
Transpone una colina de los montes de Cirujales guiando pacíficamente
su ganado hacia una fuente fría. El perro va delante, síguenle las cabras y
ovejas de buena gana sin dejar de triscar ni de pacer. Alguna vez dice la pastora
amenazando a una res perezosa ¡tica aquí demógino! ¡malos lobos te coman!
¡demoño de cabra! ¡diañe de la oveja!
Llegado el rebaño a la fuente, ovejas y cabras se acomodan bajo los
frondosos árboles que con sus ramas protectoras las defienden de los
ardorosos rayos del sol durante la sistia. Allí sestea el rebaño, allí se dispone
la pastora a comer su merienda de pan y queso; se desciñe la mantellina, saca
ciertas cosas del canastillo que posa en el suelo, se quita el pañuelo de la
cabeza y atusa sus rizos con ambas manos; suelta el pañuelo del cuello, el que
lleva cruzado ante el pecho, y contempla un momento sus gracias. en el espejo
de la fuente serena, donde ya algunas cabras indiscretas han bebido antes que
la pastora. Es la hora de la comida y el perro espera impaciente la parte que le
corresponde, y aun algunas cabras, que se dan cuenta de la maniobra, se
acercan demasiado como si también ellas tuviesen parte en aquel festín. La pastora procede con serenidad, a pesar de las impaciencias del perro, y
comienza por lavarse tranquilamente las manos arremangada hasta los codos.
En esta operación se hallaba la reina del bosque cuando aparece entre las
palmas de sus manos el extremo de un hilo fino y brillante. Tira del hilo y ve
con asombro que sale del manantial. Tiró tres o cuatro brazas y no terminaba
de salir el otro extremo. Entonces miró en derredor, no hubiese por allí
alguna persona burlándose de ella. No vio a nadie, cogió una piedrecita y
comenzó a devanar y el hilo a salir, ella a devanar, el hilo a salir. Y devana
que te devana llegó a formar un ovillo que ya no podía manejarlo fácilmente
con la mano izquierda y tenia que apoyarlo en el pecho para darle la vuelta.
El perro tan pronto se tumbaba como se levantaba de junto al cesto,
murmuraba algunas palabras entre dientes, hacia caricias a la pastora como
diciendo: ¿Se duerme su merced? ¿Por qué se retrasa hoy la hora del
estómago? Vamos, que si ahora llega a salir un lobo ni siquiera le ladro; si no
puedo con los calzones de hambre que tengo. En cambio dame un buen
corrusco de pan y échame los lobos a las barbas, verás cómo salen ahumando.
La pastora entendía perfectamente el lenguaje de su amigo el perro y
quizá por esta razón, o porque ya se cansaba de tanto devanar, echó mano a
las tijeras que le pendían de la cintura y [zasl, cortó el hilo que rápidamente
desapareció por el manantial abajo.
Salieron unos gorgoritos y con ellos una voz como de vieja que decía:
Devanar devaneste
pero no acabeste;
si una vuelta más
hubieras dao,
una devanadera de oro
hubieras sacao.
La pastora y el perro, las cabras y las ovejas y los robles seculares, todos
oyeron clara y distintamente la voz misteriosa que salía con las burbujas del
manantial que brotaba en la rendija de una peña. Alzaron la cabeza las ovejas,
espantáronse las cabras con un ligero sobresalto, comenzó a ladrar el perro ya
dar saltos alrededor de la fuente como diciendo: "no me explico yo cómo
puede hablar una persona metida en ese agujero". Tampoco se lo explicaba la
pastora, que comenzó a 'meter sus dedos por la rendija del manantial a ver si
topaba con la punta del hilo. Pero ea; ella lo había visto retirarse hasta
perderse de vista, como cuando los reptiles se esconden y desaparecen en las
oquedades del terreno. Se la vio un momento ponerse de rodillas, abrochar
las manos devotamente y moverse sus labios como persona que reza; pero el
cielo en esta ocasión se mostró de bronce (no le escuchó). Cien veces examinó el manantial para descubrir el cabo del hilo misterioso y otras tan
mostraba su rabia dando palos al perro y al ganado y a los árboles, y
mesándose los cabellos, y diciendo palabras que concertaban con otras que
callaba, y observando el hilo devanado, que no se distinguía aparentemente
de los otros hilos que ella había visto...
Llegó a casa más tarde que de ordinario, donde la esperaban
impacientes. Varias veces se asomaron al corredor de la casa y la pastora
tardaba, tardaba; en vista de lo cual comenzaron a rezar el rosario, costumbre
antiquísima en la casa, en el pueblo y en la comarca. Desde la calle oía la
pastora el ruido de colmena que forman varias voces cada una en su escala.
Encerró el ganado apresuradamente y subió a incorporarse a la familia de que
formaba parte. Ella era del Hospicio, pero en aquella casa se consideraba
hermana del ama, y del amo, y de las señoritas, porque al rezar todos decían
Padre nuestro que estás en los cielos...
Se terminó el rosario y los niños, entre los que se contaba la pastora,
besaron la mano a los amos y a las personas ancianas, aun cuando fueran
sirvientes.
Preguntó el ama a la pastora si le había sucedido algo en el monte,
mostrando al mismo tiempo el desasosiego y la inquietud de toda la familia
por su tardanza.
Donina'" -así se llamaba la pastora- contó con sencillez candorosa
todo lo que referido queda.
Hubo quien lo tomó en serio, y quien se sonreía con aires de
incredulidad, y quien se. desternillaba de risa, y quien llamó a Donina
soñadora; y estos comentarios sazonaron la cena.
Para demostrar sus asertos, coge Donina su canastillo diciendo: "vaís a
ver el ovillo"; pero... el ovillo había desaparecido y sólo se veían en la
piedrecita, sobre la que devanó, débiles impresiones de hilo.
l'
Allí habló un anciano sirviente; bien oiréis lo que hubo dicho:
Cuentan que allá, en tiempos, había moras encantadas y niños y damas
convertidas por arte de maleficio. en peñas, fuentes, árboles, en lagartos y
otras sabandijas. Es fácil que eso sea un encanto, alguna persona que está
padeciendo allí desde siglos acaso. Y si la Donina hubiera seguido
devanando, hubiera hecho la felicidad de esa persona y la suya propia, porque
ele ser gente principal y agradecida, generalmente hijos de reyes o de principes. No sabemos hasta qué punto pueden ser sinceras las manifestaciones de
este criado. Lo que sí sabemos es que el autor ha oído esta conseja más de
una vez, tal como referida queda, sin añadir ni quitar nada que altere la
sustancia de la narración.
P. César Moran Bardón, (POR TIERRAS DE LEÓN)
su ganado hacia una fuente fría. El perro va delante, síguenle las cabras y
ovejas de buena gana sin dejar de triscar ni de pacer. Alguna vez dice la pastora
amenazando a una res perezosa ¡tica aquí demógino! ¡malos lobos te coman!
¡demoño de cabra! ¡diañe de la oveja!
Llegado el rebaño a la fuente, ovejas y cabras se acomodan bajo los
frondosos árboles que con sus ramas protectoras las defienden de los
ardorosos rayos del sol durante la sistia. Allí sestea el rebaño, allí se dispone
la pastora a comer su merienda de pan y queso; se desciñe la mantellina, saca
ciertas cosas del canastillo que posa en el suelo, se quita el pañuelo de la
cabeza y atusa sus rizos con ambas manos; suelta el pañuelo del cuello, el que
lleva cruzado ante el pecho, y contempla un momento sus gracias. en el espejo
de la fuente serena, donde ya algunas cabras indiscretas han bebido antes que
la pastora. Es la hora de la comida y el perro espera impaciente la parte que le
corresponde, y aun algunas cabras, que se dan cuenta de la maniobra, se
acercan demasiado como si también ellas tuviesen parte en aquel festín. La pastora procede con serenidad, a pesar de las impaciencias del perro, y
comienza por lavarse tranquilamente las manos arremangada hasta los codos.
En esta operación se hallaba la reina del bosque cuando aparece entre las
palmas de sus manos el extremo de un hilo fino y brillante. Tira del hilo y ve
con asombro que sale del manantial. Tiró tres o cuatro brazas y no terminaba
de salir el otro extremo. Entonces miró en derredor, no hubiese por allí
alguna persona burlándose de ella. No vio a nadie, cogió una piedrecita y
comenzó a devanar y el hilo a salir, ella a devanar, el hilo a salir. Y devana
que te devana llegó a formar un ovillo que ya no podía manejarlo fácilmente
con la mano izquierda y tenia que apoyarlo en el pecho para darle la vuelta.
El perro tan pronto se tumbaba como se levantaba de junto al cesto,
murmuraba algunas palabras entre dientes, hacia caricias a la pastora como
diciendo: ¿Se duerme su merced? ¿Por qué se retrasa hoy la hora del
estómago? Vamos, que si ahora llega a salir un lobo ni siquiera le ladro; si no
puedo con los calzones de hambre que tengo. En cambio dame un buen
corrusco de pan y échame los lobos a las barbas, verás cómo salen ahumando.
La pastora entendía perfectamente el lenguaje de su amigo el perro y
quizá por esta razón, o porque ya se cansaba de tanto devanar, echó mano a
las tijeras que le pendían de la cintura y [zasl, cortó el hilo que rápidamente
desapareció por el manantial abajo.
Salieron unos gorgoritos y con ellos una voz como de vieja que decía:
Devanar devaneste
pero no acabeste;
si una vuelta más
hubieras dao,
una devanadera de oro
hubieras sacao.
La pastora y el perro, las cabras y las ovejas y los robles seculares, todos
oyeron clara y distintamente la voz misteriosa que salía con las burbujas del
manantial que brotaba en la rendija de una peña. Alzaron la cabeza las ovejas,
espantáronse las cabras con un ligero sobresalto, comenzó a ladrar el perro ya
dar saltos alrededor de la fuente como diciendo: "no me explico yo cómo
puede hablar una persona metida en ese agujero". Tampoco se lo explicaba la
pastora, que comenzó a 'meter sus dedos por la rendija del manantial a ver si
topaba con la punta del hilo. Pero ea; ella lo había visto retirarse hasta
perderse de vista, como cuando los reptiles se esconden y desaparecen en las
oquedades del terreno. Se la vio un momento ponerse de rodillas, abrochar
las manos devotamente y moverse sus labios como persona que reza; pero el
cielo en esta ocasión se mostró de bronce (no le escuchó). Cien veces examinó el manantial para descubrir el cabo del hilo misterioso y otras tan
mostraba su rabia dando palos al perro y al ganado y a los árboles, y
mesándose los cabellos, y diciendo palabras que concertaban con otras que
callaba, y observando el hilo devanado, que no se distinguía aparentemente
de los otros hilos que ella había visto...
Llegó a casa más tarde que de ordinario, donde la esperaban
impacientes. Varias veces se asomaron al corredor de la casa y la pastora
tardaba, tardaba; en vista de lo cual comenzaron a rezar el rosario, costumbre
antiquísima en la casa, en el pueblo y en la comarca. Desde la calle oía la
pastora el ruido de colmena que forman varias voces cada una en su escala.
Encerró el ganado apresuradamente y subió a incorporarse a la familia de que
formaba parte. Ella era del Hospicio, pero en aquella casa se consideraba
hermana del ama, y del amo, y de las señoritas, porque al rezar todos decían
Padre nuestro que estás en los cielos...
Se terminó el rosario y los niños, entre los que se contaba la pastora,
besaron la mano a los amos y a las personas ancianas, aun cuando fueran
sirvientes.
Preguntó el ama a la pastora si le había sucedido algo en el monte,
mostrando al mismo tiempo el desasosiego y la inquietud de toda la familia
por su tardanza.
Donina'" -así se llamaba la pastora- contó con sencillez candorosa
todo lo que referido queda.
Hubo quien lo tomó en serio, y quien se sonreía con aires de
incredulidad, y quien se. desternillaba de risa, y quien llamó a Donina
soñadora; y estos comentarios sazonaron la cena.
Para demostrar sus asertos, coge Donina su canastillo diciendo: "vaís a
ver el ovillo"; pero... el ovillo había desaparecido y sólo se veían en la
piedrecita, sobre la que devanó, débiles impresiones de hilo.
l'
Allí habló un anciano sirviente; bien oiréis lo que hubo dicho:
Cuentan que allá, en tiempos, había moras encantadas y niños y damas
convertidas por arte de maleficio. en peñas, fuentes, árboles, en lagartos y
otras sabandijas. Es fácil que eso sea un encanto, alguna persona que está
padeciendo allí desde siglos acaso. Y si la Donina hubiera seguido
devanando, hubiera hecho la felicidad de esa persona y la suya propia, porque
ele ser gente principal y agradecida, generalmente hijos de reyes o de principes. No sabemos hasta qué punto pueden ser sinceras las manifestaciones de
este criado. Lo que sí sabemos es que el autor ha oído esta conseja más de
una vez, tal como referida queda, sin añadir ni quitar nada que altere la
sustancia de la narración.
P. César Moran Bardón, (POR TIERRAS DE LEÓN)