El testamento de Eduardo Arroyo
Al margen de la polémica de León, acaba de publicar sus memorias. Su última voluntad es que su casa de Robles sea museo del ‘legado Arroyo’
Eduardo Arroyo, en una visita a Puerta Castillo para estudiar la zona donde iban a colocar sus esculturas, en la primavera de 2007. MAURICIO PEÑA
NOTICIAS RELACIONADAS
Unánimemente reconocido salvo en León
Manuel C. Cachafeiro León
En sus memorias utiliza una frase de Quevedo, encarcelado durante un tiempo en San Marcos: “Fue sueño ayer, mañana será tierra; poco antes nada, y poco después humo”. Eduardo Arroyo, el artista más controvertido de León, injustamente cuestionado por el proyecto escultórico de Puerta Castillo, ha dado el paso de escribir de sí mismo como un testamento de recuerdos. Guiado por la biografía de un leonés, Gurmensindo de Azcárate, “Minuta de un testamento” (1876), en un paralelismo que tiene también mucho de devoción hacia los Azcárate, el artista recupera su mundo más personal en unas memorias que acaban de salir a las librerías en la editorial Taurus.
“Minuta de un testamento”, que así se llama también, repasa su vida, su formación como artista... También sus raíces en Robles de Laciana, un pueblo a pocos kilómetros de Villablino donde conserva la casa familiar. Siete páginas que son también el testamento de su testamento. “Mis unicornios vagan desorientados por los valles de Laciana y Babia, sacian su sed en el pantano de los Barrios deLuna y se convierten en seres vivos de un sólo cuerno frontal que levantan el hocico hasta Asturias, tal y como los he esculpido”, confiesa.
La casa de Arroyo fue construida por su bisabuela y un hermano de ella, Julián, que era soltero y administrador de los Bauer. “Los Bauer eran aquella legendaria familia judía que a sabiendas de estar arruinada y en vísperas de la catástrofe, dio un baile memorable en Madrid. Nadie había imaginado por un instante que tanto lujo y tanta desesperación pudieran existir en una sola noche”.
En la casa de Robles vivió también su infancia el abuelo Eduardo, sus tías y también de una hermana suya. Con el tiempo la casa dejó de habitarse todo el año y se convirtió en lugar de veraneo. Arroyo, nacido en Madrid en 1937, pasó allí las vacaciones hasta que se tuvo que quedar en la capital por las malas notas.
Pero como en todas las familias llegó la hora de las herencias y, según cuenta también en el libro el pintor, su abuelo quedó con sus dos hermanos en que la casa sería para quien más viviera de los tres. Por edad —era el mayor— fue el primero en morir, por lo que la vivienda fue a parar a manos de uno de sus tíos. Así empezó su declive. Nadie subió a Robles durante años hasta que él la compró.
Sin embargo, lo más interesante del capítulo dedicado a Robles de Laciana está por llegar. En su libro, Arroyo hace testamento, recuperando el espíritu del libro de Gumersindo de Azcárate. La casa, anuncia, quedará en usufructo para Isabel de Azcárate, su mujer. “Una vez desaparecido el testador se transformará en museo, el cual dependerá a su vez de una fundación llamada Justino de Azcárate-Eduardo Rodríguez (legado Eduardo Arroyo), cuya estructura pronto se concretará con todo detalle”, anuncia Arroyo en la página 143 del libro. Así, según su deseo, se habilitará como museo suprimiendo tabiques y construyendo ascensores y rampas. El llamado ‘legado Arroyo’ comprenderá cuadros, esculturas, obras sobre papel, objetos, litografías y grabados y un importante archivo personal.
Cada cuadro será dispuesto por el propio Arroyo antes de morir. Pero él nunca los verá. Ésa es también su condición. Aunque duda de que se lleve a efecto, de momento Robles conservará su memoria. Es su último deseo, aunque le dé igual.
Al margen de la polémica de León, acaba de publicar sus memorias. Su última voluntad es que su casa de Robles sea museo del ‘legado Arroyo’
Eduardo Arroyo, en una visita a Puerta Castillo para estudiar la zona donde iban a colocar sus esculturas, en la primavera de 2007. MAURICIO PEÑA
NOTICIAS RELACIONADAS
Unánimemente reconocido salvo en León
Manuel C. Cachafeiro León
En sus memorias utiliza una frase de Quevedo, encarcelado durante un tiempo en San Marcos: “Fue sueño ayer, mañana será tierra; poco antes nada, y poco después humo”. Eduardo Arroyo, el artista más controvertido de León, injustamente cuestionado por el proyecto escultórico de Puerta Castillo, ha dado el paso de escribir de sí mismo como un testamento de recuerdos. Guiado por la biografía de un leonés, Gurmensindo de Azcárate, “Minuta de un testamento” (1876), en un paralelismo que tiene también mucho de devoción hacia los Azcárate, el artista recupera su mundo más personal en unas memorias que acaban de salir a las librerías en la editorial Taurus.
“Minuta de un testamento”, que así se llama también, repasa su vida, su formación como artista... También sus raíces en Robles de Laciana, un pueblo a pocos kilómetros de Villablino donde conserva la casa familiar. Siete páginas que son también el testamento de su testamento. “Mis unicornios vagan desorientados por los valles de Laciana y Babia, sacian su sed en el pantano de los Barrios deLuna y se convierten en seres vivos de un sólo cuerno frontal que levantan el hocico hasta Asturias, tal y como los he esculpido”, confiesa.
La casa de Arroyo fue construida por su bisabuela y un hermano de ella, Julián, que era soltero y administrador de los Bauer. “Los Bauer eran aquella legendaria familia judía que a sabiendas de estar arruinada y en vísperas de la catástrofe, dio un baile memorable en Madrid. Nadie había imaginado por un instante que tanto lujo y tanta desesperación pudieran existir en una sola noche”.
En la casa de Robles vivió también su infancia el abuelo Eduardo, sus tías y también de una hermana suya. Con el tiempo la casa dejó de habitarse todo el año y se convirtió en lugar de veraneo. Arroyo, nacido en Madrid en 1937, pasó allí las vacaciones hasta que se tuvo que quedar en la capital por las malas notas.
Pero como en todas las familias llegó la hora de las herencias y, según cuenta también en el libro el pintor, su abuelo quedó con sus dos hermanos en que la casa sería para quien más viviera de los tres. Por edad —era el mayor— fue el primero en morir, por lo que la vivienda fue a parar a manos de uno de sus tíos. Así empezó su declive. Nadie subió a Robles durante años hasta que él la compró.
Sin embargo, lo más interesante del capítulo dedicado a Robles de Laciana está por llegar. En su libro, Arroyo hace testamento, recuperando el espíritu del libro de Gumersindo de Azcárate. La casa, anuncia, quedará en usufructo para Isabel de Azcárate, su mujer. “Una vez desaparecido el testador se transformará en museo, el cual dependerá a su vez de una fundación llamada Justino de Azcárate-Eduardo Rodríguez (legado Eduardo Arroyo), cuya estructura pronto se concretará con todo detalle”, anuncia Arroyo en la página 143 del libro. Así, según su deseo, se habilitará como museo suprimiendo tabiques y construyendo ascensores y rampas. El llamado ‘legado Arroyo’ comprenderá cuadros, esculturas, obras sobre papel, objetos, litografías y grabados y un importante archivo personal.
Cada cuadro será dispuesto por el propio Arroyo antes de morir. Pero él nunca los verá. Ésa es también su condición. Aunque duda de que se lleve a efecto, de momento Robles conservará su memoria. Es su último deseo, aunque le dé igual.