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SANTA CRISTINA DE VALMADRIGAL: Y un verano era enorme, eran días de ir a pescar ranas...

Y un verano era enorme, eran días de ir a pescar ranas en las charcas medio secas, días de sol y juegos, días de trilla, de ir sentados en los trillos cuando a la tarde la trilla ya estaba avanzada, la paja era corta y sentado en la parte posterior del trillo, ir dando vueltas en círculo, arrastrado por el suelo de la era los pies descalzos y sentir el roce de los granos de trigo en los pies desnudos, ¡qué maravilla! Y una vuelta y otra y si no te veían podía durar eternamente pues aquello debía de ser algo muy parecido al cielo.
Y qué decir de las tardes interminables de juegos en las calles calientes del pueblo, que podían empezar cuando el sol dejaba de quemar y duraban hasta muy entrada la oscuridad (no existía el reloj), con la excepción del momento de la cena, que era cortísimo, y bueno, el repaso de la madre por lo negro que venías de polvo pegado al sudor, pero escapabas como una anguila escapándote entre las manos que te querían retener y volabas hacia el lugar del pueblo donde ese día se encontrara el lugar de juegos, y volvías a correr a esconderte o quedar, si eras pequeño te tocaba siempre, pero nunca tubo importancia, años más tarde se compensaba, eran las normas ancestrales que se aplican invariablemente.
Conforme el verano iba avanzando, los juegos variaban y cuando se acercaba el 15 de agosto, el día de la FIESTA, lo importante era estar informado de las novedades acerca de los músicos y los festejos programados, y luego que comenzaban, lo importante era estar siempre en medio del cotarro, estorbar a las parejas en el baile, pegarle a los niños forasteros y salir corriendo y hacerles burlas o amistades y enrolarlos en nuestros grupos, la malicia no nos era conocida; el poder permanecer un ratito en el corrillo de los mozos escuchando sus conversaciones era otro triunfo, pues cuando te detectaban siempre salía una mano en busca de tus orejas, con ánimo de retorcerlas un poquito, y la maniobra de escape obligadamente había de ser veloz, y si fallaba, un grito lastimero solía dar buen resultado para aflojar la presión de la mano retorcedora de orejas.
Y al final del mes de agosto otra cosa importante era controlar la maduración de las uvas y visitar las viñas que iban más avanzadas y sus cepas especiales, como las malvasías, tan dulces y tempranas que siempre eran diezmadas antes del tiempo estimado por el dueño de la viña.
Pero no todo eran esas cosas de las que hoy nos recordamos con tanta alegría que estaríamos dispuestos a volver a vivirlas otra vez, no, también