Extracto del relato de Jose y Santiago Otero Diez
Era uno de los últimos días del mes de mayo, del año 1750 María y
Juseph, un matrimonio del pueblo, bien avenido, se levantan cuando
las estrellas brillan sobre el limpio cielo de Rosales.
Los dos desayunan un tazón de leche migada con pan de centeno y
el marido come, además, una loncha de jamón sobre una reboja de pan.
Juseph y María uncen la pareja de vacas y la de bueyes. Juseph coloca
el arado romano sobre los yugos de ambas parejas, cogen las aguijadas
y por el camino de Calabazas pasan la Llomba, cruzan el Fueyo y el Tural
y llegan a la tierra de La Navesario. El marido coloca el arado detrás
de la pareja de los bueyes, lo sujeta al arconjo con la cabía. Se acerca
a la pareja de la mujer y hace la misma operación. Ésta está embarazada
de unos 4 ó 5 meses y su marido, muy complaciente, no la deja coger pesos
que pudeda dañar el nuevo ser, que lleva en su vientre.
Juseph y María, cuando los rayos de sol comienzan a iluminar la cima
del Cueto, sujetan fuerte la manjera, pican las pajeras y empiezan a
arar; surco tras surco han dado ya unas cuantas vueltas, la tierra
removida está fresca y húmeda.
Cuando ya han arado unas dos horas, paran las parejas, y se sientan
sobre unas piedras que había sobre la tierra sin arar.
Juseph acaricia tiernamente el vientre de su mujer y pregunta:
— ¿Cómo está hoy mi pequeñín o pequeñina?
—Éste… bien, muy calentito aquí dentro, —le dice la mujer.
Juseph toca y palpa suavemente su barriga de mujer con ambas manos.
Y María le comenta a su marido:
—Juseph, no te rías de mi, es una tontería, pero esta noche he tenido
un sueño muy extraño. Veía sobre la mesa de la cocina, con la débil
luz que desprendían los troncos del llar y los aguzos que colgaban de
la pared, unas monedas de oro. ¡Dios mío exclamé! y en ese momento me
desperté. Froté los ojos y las monedas ya no estaban. Solo tú, y el
niño, que está entre ambos en la cama, dormías plácidamente.
—No te preocupes mujer, solo ha sido un sueño, —le contesta Juseph.
Y se ríe dejándose caer hacia atrás y revolcándose entre la tierra
reseca.
—Me has prometido no reírte, pero, si… —añade su mujer.
—Los bueyes y las vacas ya han descansado un momentín, vamos a arar
otra hora y media, que luego llegan las moscas… y no dejan parar a
las parejas, y éstas pueden salir moscando y con el arado detrás,
es un peligro, —le dice su marido.
(CONTINUA)
Era uno de los últimos días del mes de mayo, del año 1750 María y
Juseph, un matrimonio del pueblo, bien avenido, se levantan cuando
las estrellas brillan sobre el limpio cielo de Rosales.
Los dos desayunan un tazón de leche migada con pan de centeno y
el marido come, además, una loncha de jamón sobre una reboja de pan.
Juseph y María uncen la pareja de vacas y la de bueyes. Juseph coloca
el arado romano sobre los yugos de ambas parejas, cogen las aguijadas
y por el camino de Calabazas pasan la Llomba, cruzan el Fueyo y el Tural
y llegan a la tierra de La Navesario. El marido coloca el arado detrás
de la pareja de los bueyes, lo sujeta al arconjo con la cabía. Se acerca
a la pareja de la mujer y hace la misma operación. Ésta está embarazada
de unos 4 ó 5 meses y su marido, muy complaciente, no la deja coger pesos
que pudeda dañar el nuevo ser, que lleva en su vientre.
Juseph y María, cuando los rayos de sol comienzan a iluminar la cima
del Cueto, sujetan fuerte la manjera, pican las pajeras y empiezan a
arar; surco tras surco han dado ya unas cuantas vueltas, la tierra
removida está fresca y húmeda.
Cuando ya han arado unas dos horas, paran las parejas, y se sientan
sobre unas piedras que había sobre la tierra sin arar.
Juseph acaricia tiernamente el vientre de su mujer y pregunta:
— ¿Cómo está hoy mi pequeñín o pequeñina?
—Éste… bien, muy calentito aquí dentro, —le dice la mujer.
Juseph toca y palpa suavemente su barriga de mujer con ambas manos.
Y María le comenta a su marido:
—Juseph, no te rías de mi, es una tontería, pero esta noche he tenido
un sueño muy extraño. Veía sobre la mesa de la cocina, con la débil
luz que desprendían los troncos del llar y los aguzos que colgaban de
la pared, unas monedas de oro. ¡Dios mío exclamé! y en ese momento me
desperté. Froté los ojos y las monedas ya no estaban. Solo tú, y el
niño, que está entre ambos en la cama, dormías plácidamente.
—No te preocupes mujer, solo ha sido un sueño, —le contesta Juseph.
Y se ríe dejándose caer hacia atrás y revolcándose entre la tierra
reseca.
—Me has prometido no reírte, pero, si… —añade su mujer.
—Los bueyes y las vacas ya han descansado un momentín, vamos a arar
otra hora y media, que luego llegan las moscas… y no dejan parar a
las parejas, y éstas pueden salir moscando y con el arado detrás,
es un peligro, —le dice su marido.
(CONTINUA)
oye pimi,,,,,,,
El Juseph este, ¿de que familia es?
Con ese nombre no recuerdo a nadie en el pueblo que nos ocupa ni en los de las inmediaciones.
El Juseph este, ¿de que familia es?
Con ese nombre no recuerdo a nadie en el pueblo que nos ocupa ni en los de las inmediaciones.
Los nombres dicen que son inventados, aunque en algunos documentos antiguos se
ve el nombre "Joseph" escrito así; lo de pasar de Joseph a Juseph es obra del acento local, me imagino.
Seguro que en el DNI de tu famoso tatatatatarabuelo, figuraba como "Athaulpho".
Ana
ve el nombre "Joseph" escrito así; lo de pasar de Joseph a Juseph es obra del acento local, me imagino.
Seguro que en el DNI de tu famoso tatatatatarabuelo, figuraba como "Athaulpho".
Ana