ROSALES: con estos relatos vamos a conocer tu pueblo y sus alrededores...

Era una cálida mañana del mes de junio del año 1945. Una vez tomado en el desayuno un plato de patatas cocidas y un tazón de leche migada con pan de centeno, Vicente mete en el zurrón unos mendrugos de pan, un chorizo, un torrezno de tocino y unas gruesas lonchas de jamón, todo ello envuelto con un papel de periódico viejo.
Se acerca a la corte, abre la cancilla y las cabras, ya dispuestas y con ganas de abandonar el redil, salen de casa. Llama a Tabaco, “perro muy listo” y compañero inseparable. Calle abajo se van incorporando las cabras, castrones y cabritos de otros vecinos de la pequeña aldea. Llegados los dos pastores, Vicente y Jesús, al campar del Cardoso esperan unos minutos, faltan las cabras de Fortunato. María, su mujer, no hoyó la llamada de Presenta. Éstas arreadas por Sindo, uno de los hijos, se incorporan al rebaño.
—Jesús, ¿llevamos hoy las cabras a sestear al Velleyo? —le dice Vicente.
—A mi me gusta mucho ese sitio. Se duerme bien a la sombra de los robles, —comenta Jesús.
Los dos pastores comienzan a andar por el camino de los carros. Las más de 650 cabras, castrones y cabritos del rebaño les siguen lentamente y mordisquean en los matos (ribazos) de la orilla del camino y tierras centenales de barbecho las hojas de roble y los brotes tiernos de las escobas y urces. Algunas cabras saltan las paredes de las llamas de Campovalle y entran en los prados recién segados. Una señal a Tabaco y éste las saca en un abrir y cerrar de ojos y las vuelve al rebaño. Por el campar de las Cortinas bajan al valle de la Llera. En el torrente de aguas cristalinas, que corre por el cauce en verano, las cabras se atiborran de agua fresca.
Suben la ladera de la sierra comiendo los brotes jóvenes de las hojas de robles, de urces (brezos) y de escobas; por la vallina de Muzalgueiro acceden a una loma vieja y desgastada y sobre la una llegan con sus panzas llenas a la sierra denominada la Salsa.
Cruzan ésta hacia el valle de Ponjos y a la sombra de los viejos robles del Valleyo las cabras se tumban durante unas horas en los sesteaderos. El ganado rumia, reposa y descansa.
Son las dos de la tarde. Los pastores, Vicente y el joven Jesús, aprovechan para comer la merienda y dar los restos al perro, que les mira con ojos pedigüeños, éste coge al vuelo los escasos y duros mendrugos de pan de centeno que los pastores le lanzan.
El Sol en lo más alto del cielo calienta con fuerza.
—Échate aquí rapaz, hoy vamos a dormir una buena siesta, hace mucho calor y las cabras no se moverán hasta pasadas las 5 de la tarde —le dice Vicente a su compañero.
A la fresca y agradable sombra de unos viejos rebollos se tumban los dos. Colocan sus jerséis de almohada y muy pronto ambos se quedan profundamente dormidos. Descansan plácidamente sobre el frescor de la escasa hierba verde del suelo.
Sobre las 4 de la tarde un pequeño “tajo” (hato) de cabras, una tras otra, abandonan sus camas, comienzan a dejar la sombra de los robles. Todo el rebaño las sigue. Cruzan la Salsa hacía el pueblo y por las Mayadas bajan al valle de Ricuevas pastando entre los matorrales. Apagan su sed en las fuentes de aguas frías de la vallina de Ricuevas. Lentamente caminando por el campar de Trigal, llegan a Santa Colomba. Unas cabras se tumban, otras descansan y rumian, y las menos mordisquean los robles y escobas de la orilla del monte.
Vicente y Jesús se despiertan. Estiran su cuerpo. Se desperezan... Miran a su alrededor y no ven una cabra. Solo el perro les acompaña.
— ¿Dónde está el rebaño? —se preguntan los pastores al unísono. El fiero mastín, que defiende las cabras de los lobos, tampoco está.
Los dos cruzan apresuradamente la Salsa con el miedo en las entrañas y ven las cabras tumbadas en el teso de Santa Colomba.
Bajan dando grandes zancadas entre los arbustos al campar de Ricuevas por la loma que hay entre los Tagarros y Sosiellas. En dos saltos llegan al valle de Trigal.
Jesús camina delante. Vicente está ya agotado. No puede más, le sigue unos pasos detrás y se sienta en la orilla del camino.
—Corre rapaz, las cabras pueden entrar en los prados con hierba. Tú eres joven y puedes hacerlo, yo ya no puedo más, —le dice Vicente.
Jesús por el camino polvoriento de los carros se dirige a Santa Colomba, todo lo rápido que sus cansadas piernas le permiten. El rebaño sestea aún en la loma, pero un tajo de cabras ha salido del mismo y ha saltado la pared de las llamas de las Cortinas y pasta entre la hierba verde.
Jesús le dice al perro que le acompaña: — ¡Tabaco, mira donde están esas cabras! ¡Sácalas enseguida del prado! —Éste sale como una centella, salta la pared, y, en menos que canta un gallo, las cabras vuelven al teso de Santa Colomba.
Vicente llega al teso, se acerca al prado y mira el daño que las cabras han hecho en la llama de Corsino.
—Las cabras han pisoteado la hierba. Me va regañar el dueño y me pedirá que le ayude a segar el prado. La hierba aplastada por las cabras se corta muy mal con el gadaño, —comenta Vicente.
El rebaño se entretiene entre los arbustos del teso pastando los roídos robles. Cuando el sol se esconde detrás de los montes, los pastores, por el camino de carros, se dirigen al pueblo; detrás las cabras caminan pausadamente por los senderos y, cuando las sombras del Cueto cubren el pueblo y llegan a las tierras de la Ardemonda, las cabras, cabritos y castrones entran en los rediles de las casas.
Fuente Jose y Santiago Otero Diez

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