En los albores del siglo XX los mozos y las mozas de Rosales aprovechaban cualquier acontecimiento para celebrar una pequeña y animada velada nocturna. Y aunque los padres y abuelos, digamos lo contrario a los hijos y nietos, ya celebrábamos las juergas hasta altas horas de la noche y también había botellón.
Cierto día del mes de febrero varias mozas del pueblo, entre las que se encontraban: Gunda, Lidia, Clara, María, Concha, Laudina, Teresa, Ermelinda, Filomena, Esther, Concepción, Carmina, Visita, Benilde, la más joven, pero muy amiga ya de las fiestas... y otras que mi madre ya no recuerda sus nombres; se reunieron para preparar una caldera de sabrosas migas de pan de centeno en la casa la tía Dolores, la madre de Ignacia. Dolores, mujer pequeñita, llevaba la alegría en las venas de su cuerpo, le gustaba la juerga y era muy amiga de ayudar a la cigüeña cuando llegaba al pueblo.
Esta buena mujer tenía la casa en el barrio del Oseo. Se subía al corredor de la vivienda por una escalera realizada con piedras largas del lugar, de éste se pasaba a la ennegrecida cocina por una amplia puerta de roble. En una esquina de esta habitación se hallaba el llar, rodeado por 3 bancos con respaldo colocados uno en cada costado.
Las chicas, en esta ocasión, colaboraron con las hogazas de pan, unos torreznos de tocino o panceta, la manteca de cerdo... y los jóvenes compraron una cántara de vino tinto en el Castillo y un kilo azúcar. Terminaron la velada con un animado baile al son de la pandereta, que Ermelinda y Teresa tocaban como los ángeles.
Lo primero que hicieron las mozas de Rosales fue picar para unas cestas de mimbre blanco trocitos muy pequeños de las rebanadas de pan de las hogazas. En una pequeña caldera de cobre, colocada en la trébede sobre el fuego del llar, depositaron unas lonchas de tocino y manteca de cerdo y lo pusieron todo a derretir. A continuación poco a poco fueron vertiendo sobre la grasa hirviendo las migas de pan y las revolvían con una cuchara grande de palo hecha de una rama de urz. Las migas ya estaban fritas y aderezadas con unos trozos de tocino crujiente y dorado.
¡Las migas tenían una pinta deliciosa!
Y hacia la mitad de la década de los años 1930, el Mosco, amigo de oler lo que se guisaba en todas las casas del pueblo, abrió la puerta, asomó la cabeza con precaución, por si se escapaba algún sartenazo sobre su cabeza y desde el dintel comentó: — ¡rapazas aquí huele bien! ¡a cosa rica!
—Pasa Francisco, estas mujeres no muerden, —le dice desde dentro una voz fresca y clara.
Las mozas ya se temían que este hombre, ya mayor, apareciese por la puerta; metía las narices en todos los fregados. Nadie le quería, pero como en su casa no sobraba nada, en algún domicilio caía algo que llevar a su triste estómago.
—Chicas, ¡qué migas tan deliciosas... estáis preparando! Unas poquitas, sólo una pequeña embuciada, sólo una, para probarlas nada más, ya me daréis, —les dice el Mosco con voz melosa.
Concepción, buena cocinera a pesar de su deformación física, tenía muy buen humor y pensó que no le iba a hacerle caso le dijo:
—Acércate Francisco. Si quieres migas, mete la mano en la caldera y coge un buen puñado, todas las que puedas, ya tienen unos trozos de panceta frita y no están muy calientes, ya llevan un buen rato apartadas del fuego.
Ante la sorpresa y las risas maliciosas de las chicas, el Mosco, sin pensarlo dos veces, metió su ruda mano en la caldera e intentó coger una buena embuciada. La grasa aún hirviendo le quemó su callosa mano.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¡Me he aburado la mano! ¡No corráis sinvergüenzas que os voy a medir las espaldas con mi cayado! ¡Sois malas, malas, muy malas! —gritaba fuertemente con su voz rota por la edad.
Y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo se lío a cayadazos con las mozas dentro de la cocina. Constantino, el dueño de la casa, lo detuvo. El Mosco corrió escaleras abajo escupiendo palabrotas, que no me atrevo a escribir, y con su cayado intentaba darles unos buenos garrotazos, pero ellas, más rápidas y ágiles, se escaparon saltando las escaleras de tres en tres y se perdieron por las calles del Oseo o se escondieron detrás de las paredes, o en las esquinas de las casas del barrio...
El Mosco las siguió por las calles con el cayado dispuesto y dando unos gritos amenazadores y dolorosos.
¿Pero, quién las pillaba? Eran unas muchachas ágiles como el viento, con ganas de diversión. Ellas lo esperaban muertas de risa en las esquinas de las casas o detrás de las paredes. Los mozos jóvenes, que estaban en el Bailadero canturreando, mientras esperaban las migas, se unieron a la fiesta. Corrían tras las chicas y las sujetaban para que el Mosco les diese con su cayado, pero al acercarse éste, las soltaban. Cuando el Mosco se cansó de correr detrás de las muchachas, que fue pronto, triste y cabizbajo se marchó a su casa. Los mozos y las mozas entraron en la cocina de Dolores, dieron buena cuenta de las migas y el vino y terminaron la velada con un animado baile.
La noticia recorrió el pueblo de una esquina a otra. Al día siguiente Purifica le decía al Mosco: — ¡ah compañero! tú sabes muy bien revolver las migas con la mano. Esta tarde vamos a hacer una buena calderada en mi casa, tenemos unas hogazas de pan duro, son para todos los vecinos del pueblo. Francisco estás invitado, pero las tienes que revolver con la mano, yo no tengo cucharón y tú ya tienes experiencia en cocinar estos platos.
Este hombre, tenía para comer, no mucho. Y con frecuencia se pasaba por una casa del pueblo, y comía lo que le daban, si sobraba algo.
Los vecinos de Rosales y de la Lomba en esas fechas ¡eran muy generosos! y compartían lo poco que tenían con otras personas del pueblo. Lo he visto en la casa de mis padres y en los domicilios de otras gentes de la pequeña aldea. En esta ocasión vuelve a mi memoria, con mucho cariño, una niña de Santo Domingo, llamada Elisabet que pasó por mi clase de Lope de Vega en Basauri y me decía con su voz tierna y delicada: —«Profe, en mi país si uno no tiene una noche qué cenar, va a la casa de la vecina y ésta comparte lo poco que ella tiene. ¡Aún hoy unas lágrimas resbalan por mis mejillas!»
Este personaje del pueblo era muy famoso. Otro día el Mosco entra en el corral de la casa de Valeriano, situada en el centro de la Solana, junto a la casa de Corsino. La señora Nicolasa, lo ve cruzar el corral y subir pausadamente las escaleras de piedra.
—El Mosco ya viene a... ¡yo no tengo para mis hijos! ¿cómo voy a darle a él? ¡ya puede esperar hoy la cena! Sentaos en los escaños alrededor del fuego y haced como que estáis rezando el Santo Rosario, —les dice Nicolasa a los miembros de su familia.
El Mosco abre la puerta. Contempla a los hijos y a Valeriano en silencio y sentados entorno al fuego y escucha la voz alta y clara de Nicolasa: —once mil salves a las once mil vírgenes del Universo —y comienzan todos a rezar: —Dios te salve, Reina y Madre...
Cierra con fuerza la puerta, huye escaleras abajo y grita: — ¡anda que os den morcilla! ¡aquí hoy sólo hay rezos para cenar!
"El Mosco": todos los apodos tienen una pequeña historia detrás. Este apodo se lo debe a su madre Mónica, al hablar de su pequeño hijo Francisco, comentaba: –”mi hijo es como una mosca, tan pronto aparece como desaparece”. Adolfo, su nieto, me comentó: —«el mote era debido a que en las carreras de rosca corría como una mosca». Y cuando fue mayor, los vecinos le llamaron EL MOSCO. A la cara nadie se lo llamaba, porque tenía muy mal genio y montaba una escandalera por unas pajas. Era un hombre pequeño y escaso de carnes. Muy quisquilloso. Amigo de meter las narices en todas las casas del pueblo, por lo que se había buscado varios enemigos. En su casa no le faltaba que comer, pero estaba mejor lo de los vecinos.
Fuente Jose y Santiago Otero Diez
Cierto día del mes de febrero varias mozas del pueblo, entre las que se encontraban: Gunda, Lidia, Clara, María, Concha, Laudina, Teresa, Ermelinda, Filomena, Esther, Concepción, Carmina, Visita, Benilde, la más joven, pero muy amiga ya de las fiestas... y otras que mi madre ya no recuerda sus nombres; se reunieron para preparar una caldera de sabrosas migas de pan de centeno en la casa la tía Dolores, la madre de Ignacia. Dolores, mujer pequeñita, llevaba la alegría en las venas de su cuerpo, le gustaba la juerga y era muy amiga de ayudar a la cigüeña cuando llegaba al pueblo.
Esta buena mujer tenía la casa en el barrio del Oseo. Se subía al corredor de la vivienda por una escalera realizada con piedras largas del lugar, de éste se pasaba a la ennegrecida cocina por una amplia puerta de roble. En una esquina de esta habitación se hallaba el llar, rodeado por 3 bancos con respaldo colocados uno en cada costado.
Las chicas, en esta ocasión, colaboraron con las hogazas de pan, unos torreznos de tocino o panceta, la manteca de cerdo... y los jóvenes compraron una cántara de vino tinto en el Castillo y un kilo azúcar. Terminaron la velada con un animado baile al son de la pandereta, que Ermelinda y Teresa tocaban como los ángeles.
Lo primero que hicieron las mozas de Rosales fue picar para unas cestas de mimbre blanco trocitos muy pequeños de las rebanadas de pan de las hogazas. En una pequeña caldera de cobre, colocada en la trébede sobre el fuego del llar, depositaron unas lonchas de tocino y manteca de cerdo y lo pusieron todo a derretir. A continuación poco a poco fueron vertiendo sobre la grasa hirviendo las migas de pan y las revolvían con una cuchara grande de palo hecha de una rama de urz. Las migas ya estaban fritas y aderezadas con unos trozos de tocino crujiente y dorado.
¡Las migas tenían una pinta deliciosa!
Y hacia la mitad de la década de los años 1930, el Mosco, amigo de oler lo que se guisaba en todas las casas del pueblo, abrió la puerta, asomó la cabeza con precaución, por si se escapaba algún sartenazo sobre su cabeza y desde el dintel comentó: — ¡rapazas aquí huele bien! ¡a cosa rica!
—Pasa Francisco, estas mujeres no muerden, —le dice desde dentro una voz fresca y clara.
Las mozas ya se temían que este hombre, ya mayor, apareciese por la puerta; metía las narices en todos los fregados. Nadie le quería, pero como en su casa no sobraba nada, en algún domicilio caía algo que llevar a su triste estómago.
—Chicas, ¡qué migas tan deliciosas... estáis preparando! Unas poquitas, sólo una pequeña embuciada, sólo una, para probarlas nada más, ya me daréis, —les dice el Mosco con voz melosa.
Concepción, buena cocinera a pesar de su deformación física, tenía muy buen humor y pensó que no le iba a hacerle caso le dijo:
—Acércate Francisco. Si quieres migas, mete la mano en la caldera y coge un buen puñado, todas las que puedas, ya tienen unos trozos de panceta frita y no están muy calientes, ya llevan un buen rato apartadas del fuego.
Ante la sorpresa y las risas maliciosas de las chicas, el Mosco, sin pensarlo dos veces, metió su ruda mano en la caldera e intentó coger una buena embuciada. La grasa aún hirviendo le quemó su callosa mano.
— ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¡Me he aburado la mano! ¡No corráis sinvergüenzas que os voy a medir las espaldas con mi cayado! ¡Sois malas, malas, muy malas! —gritaba fuertemente con su voz rota por la edad.
Y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo se lío a cayadazos con las mozas dentro de la cocina. Constantino, el dueño de la casa, lo detuvo. El Mosco corrió escaleras abajo escupiendo palabrotas, que no me atrevo a escribir, y con su cayado intentaba darles unos buenos garrotazos, pero ellas, más rápidas y ágiles, se escaparon saltando las escaleras de tres en tres y se perdieron por las calles del Oseo o se escondieron detrás de las paredes, o en las esquinas de las casas del barrio...
El Mosco las siguió por las calles con el cayado dispuesto y dando unos gritos amenazadores y dolorosos.
¿Pero, quién las pillaba? Eran unas muchachas ágiles como el viento, con ganas de diversión. Ellas lo esperaban muertas de risa en las esquinas de las casas o detrás de las paredes. Los mozos jóvenes, que estaban en el Bailadero canturreando, mientras esperaban las migas, se unieron a la fiesta. Corrían tras las chicas y las sujetaban para que el Mosco les diese con su cayado, pero al acercarse éste, las soltaban. Cuando el Mosco se cansó de correr detrás de las muchachas, que fue pronto, triste y cabizbajo se marchó a su casa. Los mozos y las mozas entraron en la cocina de Dolores, dieron buena cuenta de las migas y el vino y terminaron la velada con un animado baile.
La noticia recorrió el pueblo de una esquina a otra. Al día siguiente Purifica le decía al Mosco: — ¡ah compañero! tú sabes muy bien revolver las migas con la mano. Esta tarde vamos a hacer una buena calderada en mi casa, tenemos unas hogazas de pan duro, son para todos los vecinos del pueblo. Francisco estás invitado, pero las tienes que revolver con la mano, yo no tengo cucharón y tú ya tienes experiencia en cocinar estos platos.
Este hombre, tenía para comer, no mucho. Y con frecuencia se pasaba por una casa del pueblo, y comía lo que le daban, si sobraba algo.
Los vecinos de Rosales y de la Lomba en esas fechas ¡eran muy generosos! y compartían lo poco que tenían con otras personas del pueblo. Lo he visto en la casa de mis padres y en los domicilios de otras gentes de la pequeña aldea. En esta ocasión vuelve a mi memoria, con mucho cariño, una niña de Santo Domingo, llamada Elisabet que pasó por mi clase de Lope de Vega en Basauri y me decía con su voz tierna y delicada: —«Profe, en mi país si uno no tiene una noche qué cenar, va a la casa de la vecina y ésta comparte lo poco que ella tiene. ¡Aún hoy unas lágrimas resbalan por mis mejillas!»
Este personaje del pueblo era muy famoso. Otro día el Mosco entra en el corral de la casa de Valeriano, situada en el centro de la Solana, junto a la casa de Corsino. La señora Nicolasa, lo ve cruzar el corral y subir pausadamente las escaleras de piedra.
—El Mosco ya viene a... ¡yo no tengo para mis hijos! ¿cómo voy a darle a él? ¡ya puede esperar hoy la cena! Sentaos en los escaños alrededor del fuego y haced como que estáis rezando el Santo Rosario, —les dice Nicolasa a los miembros de su familia.
El Mosco abre la puerta. Contempla a los hijos y a Valeriano en silencio y sentados entorno al fuego y escucha la voz alta y clara de Nicolasa: —once mil salves a las once mil vírgenes del Universo —y comienzan todos a rezar: —Dios te salve, Reina y Madre...
Cierra con fuerza la puerta, huye escaleras abajo y grita: — ¡anda que os den morcilla! ¡aquí hoy sólo hay rezos para cenar!
"El Mosco": todos los apodos tienen una pequeña historia detrás. Este apodo se lo debe a su madre Mónica, al hablar de su pequeño hijo Francisco, comentaba: –”mi hijo es como una mosca, tan pronto aparece como desaparece”. Adolfo, su nieto, me comentó: —«el mote era debido a que en las carreras de rosca corría como una mosca». Y cuando fue mayor, los vecinos le llamaron EL MOSCO. A la cara nadie se lo llamaba, porque tenía muy mal genio y montaba una escandalera por unas pajas. Era un hombre pequeño y escaso de carnes. Muy quisquilloso. Amigo de meter las narices en todas las casas del pueblo, por lo que se había buscado varios enemigos. En su casa no le faltaba que comer, pero estaba mejor lo de los vecinos.
Fuente Jose y Santiago Otero Diez
Pues me da pena el Mosco, vaya malas, malísimas las mozas!
..... ¡Pues vaya frescolín y malas pulgas que era el Mosco!.... se lo tenía merecido... yo estoy de parte de las mozas... (qué mala... je, je, je)
A ver PRIMI, vamos por partes...... osease te da látima el oso y el pobre y muerto de hambre Mosco no?... cojines! que las muy..... le hicieron que metiera la mano en aquello que estaba hirviendo!..... (que conste que estuve muchos años de socia en lo de Protectores de animales, y estoy en contra de que se les haga daño, ya no hablo del maltrato.
2 besines, malísima!
2 besines, malísima!
Pues sí me da pena el oso, porque se llevó la peor parte aun cuando ambos defendían lo suyo.. el derecho a comer. El oso si ataca al ganado es porque no puede resolver sus necesidades en su hábitat natural que desde tiempos inmemoriales otra especie bípeda ha invadido, se ha apoderado y empoderado de él, además de modificarlo y alterarlo... en definitiva, es el hambre de uno versus el hambre del otro... pero ese uno no usa armas ni embosca con malicia, el oso sólamente defendió su vida.
Por otra parte, el Mosco no me da mi una pizca de pena porque no es tan muerto de hambre, no tenía mucho pero algo tenía. Estaba acostumbrado a lo que por aquí llamamos "machetear" de casa en casa. No consideraba que los tiempos eran difíciles para todos y se aprovechaba de la buena voluntad de la gente. Recuerda cuando fue a ver que le daban de cenar en una casa y la señora al verlo llegar pensó cómo le voy a dar a éste... si apenas puedo darles de cenar a mis hijos... y los puso a rezar.. el Mosco al ver la escena, se fué bastante molesto.... Por otra parte, aparte de frescolín y malas pulgas... era bastante cochinito... ¡mira que meter las manos a las migas sin lavárselas siquiera!... por lo menos con lo calientes que estaban le quedaron esterilizadas... y no debió dolerle mucho cuando las emprendió a garrotazos contra las niñas... ¡frescos hay en todos lados... pero éste.....!
... Bueno primi... como dicen... diferencias hay hasta en las mejores familias... te mando un besote malulón y un abrazo de oso... ji, ji, ji
Por otra parte, el Mosco no me da mi una pizca de pena porque no es tan muerto de hambre, no tenía mucho pero algo tenía. Estaba acostumbrado a lo que por aquí llamamos "machetear" de casa en casa. No consideraba que los tiempos eran difíciles para todos y se aprovechaba de la buena voluntad de la gente. Recuerda cuando fue a ver que le daban de cenar en una casa y la señora al verlo llegar pensó cómo le voy a dar a éste... si apenas puedo darles de cenar a mis hijos... y los puso a rezar.. el Mosco al ver la escena, se fué bastante molesto.... Por otra parte, aparte de frescolín y malas pulgas... era bastante cochinito... ¡mira que meter las manos a las migas sin lavárselas siquiera!... por lo menos con lo calientes que estaban le quedaron esterilizadas... y no debió dolerle mucho cuando las emprendió a garrotazos contra las niñas... ¡frescos hay en todos lados... pero éste.....!
... Bueno primi... como dicen... diferencias hay hasta en las mejores familias... te mando un besote malulón y un abrazo de oso... ji, ji, ji