Hola Ana.
Los dulces solían venir acompañados de alguna cosa práctica, casi siempre ropa, zapatillas o madreñas nuevas. Botas de goma, mías, yo creo que nunca tuve. Siempre eran heredadas, las ponía con zapatillas y todo. Los juguetes no abundaban mucho, por eso se apreciaban tanto y las cosquillas como las del enamoramiento aparecían, nada más de imaginar que cabía la posibilidad de algo, sin imaginar ni desear el qué. La variedad no era mucha: la pistola de restralletes, una escopeta de tapón de corcho atado con una cuerda amarilla parecida a las redes que llevaban las botellas de Terry. Un caballo de catón, un bufón (hecho en casa con una tablilla con dos agujeros en el centro por donde se pasaba una cuerda doble. Para un lado se retorcía y al deshacerse, giraba a muchas revoluciones y hacía ruido, bufaba, imitando al viento. Bailarinas hechas con los extremos de los carretes de hilo. Especie de carro hecho con una caja, su caña, sus ruedas y su pezón. Un avión de madera que al echarlo a volar se estrlló contra una pared y se descuajeringó un ala y sufrí la gran decepción. Un libro de lecturas que recogía una antología de diferentes cosas. Me impresionó El gran Túnel de Simplón. Dos libros de Cuentos. Una pelotita con una goma cosida. Alguna chifla tipo afilador.
Los dulces y frutos secos eran fijos, la ropa casi siempre y los libros y juguetes, a veces, y solamente uno. Estos últimos unos hechos en casa y otros comprados. Por más memoria que hago no me acuerdo de más juguetes. Mi pelotón azul, no recuerdo si fue de los Reyes o de otro día.
No recuerdo que me amenazasen con carbón. Allí no se utilizaba el carbón mineral y el vegetal no se hacía. Sí recuerdo que, a veces, me decían que no me iban a traer nada los Reyes, pero pocas veces, porque era un buen niño, yo.
Un abrazo.
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