrosa del Rey, que fue de ti y tu gente. La Puerta y Escaro, ya perdidos.
La ya imposible vista desde las praderías del Yordas, de las Pintas. El nacimiento del sol en el Espigüete.
Adiós a Salio. Pocos pueblos como él nos dicen qué fue de aquel roto en la memoria y en los sentimientos. Sólo quedan su nombre y un desnortado hórreo, huérfano de historias y de gente. Resto de aquel naufragio que hundió la montaña del noreste de León. Que se llevó por delante una parte importante de nuestra Historia.
Riaño, hollado, desollado día a día por las máquinas. Dinamitado casa por casa como si de una maldición bíblica se tratara. Arrasado, para que otros hombres amarren su recuerdo a una foto a la que el tiempo vestirá poco a poco de amarillo. Y de olvido.
Había que ser modernos. Esa gente de la montaña, retrógrados, ya había hecho mucho dinero con el ganado y la leche, ya habían cobrado por los prados. Aunque no los quisieran vender. Aunque no les hubieran pagado sus recuerdos, sus vidas, sus primeros olores, sus fiestas, sus muertos.
Aunque al resto de nosotros nos hubieran pagado por no poder volver nunca más. ¡Con toda esa agua, el Páramo de León, será un vergel! ¡La huerta de Europa!
Aunque hubieran pagado a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos. ¡Jauja, esto iba a ser Jauja por los siglos de los siglos! Por el agua, no por la electricidad.
Aunque fuéramos tan modernos de aceptar que enfrentaran a la gente de la Montaña con la del Páramo. En aquella España en que ya florecían los insolidarios localismos, nosotros también teníamos el nuestro: Los pérfidos montañeses le niegan el agua a una pobre gente que no desea más que el bien de todos nosotros. Hacer rica a la provincia. No hacer ricos con la electricidad a los que nos enfrentaron, sino a nosotros con el agua.
Este año que viene se cumplen 20 años del embalsado del agua en Riaño, 20 años de todo lo que anteriormente ha descrito mi memoria.
Ya no existen aquellos pérfidos montañeses. Ya no tienen ganado, ni falta que les haría en este tiempo. Ya saben. La cuota láctea y la leche que les dieron.
Han pasado 20 años y no somos más modernos, sólo somos 20 años más viejos. Lo mismo que la gente del Páramo, la poca que también va quedando.
La gente del Páramo no se ha hecho rica con el agua de Riaño y la provincia, tampoco.
Nosotros, el resto de los leoneses, tampoco. Somos más pobres que hace 20 años. Otros sí son más ricos con la electricidad.
León ha pasado del puesto 22 entre las provincias españolas a ser, en la actualidad, la última del país en creación de empleo a la par de estar en el furgón de cola en la creación del PIB.
Esto ni es un vergel, ni somos la huerta de Europa. Esto no es Jauja y nuestros hijos y los hijos de éstos, sólo van a poder entender que algo les falta, que tienen un hueco profundo, si conseguimos explicarles qué ha pasado.
Para ello, es preciso que dejemos de sentirnos como el desnortado hórreo de Salio, arrumbado por la marea de esta historia en la esquina de un parque por donde pasean viejos, 20 años más viejos.
Si el embalse de Riaño no riega el Páramo ni su electricidad queda en León. Si el embalse fue para beneficiar a las eléctricas, como apunta Pedro Brufao. Si el Jauja ha sido para el Carrión, por el trasvase de cuenca a escondidas. Si el agua de Riaño entra en Palencia y tras una grácil vuelta se dirige hacia Valladolid, donde quedan agua y electricidad.
Si el agua lleva 20 años haciéndonos más viejos, también debería ir haciéndonos más sabios. Deberíamos explicarnos a nosotros y a nuestros hijos, quiénes han ido decidiendo que esto fuera así. Quiénes han decidido que Valladolid sea el rompeolas de este naufragio. El gran rompeolas de nuestro naufragio.
Por todo ello ya es llegada la hora de decirles NO y de decidir el rumbo de nuestro barco.
Agustín Vicente Suárez Alonso, presidente de la Asociación Promonumenta
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