SANTA CRISTINA DE VALMADRIGAL: . Al pasar por el valle que fueron las eras de abajo...

. Al pasar por el valle que fueron las eras de abajo me inundó un aroma, ya olvidado, de la hierba del valle con el rocío, el fresco del amanecer y la huella que los rebaños de ovejas habían dejado al pasar, ya oscuro, camino de las majadas; en mi cabeza, un torbellino de recuerdos y sensaciones, se agolparon con prisa y me enajenaron unos momentos. Allí, como en una película, me vi echando la parva, sin haber despertado del todo, salir a acarrear y el sonar de las ruedas de los carros con su llanta de hierro, y el resonar de los cascos de las caballerías en la oscuridad y el silencio de la noche, las estrellas en el cielo, tan próximas, tan brillantes, el frío del amanecer ya cercano, el aire puro, envuelto en la manta, tumbado en el carro, contando las piedras (cantos) gordas del camino y los golpes de la cabeza contra las tablas del suelo del carro, cada vez que una de las ruedas saltaba sobre una de ellas y llegando a la tierra cargar la mies, a la luz de las estrellas, mientras se empezaban a oír el cántico de las alondras perdidas en la altura, y allá por oriente el día empezaba a amanecer con luz blanquecina, y en la vuelta a la era, con el carro cargado, el chirrido de la galga, apretada al máximo en el carro de mies en la bajada de Carre los Valles, las voces de los carreteros reteniendo los animales, soooo, quietooooo, bueno bueno buenoooooo, me coguen..., so coñooooo.
Y después, descargar, preparar la trilla, almorzar y la trilla y... hasta el calor de medio día estuvo presente en ese sentimiento de presencia;
¡Todo parecía tan real! Como obediente al recuerdo aparecieron en el escenario del campo que ante mis ojos estaba, personas, animales, sonidos, colores, olores y cobrando vida se pusieron en movimiento y lo llenaron todo. El olor de la trilla cuando en las eras de abajo, el sol hacía crujir la mies de puro reseca, y el de la tarde cuando ya aflojaba un poquito y la trilla se hallaba casi a punto de aparvadero, y el de puesta de sol cuando ya la humedad del valle se hacía notar y los rebaños venían en busca de agua a la fuente. Eso y muchas cosas más se dibujaron en la fantasía del momento; hombres y mujeres a quienes quise y con quienes conviví en momentos duros pero hermosos, el fresco de las casetas, los charcos al otro lado del camino donde van a beber las palomas, los bandos de pardales que vuelan hacia el negrillo etc.
Quizá mi mente me jugó otra mala pasada, y confundió momentos, porque cuando volví a la realidad, quizá sólo habían pasado unos segundos, en mi pecho permanecía la sensación amorosa que en aquellos días le llenaban y que ahora en este tiempo ya ni tan siquiera recordaba. Y después pensé: ¿Qué habría pasado con él, si la vida hubiera tenido otro curso? ¿Habría llegado a culminarse o habría terminado en un desengaño o se habría difuminado como lo que quizá era, una ilusión?
Jamás lo sabremos, pues por suerte las cosas sólo pasan una vez y además son como son, no como nos gustaría que fueran.
Después de unos minutos de nostalgia en el fresco del amanecer, quise ver salir el sol desde las bodegas de la Bana pero, subiendo la cuesta, el sol corría más que yo, y al llegar arriba él ya inundaba el pueblo de luz amarillenta y creando sombras, ahuyentaba el fresquito del amanecer. No era yo el único que a esa hora devoraba la poesía del paisaje, que era mucha, pero no puedo decir mucho de ellos pues se entendían en un idioma del que yo sólo conozco la música y al poco se alejaron camino adelante quizá hacia Grañeras.