perdían entre sus silbidos, yo iba pensando en la conversación que habíamos tenido resguardados del frío en la manojera, un poco antes, y así fue que se me ha quedado gravada en la memoria, aquella tarde de viento y frio insoportables, de miembros rígidos, aire limpio, de vida dura, de confidencias entreveladas, y aquellos detalles de calidad humana y aquellas sensaciones, han quedado para siempre unidas a la visión flotante de la luz en el llano, a la juventud primera, (si es que lo era) y a la idea, a la idea de libertad.
Fue más tarde, años, (mis días de universidad aún no están contados) cuando me di cuenta de las enseñanzas que había recibido aquella tarde, y aún hoy, siento no habérselo agradecido a Tonino, quizá no hubo tiempo. Quizá hoy, si sigue Pastoreando estrellas, le llegue mi agradecimiento. La vida es así, siempre corta, las cosas son como son y siempre son, por y para algo.
Una de las cosas que me mostraron en aquella tarde de viento al abrigo de un montón de manojos y que tampoco he apreciado hasta muchos años más tarde, es que los hombres y las mujeres, casi nunca son aquello que creemos que son, que todos, más o menos, llevamos una careta, que es la que mostramos al personal, llevamos también un hábito, cual monjes, que nos han tejido y vestido los que nos rodean, y a él, nos adaptamos, que siempre creemos estar en posesión de la verdad, y que para conocer a una persona, se ha de esperar a un momento de sinceridad, o de idiotez, inmensa, (ambos momentos dicen la verdad del alma, los de borrachera, no) y que aún después no debes juzgar con ligereza, pues te podrías equivocar.
Fue más tarde, años, (mis días de universidad aún no están contados) cuando me di cuenta de las enseñanzas que había recibido aquella tarde, y aún hoy, siento no habérselo agradecido a Tonino, quizá no hubo tiempo. Quizá hoy, si sigue Pastoreando estrellas, le llegue mi agradecimiento. La vida es así, siempre corta, las cosas son como son y siempre son, por y para algo.
Una de las cosas que me mostraron en aquella tarde de viento al abrigo de un montón de manojos y que tampoco he apreciado hasta muchos años más tarde, es que los hombres y las mujeres, casi nunca son aquello que creemos que son, que todos, más o menos, llevamos una careta, que es la que mostramos al personal, llevamos también un hábito, cual monjes, que nos han tejido y vestido los que nos rodean, y a él, nos adaptamos, que siempre creemos estar en posesión de la verdad, y que para conocer a una persona, se ha de esperar a un momento de sinceridad, o de idiotez, inmensa, (ambos momentos dicen la verdad del alma, los de borrachera, no) y que aún después no debes juzgar con ligereza, pues te podrías equivocar.