Debo pasarme por el pueblo para despedirme de unos amigos que están a punto de partir, aunque creo que esperarán a la fiesta para iniciar el viaje; quieren disfrutar del sol del verano, calentarse en su calor y vivir en su color, y quieren sentir el frescor de unos amaneceres de sol rojo y bajo, frescos preludios de los calores terribles del mediodía. Quieren esperar las visitas de estos meses, los retornos de antiguos amigos o compañeros, gente que está cerca o lejos, pero que no acostumbra a menudear las visitas al pueblo, quieren revivir viejos momentos, evocar situaciones, instantes, vivencias que en otro tiempo les hicieron sentir, palpitar.
La vida no es solo lo que se ve o lo que se ha vivido, es también deseos no realizados, frases no dichas, amores no confesados, viajes no viajados, amistades perdidas, temores escondidos, secretos, rencores, triunfos, fracasos…
Están aquí esperando que llegue el instante adecuado para despedirse, y un día, envueltos en un rayo de sol temprano, se irán sin más, dirán adiós sin aspavientos, calladamente; y yo quiero despedirme de ellos, pedirles consejo, que me digan cómo consiguieron pasar por la vida, sin crearse enemigos en demasía.
Quiero despedirme de ellos, agradecerles lo que por mi hicieron en su momento; algunas de esas cosas fueron realmente muy grandes y nadie, que yo sepa, les reconoció importancia, pero el poso que formaron en mi alma fue suficiente para que germinara el agradecimiento.
Quizá al caer la tarde, cuando refresque un poco, pasearé por el pueblo cogido del brazo de los recuerdos y visitaré sus casas y en una ofrenda de palabras, les llevaré al instante preciso donde brota la felicidad y les arrancaré una sonrisa, y yo, yo también seré muy feliz.
Quizá.
La vida no es solo lo que se ve o lo que se ha vivido, es también deseos no realizados, frases no dichas, amores no confesados, viajes no viajados, amistades perdidas, temores escondidos, secretos, rencores, triunfos, fracasos…
Están aquí esperando que llegue el instante adecuado para despedirse, y un día, envueltos en un rayo de sol temprano, se irán sin más, dirán adiós sin aspavientos, calladamente; y yo quiero despedirme de ellos, pedirles consejo, que me digan cómo consiguieron pasar por la vida, sin crearse enemigos en demasía.
Quiero despedirme de ellos, agradecerles lo que por mi hicieron en su momento; algunas de esas cosas fueron realmente muy grandes y nadie, que yo sepa, les reconoció importancia, pero el poso que formaron en mi alma fue suficiente para que germinara el agradecimiento.
Quizá al caer la tarde, cuando refresque un poco, pasearé por el pueblo cogido del brazo de los recuerdos y visitaré sus casas y en una ofrenda de palabras, les llevaré al instante preciso donde brota la felicidad y les arrancaré una sonrisa, y yo, yo también seré muy feliz.
Quizá.