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SANTA CRISTINA DE VALMADRIGAL: Hoy quiero contaros una sensación o, mejor, la confirmación...

Hoy quiero contaros una sensación o, mejor, la confirmación de una sospecha.
Hoy he hablado con un hombre del pueblo, del nuestro, de Santa Cristina, pero que hace muchos años, muchos, que se fue, que emigró, y allá donde el destino le llevó, creó su hogar, su familia, allí desarrolló su vida, y allí nacieron sus hijos y sus nietos, y allá hizo amigos, muchos y buenos, que ahora, ya de puro viejos, le van dejando. Amó su nueva tierra, su aire y su sol, pero jamás olvidó la suya, y me contaba que de vez en cuando tiene la necesidad de llenar el vacío del espíritu con algo, y ese algo, lo encuentra en el recuerdo del pueblo (bueno, no fueros estas palabra exactamente, pero casi).
Cuando empezamos a hablar, la voz era débil, lenta, cansada, y las frases casi protocolarias, cómo si el hablar conmigo fuere una obligación que alguien le había impuesto, pero cuando en la conversación entró el pueblo y sus novedades, sus cambios etc. se fue animando, y después, cuando le conduje con mis preguntas a los tiempos de juventud, y los recuerdos se agolparon en su mente, la voz cambió, se hizo más fuerte y más sonora, y las ganas de hablar fueron tales que pienso que aun está en estos momentos en la bodega con la gente de su cuadrilla, esperando que se acabe de guisar el pollo que fueron a robar a la madre de… el de la frente despejada, para la cena del sábado, porque el sábado me decía, en invierno, la noche era larga, muy larga, empezaba con la bodega en las primeras horas de la tarde noche, con la típica merienda, luego iban al baile (en el pueblo habían dos salones) después se acompañaba a la novia hasta la puerta de su casa y (…) y después se volvían a la bodega y entre la cena y otras cosas se les pasaban las horas, algunos días la hora de volver a casa, me decía, la marcaba el cura cuando tocaba a la misa del domingo. Y siguió con otras historias, y no se cansaba él de hablar pero sí yo de mantener el teléfono pegado a la oreja y hube de darle disculpas tontas para poder terminar la conversación, y noté que su voz seguía siendo fuerte y clara y nítida, ¡tan distinta del principio!
Y esa era mi sospecha: el recuerdo del pueblo alimenta el espíritu de sus hijos aun cuando estén lejos de él y les lleva fuerzas para salir de los malos momentos y resistir las envestidas que la vida te da en los momentos más inesperados.