Ambos reanudan el trabajo. —Vamos Romero, adelante Bardín, —les pica
con la aguijada Juseph. Surco tras surco, con la pareja de bueyes,
que arrastra con fuerza el arado, ya está casi terminando su trozo de
tierra y acercándose al trozo donde había comenzado María con su pareja,
y a ésta le falta muy poco para llegar a la cimera de la tierra.
En esto… el marido se lleva un tremendo susto. Romero se hunde en
la tierra, en un gran carcavón que casi le cubre. El otro animal se
aparta, pero su cabeza queda mordiendo el polvo de la tierra y sujeta
al yugo a punto de caer también al hoyo encima de Romero. Joseph actúa
rápido y le grita al buey: —Tente Bardín, —le suelta la cornal, que lo
sujeta al yugo, y lo deja libre. También suelta la cornal y le quita el
yugo a Romero.- ¡Tranquilo Romero! —le grita varias veces Juseph.
¡El marido no puede articular palabra! Coloca las manos a la cabeza.
¡No sabe qué hacer! Su rostro ha cambiado de color, y se queda blanco
como una pared encalada. María acude rápida al lugar del suceso y
grita una y otra vez:
— ¡Dios mío, que ha pasado! ¡Dios mío, que ha pasado! ¿Cómo sacamos
a Romero del agujero?
— ¡Tranquila mujer y no te asustes! Míralo. No le ha pasado nada a
éste, —le contesta Juseph —parece que está muy sosegado y quieto.
Romero tiene algún leve rasguño en un costado, pero nada más. A Bardín
no le veo nada.
Varios agricultores de las cercanías acuden al lugar; entre ellos está
Octavio, un vecino sencillo, muy respetado en el pueblo y con mucha idea
para solucionar situaciones difíciles, y comenta:
—lo primero es sacar al buey. Vete a casa —le dice a Juseph —y traes
un azadón, la pala, una azada para cavar y hacer una pequeña rampa. No
olvides la soga y avisa a algún vecino mas con buena fuerza. Tú,
María, colócate cerca de Romero para que el buey esté tranquilo. ¡Qué
no se mueva mucho! Estas cuevas son traicioneras y puede hundirse más.
En unos momentos la tierra se llena de hombres y varias mujeres
curiosas, que no quieren perderse un detalle del suceso.
—Y vosotros no os acerquéis mucho al buey para que no se ponga nervioso,
—se dirige a los presentes Octavio. Y añade, —no os olvidéis de la vaca
del tío Ambrosio, ésta se cayó por un agujero en Ricuevas, pataleó, se
puso nerviosa, se hundió más, y al final no la hemos podido sacar. Todos
lejos del buey para que ahora no nos pase lo mismo.
(CONTINUA)
con la aguijada Juseph. Surco tras surco, con la pareja de bueyes,
que arrastra con fuerza el arado, ya está casi terminando su trozo de
tierra y acercándose al trozo donde había comenzado María con su pareja,
y a ésta le falta muy poco para llegar a la cimera de la tierra.
En esto… el marido se lleva un tremendo susto. Romero se hunde en
la tierra, en un gran carcavón que casi le cubre. El otro animal se
aparta, pero su cabeza queda mordiendo el polvo de la tierra y sujeta
al yugo a punto de caer también al hoyo encima de Romero. Joseph actúa
rápido y le grita al buey: —Tente Bardín, —le suelta la cornal, que lo
sujeta al yugo, y lo deja libre. También suelta la cornal y le quita el
yugo a Romero.- ¡Tranquilo Romero! —le grita varias veces Juseph.
¡El marido no puede articular palabra! Coloca las manos a la cabeza.
¡No sabe qué hacer! Su rostro ha cambiado de color, y se queda blanco
como una pared encalada. María acude rápida al lugar del suceso y
grita una y otra vez:
— ¡Dios mío, que ha pasado! ¡Dios mío, que ha pasado! ¿Cómo sacamos
a Romero del agujero?
— ¡Tranquila mujer y no te asustes! Míralo. No le ha pasado nada a
éste, —le contesta Juseph —parece que está muy sosegado y quieto.
Romero tiene algún leve rasguño en un costado, pero nada más. A Bardín
no le veo nada.
Varios agricultores de las cercanías acuden al lugar; entre ellos está
Octavio, un vecino sencillo, muy respetado en el pueblo y con mucha idea
para solucionar situaciones difíciles, y comenta:
—lo primero es sacar al buey. Vete a casa —le dice a Juseph —y traes
un azadón, la pala, una azada para cavar y hacer una pequeña rampa. No
olvides la soga y avisa a algún vecino mas con buena fuerza. Tú,
María, colócate cerca de Romero para que el buey esté tranquilo. ¡Qué
no se mueva mucho! Estas cuevas son traicioneras y puede hundirse más.
En unos momentos la tierra se llena de hombres y varias mujeres
curiosas, que no quieren perderse un detalle del suceso.
—Y vosotros no os acerquéis mucho al buey para que no se ponga nervioso,
—se dirige a los presentes Octavio. Y añade, —no os olvidéis de la vaca
del tío Ambrosio, ésta se cayó por un agujero en Ricuevas, pataleó, se
puso nerviosa, se hundió más, y al final no la hemos podido sacar. Todos
lejos del buey para que ahora no nos pase lo mismo.
(CONTINUA)