LXX
El que es manso y
feliz,
el que posee una visión inalterada
y cuya mente rebosa la plenitud del equilibrio y la calma;
El que Le ha visto y tocado,
queda libre de todo temor y aflicción.
Para él, el pensamiento perenne de Dios
es como aceite de sándalo que impregna su cuerpo;
para él no existe mayor deleite;
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