ROSALES: jajajajaaaaaaaaaaaaa que bueno Dany!

La mayoría de las veces eran las mujeres, las chicas o los niños del pueblo los que pastoreaban los ganados en los montes del entorno. En esta ocasión Ermelinda y Lidia acompañaban el rebaño de cabras. Las dos muchachas de 20 y 18 años salen detrás de la manada, la retienen al lado de la Iglesia, hasta que llegan todas las cabras de la pequeña aldea.
— ¿Por qué no las llevamos hoy por los rastrojos hasta las Demonda? Y después por ladera que hay detrás de los prados de las Fuentes y los Huelmos bajamos hasta la biera de Placido y tu madre. Allí sesteamos entre las urces altas, comemos la merienda y regresamos al pueblo por el mismo camino, —comenta Ermelida, la madre de Jesusín.
—Si tú estás conforme, a mí me parece bien, —contesta Lidia.
Al pasar por el Riveiro se encuentran con el Mosco. Este hombre, ya mayor, estaba haciendo grandes esfuerzos para montar sobre el caballo, pero no lo conseguía. Francisco vivía en el Corrillo, en la casa de Gelo, y era el padre de Vitalia, Donata...
— ¡Ay rapacicas! vosotras tenéis cara de buenas, —les dice El Mosco. Él no sabía que eran muy juerguistas y no terminaban una travesura cuando ya estaban pensando en la siguiente.
— ¿Chicas me ayudáis a subir al caballo? Este cabrón quiere ir a comer y no para quieto un momento para que me pueda montar, —les dice Francisco, apodado el Mosco.
— ¿Cómo no? ¡Ahora mismo te subimos Francisco! ¿Bueno, y cómo te ponemos encima? —le comentan ellas.
Francisco, aunque era un hombre de poca estatura y escaso en carnes, pesaba para las fuerzas de las jóvenes muchachas.
—Yo me coloco en esa orilla del camino que está un poco más alta, luego acercáis el caballo, me tumbáis sobre la albarda, y yo ya intentaré pasar la pata para el otro lado, —añade el Mosco.
Las dos muchachas colocan el caballo cerca de la orilla, y reuniendo todas sus fuerzas lo tercian encima del rocín, pero el Mosco no podía pasar su pata derecha al otro costado del noble animal. Las dos se morían de risa, viendo a Francisco (unos 78 años) en esa grotesca posición sobre el lomo del caballo y realizando ímprobos esfuerzos para colocar la pierna derecha al lado contrario.
— ¡Ya no puedo más! ¡estoy agotado! ¡chicas los años no perdonan! y, además, el reuma me tiene inútil. Ahora, si hacéis el favor, me echáis esta pierna para el otro lado, —les dice el Mosco.
Y Ermelinda, unos años mayor que Lidia, muy noble, sencilla, campechana, amiga de la juerga, pero algo brutota, lo agarró por la pierna derecha y empujó al Mosco con fuerza. Francisco estaba desprevenido, no se agarró a la albarda y dio con sus maltrechos huesos en las rocas del camino.
Lidia y Ermelinda, se asustaron. Y detrás de las cabras se marcharon corriendo hacia las Demonda. El Mosco quedó gritando entre las patas del caballo. Profiriendo contra ellas miles palabrotas, ¡y de las gordas!
— ¡Llevó un jostrazo! ¡un jostrazo terrible! Yo ataqué correr detrás de las cabras. ¡Anda, que igual se muere y ahora nos echan la culpa a nosotras! —me comenta mi madre Lidia.
El Mosco, entre las patas del caballo, gritaba desesperadamente: — ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío! Sálvame de ésta, que en otra no me meto. Éstas malas, malas muchachas, me han matado. Cuando las pille, ya les asentaré mi cayado en las costillas.
Por suerte para Francisco, Vicente Otero estaba cerca, venía de las Fuentes y al oír los gritos del Mosco, se acercó rápido, lo levantó del suelo y le sacudió el polvo del camino. Lo agarró por la cintura con sus fuertes manos, y como quien coloca un... lo puso sobre el caballo y lo acompañó hasta su casa. Varias contusiones por su cuerpo, que desaparecieron pronto, fueron el precio de la caída y la broma de las chicas. Las gentes de los pueblos de la Lomba son duras y recias; muy acostumbradas al trabajo diario en el campo y soportan con buen humor todos los contratiempos.
Pero, Lidia y Ermelinda, dos muchachas acostumbradas a corretear por los matorrales, senderos y caminos polvorientos del pueblo, se movían como pez en el agua por esos vericuetos, y detrás de las cabras, escolumbraron, a todo correr, el campar de las Campazas hacia las tierras del Felichal.
Las cabras recorrieron el camino previsto por las pastoras. Éstas caminaban detrás riendo sus bromas, en ocasiones pesadas. Sestearon. Comieron la merienda. Y a media tarde por la Collada subieron a las tierras de las Donzal, donde se encontraron con Laudina y Adoración pastoreando las ovejas, otras dos de la misma pasta. Les contaron el incidente con el Mosco. Las cuatro no podían contener la risa. Los rebaños se mezclaron y lentamente caminaban juntos hacia el pueblo pastando la hierba reseca de los matorrales y las espigas granadas de los rastrojos.
Y para terminar el día vieron al tío Eloy, el abuelo de Abilio, que llegaba del Castillo por las tierras de las Donzal montado en su Pepa. Y como siempre que venía de este pueblo, traía encima algunos vasos de clarete.
La burra, maestra en hacer equilibrios, cuando el jinete se torcía para un lado, ella se iba al mismo lado abriendo sus cortas patas y evitando que Eloy diese con sus huesos en el suelo. El jinete reaccionaba y se inclinaba hacia el otro lado. — ¡Tente Pepa! —gritaba Eloy en ese momento. Y así la pequeña burra recorría el polvoriento camino pasando de una rodera a la otra.
—Hola Eloy, —le dicen las muchachas al pasar a su lado, pero en esta ocasión, cosa rara, no les hizo ni caso. Anda que no era este buen hombre amigo de la juerga. Siempre tenía alguna gracia o chiste que contar a los que estaban a su lado.
Ermelinda, Lidia, Adoración y Laudina caminaban unos pasos detrás. Y yo pienso que ellas recorrían el camino imitando los gestos del jinete.
—Ahora se cae al suelo. ¡Allá va! ¡Míralo! —comentaban entre risas las muchachas. Pero la pequeña burra ya sabía como contrarrestar las profundas reverencias de su dueño hacia un lado y hacia el otro.
Por fin el jinete y su burra llegan a la Fontanilla.
Las chicas, desde Farulla, exclamaban entre risas: — ¡Ahora va al infierno! ¡Míralo! ¡Allá va con la burra! ¡Qué se cae! ¡Se va al ortigal! ¡Pero nada! Eloy continuaba sobre la Pepa. Y cuando ya su cabeza se acercaba al suelo, milagrosamente o ayudado por los equilibrios de la burra, se incorporaba y se torcía hacia el lado contrario. Y así la Pepa lo llevó a su casa en el barrio del Oseo.
Yo creo que ese día las cabras y las ovejas fueron para donde les parecía; bueno, los perros atentos, impidieron que entrasen en las linares sembradas o los prados con otoño. Las cuatro muchachas estaban riendo a carcajadas los sucesos, que sus ojos contemplaron ese día, y otros que ellas habían vivido en sus relaciones con los mozos del pueblo.
Y como en todos estos relatos los personajes y lugares de esta historia fueron o son reales, pero el desarrollo de los hechos puede haber cambiado algo con el paso de los años.
Fuente Jose y Santiago Otero Diez

jajajajaaaaaaaaaaaaa que bueno Dany!