Hermoso día: Viernes y trece. Ha sido un estupendo día de sol; al atardecer, cuando ya se ponía el sol, he mirado al horizonte y una bola roja se escondía tras las colinas que cercan mi entorno. He notado una cierta ausencia de brisa, pero el aire aún no huele primavera, o quizá, y por desgracia, ya no me toque rejuvenecerme en los días dorados, como ocurría cuando la sangre quemaba en las venas, cuando formaba parte del paisaje, cuando la tierra me entraba en si, cuando la hería con el arado tirado por la yunta, rasgaba su corteza y ella me obsequiaba con su perfume de frescor, de humedad y de vida. Entonces, en aquellos días de juventud, las tardes de marzo, cuando cesaba el viento, aquellos días en que el sol ya calentaba el aire y los chopos se empezaban a vestir de adivinanza, las primeras flores asomaban por los ribazos escondidas entre las hiervas que se remozaban, pero con una gran timidez, tanta, que más que verlas las adivinabas, cuando los barcillares se habían de terminar de cavar, entonces, cuando al atardecer el cuerpo se encontraba ya muy cansado, con la puesta del sol, aparecía un aroma de primavera cercana que te enervaba y anocheciendo montabas en la bicicleta y pedaleabas alegre hacia el pueblo, con ese sabor y ese olor en el aire, y a oscuras, pues la luz no funcionaba, silbando o escuchando a veces otros sonidos, por los senderillos de los caminos, más que correr, flotabas.
¡Hermosas tardes de marzo que preludiabais la primavera! Hoy, la habitación cerrada, el aire..., condicionado, el ruido de los aparatos, el paseo corto, la espera larga, no me permiten viviros como antaño. Pero en mi sueño, en mi memoria, estáis gravadas con líneas finas y colores dorados, más que dorados, luminosos, brillantes como aquellos atardeceres y como aquellos ojos suyos. Quizá el milagro de la vida y la misericordia del Padre, me permitan un día volver a sentiros, como os sentí entonces.
Os deseo que tengáis suerte y podáis ver la primavera como yo tuve la suerte de verla una vez, una sola vez, y sólo unos instantes, pues cuando me di cuenta de lo hermosa que era y quise retener su imagen, se desvaneció. Ningún espectáculo de los que he visto a posteriori se le puede comparar.
¡Hermosas tardes de marzo que preludiabais la primavera! Hoy, la habitación cerrada, el aire..., condicionado, el ruido de los aparatos, el paseo corto, la espera larga, no me permiten viviros como antaño. Pero en mi sueño, en mi memoria, estáis gravadas con líneas finas y colores dorados, más que dorados, luminosos, brillantes como aquellos atardeceres y como aquellos ojos suyos. Quizá el milagro de la vida y la misericordia del Padre, me permitan un día volver a sentiros, como os sentí entonces.
Os deseo que tengáis suerte y podáis ver la primavera como yo tuve la suerte de verla una vez, una sola vez, y sólo unos instantes, pues cuando me di cuenta de lo hermosa que era y quise retener su imagen, se desvaneció. Ningún espectáculo de los que he visto a posteriori se le puede comparar.