Luz y gas para ti

ROSALES: Un pastor de Rosales se halla en Valirán cuidando su...

Un pastor de Rosales se halla en Valirán cuidando su manada de vacas, este monte está situado detrás del Alto. Un enorme oso pardo sube con gran alboroto monte arriba. Éste se acerca a una jata con muy malas intenciones. Está harto de comer la hierba verde, que crece en los arroyos, y le apetece carne fresca y tierna. La manada de vacas, al sentir el oso, se dispersa en distintas direcciones. Benigno, el pastor, ve la enorme fiera y grita desesperadamente: — ¡el oso! ¡el oso! ¡el oso!... —La jata de poco más de un año corre a esconderse entre unas urces altas. La madre de la joven novilla, una robusta vaca rayada, hace frente al oso mostrándole sus poderosas armas. El enorme fiera recuerda las viejas cicatrices que estos animales le habían hecho en su juventud. Cambia de dirección y se dirige hacia Benigno, un muchacho joven de unos 17 ó 18 años. Éste se ve perdido. Se encarama con rapidez al rebollo más cercano, que, por cierto, no era muy alto. El pastor, en lo más alto, tiembla como una vara verde ¡El miedo ahoga sus gritos!
El oso se acerca, se pone de pie, da un poderoso zarpazo, pero no alcanza al muchacho, que se defiende colocando sus pies en las ramas altas del roble; la terrible fiera fija las garras posteriores en el rebollo y agarra con su enorme boca uno de los pies de Benigno y sus grandes colmillos se clavan en el dedo gordo y en la abarca.
Los dos forcejean. El muchacho se sujeta con todas sus fuerzas a las ramas cercanas y de la boca de éste salen unos gritos desgarradores: — ¡Aquí Batallón! ¡Aquí Batallón! ¡Aquí Batallón! —repite desesperado una y otra vez.
El perro, un valiente y poderoso mastín leonés, que se encontraba a unos 100 metros cuidando el rebaño de cabras, se acerca rápido, saltando urces y escobas, y dando fuertes ladridos, que no asustan al oso; pero la fiera deja colgando sus negros y peludos perendengues al alcance de la boca del mastín. Batallón clava en ellos sus colmillos y los muerde con saña una y otra vez y llena sus “cojones ” de profundos cortes.
El oso, al sentir el dolor causado por las dentelladas del perro en sus cataplines, aprieta sus mandíbulas con rabia sobre la abarca, tira con fuerza y arranca el dedo gordo de Benigno en el que había clavado uno de sus colmillos y también se lleva la abarca sujeta por débiles correas de cuero y el calcetín de lana negra.
Batallón, muy valiente, no cede, sigue dando bocados sobre los testículos del oso. La sangre fluye a borbotones por las profundas heridas y el oso, mordido en sus partes nobles, deja a Benigno, le da unos zarpazos al mastín, pero éste ágil como el viento y acostumbrado a correr tras los lobos, se aparta, para no ser alcanzado. La enorme fiera se pierde entre los arbustos dando grandes alaridos y dejando un rastro de sangre. Días más tarde, un olor nauseabundo, en el monte del Bidulón, señala los andrajos (restos) de un oso comido por los lobos.
Otros pastores, que se encuentran en los alrededores cuidando sus vacas, oyen los gritos desesperados del muchacho y los ladridos atemorizados del perro persiguiendo la fiera hacia el valle de Candaneo. Todos acuden rápidos al lugar del suceso y se temen lo peor. Bajan a Benigno del árbol, que continúa aferrado con fuerza a unas ramas. Una chica, llamada Estefanía, rompe un trozo de su saya, envuelve con él los restos del dedo y lo ata con un hilo de lana. La sangre poco a poco deja de fluir con intensidad.
Los pastores acercan el muchacho al pueblo, montado en un burro, que una persona mayor había llevado para volver a su casa al final de la jornada. Un joven mozo, que ha ganado varias carreras de rosca en las fiestas, va a Riello, todo lo rápido que le permiten sus piernas, y avisa al médico de la comarca. Éste coge su maletín y acude pronto a Rosales, llega montado en un caballo rojo, que tiene una estrella blanca en la cabeza.
El médico revisa la herida. Le da a Benigno un palo de avellano para que muerda cuando sienta el dolor. Le corta con unas tijeras los restos de carne destrozados, le da unas puntadas para detener la hemorragia y, con un cuchillo, al rojo vivo, le cauteriza la herida. El muchacho siente un dolor intenso, grita con todas sus fuerzas y clava sus dientes en el trozo de palo.
Poco a poco el dolor cede por los calmantes suministrados por el doctor. Se acuesta y toma en la cama un vaso de leche caliente, recién ordeñada. Cuenta a sus padres y hermanos lo que le había pasado. Se tranquiliza, y pronto... se queda dormido. La fortaleza de estos rudos y robustos jóvenes de Omaña le ayuda a curar en unos días la herida.
La noticia recorre las pequeñas aldeas de Omaña. Los hechos se exageran al pasar de boca en boca y con el transcurrir de los años esta anécdota se olvida. Pero siempre quedan algunos detalles en la memoria de estas humildes gentes, que ya han excolumbrado los 75 años.
Sobre esto se desconoce la fecha exacta en que aconteció; pero sí a través de la legendaria tradición se sabe y trato el hecho como el legado de información y acontecimientos sabemos, sin lugar a dudas, que fue verídico y ocurrió en el monte de arriba, de utilidad pública
Fuente Jose y Santiago Otero Diez
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
DANY, me gustan estos relatos....