mujeres y así generaciones y generaciones.
Las que yo conocí, fueron algunas veces solteras, viejas mujeres solteras, vestidas de colores pardos que fueron negros, con alguna falta grave colgada en sus espaldas, real o imaginada, y dispersada por bocas que debieron estarse calladas.
¡Oh, cuantas bocas deberían estar permanentemente cerradas!
Otras eran viudas, estas siempre llevaban puesto el pañuelo a la cabeza, las había recientes, de unos años, pero las más lo eran ya de antiguo, sus pañuelos conservaban el negro intenso en buenas condiciones lo que indicaba que eran ya demasiado viejas para salir al campo, pero todas ellas acostumbradas al luto, al luto permanente (las hubo que comenzaron el luto de jóvenes, solteras, se lo quitaron para la boda y después siguieron, ahora por padres, ahora por hermanos, cuñados, primos etc. Y terminaron con el del propio marido y este duró hasta la sepultura, es decir de sesenta-setenta años de vida, solamente unos pocos años les fue permitido vestir de colores) el resto negro, y negro.
Mujeres hermosas por de fuera y por dentro, que llevaban escritas en las arrugas de sus caras la historia de amor de su juventud, y las alegrías de tantos momentos, el amor de los hijos, los días de dicha y también los de privaciones, soledad, penas y llanto.
Llorando un poco en silencio de aquellas penas expuestas al sol, y mentando una oración, un descansad en paz, amigos viejos que ya no estáis, con los ojos anegados de visiones del pasado y una pena en el corazón seguí camino, es un decir, por las calles que llevaban al exterior, buscando quizá un instante de ese otro tiempo, que se hubiere quedado prendido en las bardas de algún corral esperándome. No lo hallé.
Las que yo conocí, fueron algunas veces solteras, viejas mujeres solteras, vestidas de colores pardos que fueron negros, con alguna falta grave colgada en sus espaldas, real o imaginada, y dispersada por bocas que debieron estarse calladas.
¡Oh, cuantas bocas deberían estar permanentemente cerradas!
Otras eran viudas, estas siempre llevaban puesto el pañuelo a la cabeza, las había recientes, de unos años, pero las más lo eran ya de antiguo, sus pañuelos conservaban el negro intenso en buenas condiciones lo que indicaba que eran ya demasiado viejas para salir al campo, pero todas ellas acostumbradas al luto, al luto permanente (las hubo que comenzaron el luto de jóvenes, solteras, se lo quitaron para la boda y después siguieron, ahora por padres, ahora por hermanos, cuñados, primos etc. Y terminaron con el del propio marido y este duró hasta la sepultura, es decir de sesenta-setenta años de vida, solamente unos pocos años les fue permitido vestir de colores) el resto negro, y negro.
Mujeres hermosas por de fuera y por dentro, que llevaban escritas en las arrugas de sus caras la historia de amor de su juventud, y las alegrías de tantos momentos, el amor de los hijos, los días de dicha y también los de privaciones, soledad, penas y llanto.
Llorando un poco en silencio de aquellas penas expuestas al sol, y mentando una oración, un descansad en paz, amigos viejos que ya no estáis, con los ojos anegados de visiones del pasado y una pena en el corazón seguí camino, es un decir, por las calles que llevaban al exterior, buscando quizá un instante de ese otro tiempo, que se hubiere quedado prendido en las bardas de algún corral esperándome. No lo hallé.