Juseph llega a la tierra con las herramientas y la soga. Le acompañan
algunos mozos con buena fuerza. Y unos cavando y otros retirando la
tierra, prepararon una inclinada cuesta.
Juseph ata a Romero por los cuernos con la soga y otro vecino baja al
socavón. Y así, le ayudan a salir. ¡Ves que fácil, ya está fuera! Un
vecino, llamado Manuel, experto en curar a los animales, lo mira, palpa
sus patas, toca su heridas que sangran un poco y comenta a Juseph:
—Romero está bien, no le veo nada y él no patalea, está tranquilo
cuando aprieto las diferentes parte de su cuerpo.
Manuel mira una y otra vez el pescuezo de Bardín, que es un buey
muy pacífico, y éste ni se inmuta. —Éste tampoco tiene nada,
—exclama.
Uncen los bueyes, les colocan el arado sobre el yugo y se vuelven a
su casa: a comer, descansar y olvidar el susto. María y Juseph llegan
al domicilio, atan los bueyes al pesebre y el marido les echa un cesto
de verde. Estos se ponen a comer cogiendo grandes bocados de hierba
tierna y fresca.
Juseph, muy cansado y abatido por el enorme susto se acuesta sobre
la cama. No puede dormir. Vuelven a su memoria las monedas, que en
sueños vio la mujer. Da algunas vueltas en la cana, y se levanta
pensando: —y si el sueño, que ha tenido la mujer ¿es verdad?...
Se acerca a la casa de su hermano, que está en el barrio del
Curriello. Abre la puerta y entra. Sube las escaleras de piedra,
entra en la cocina y encuentra a su hermano dormitando sobre el escaño
y le pregunta:
— ¿Nos oye alguien en la casa?
—No lo creo, —contesta su hermano, —la mujer ha ido al Fontanal a
repartir el agua por otros llibiaus y los hijos: Benino, el mayor,
ha ido con las ovejas; los pequeños están jugando en la calle con
otros rapaces y rapazas del barrio. La pequeñina está con su abuela
en las eras.
—Tú has visto el carcavón donde cayó el buey, le dice Juseph, —y le
cuenta el sueño que la noche pasada había tenido su mujer.
—No te preocupes Juseph, ¡eso es una tontería mayúscula! —le comenta
su hermano Cayo.
—En muchas ocasiones mis abuelos, mis padres y yo mismo hemos arado
esta tierra y... nunca ha pasado nada. Pero a mi el sueño de María
no me deja tranquilo, parece una pesada losa que pesa sobre mi cabeza,
—comenta Juseph.
—Para que te quedes tranquilo, esta noche sobre las 11, subes al
Curriello, me llamas, cogemos los faroles, la pala y un azadón y vamos
a La Navesario,—le dice su hermano Cayo.
Llegan al lugar del suceso, comienzan a cavar hacía la parte derecha,
donde había un pequeño agujero. La tierra se hunde bajo los pies de
Cayo, y éste cae por un socavón un metro más abajo. El farol se le cae
por un profundo agujero y se apaga.
(CONTINUA)
algunos mozos con buena fuerza. Y unos cavando y otros retirando la
tierra, prepararon una inclinada cuesta.
Juseph ata a Romero por los cuernos con la soga y otro vecino baja al
socavón. Y así, le ayudan a salir. ¡Ves que fácil, ya está fuera! Un
vecino, llamado Manuel, experto en curar a los animales, lo mira, palpa
sus patas, toca su heridas que sangran un poco y comenta a Juseph:
—Romero está bien, no le veo nada y él no patalea, está tranquilo
cuando aprieto las diferentes parte de su cuerpo.
Manuel mira una y otra vez el pescuezo de Bardín, que es un buey
muy pacífico, y éste ni se inmuta. —Éste tampoco tiene nada,
—exclama.
Uncen los bueyes, les colocan el arado sobre el yugo y se vuelven a
su casa: a comer, descansar y olvidar el susto. María y Juseph llegan
al domicilio, atan los bueyes al pesebre y el marido les echa un cesto
de verde. Estos se ponen a comer cogiendo grandes bocados de hierba
tierna y fresca.
Juseph, muy cansado y abatido por el enorme susto se acuesta sobre
la cama. No puede dormir. Vuelven a su memoria las monedas, que en
sueños vio la mujer. Da algunas vueltas en la cana, y se levanta
pensando: —y si el sueño, que ha tenido la mujer ¿es verdad?...
Se acerca a la casa de su hermano, que está en el barrio del
Curriello. Abre la puerta y entra. Sube las escaleras de piedra,
entra en la cocina y encuentra a su hermano dormitando sobre el escaño
y le pregunta:
— ¿Nos oye alguien en la casa?
—No lo creo, —contesta su hermano, —la mujer ha ido al Fontanal a
repartir el agua por otros llibiaus y los hijos: Benino, el mayor,
ha ido con las ovejas; los pequeños están jugando en la calle con
otros rapaces y rapazas del barrio. La pequeñina está con su abuela
en las eras.
—Tú has visto el carcavón donde cayó el buey, le dice Juseph, —y le
cuenta el sueño que la noche pasada había tenido su mujer.
—No te preocupes Juseph, ¡eso es una tontería mayúscula! —le comenta
su hermano Cayo.
—En muchas ocasiones mis abuelos, mis padres y yo mismo hemos arado
esta tierra y... nunca ha pasado nada. Pero a mi el sueño de María
no me deja tranquilo, parece una pesada losa que pesa sobre mi cabeza,
—comenta Juseph.
—Para que te quedes tranquilo, esta noche sobre las 11, subes al
Curriello, me llamas, cogemos los faroles, la pala y un azadón y vamos
a La Navesario,—le dice su hermano Cayo.
Llegan al lugar del suceso, comienzan a cavar hacía la parte derecha,
donde había un pequeño agujero. La tierra se hunde bajo los pies de
Cayo, y éste cae por un socavón un metro más abajo. El farol se le cae
por un profundo agujero y se apaga.
(CONTINUA)