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SANTA CRISTINA DE VALMADRIGAL: con la misma finalidad. ...

con la misma finalidad.
Hoy son solamente eso, recuerdos. Ningún vestigio de ellos es visible desde el camino.
Las ruedas de los carros van repicando contra sus ejes, los arreos crujen por la tensión, los cascos de los animales golpean furiosos el suelo buscando un punto de apoyo donde anclar las patas y arrastrar los carros cargados de mies.
La cuesta es larga y dura, el esfuerzo también, los animales sudan, los hombres se bajan del carro y desde tierra animan a los animales; los hay incluso que arrimando el hombro a la mies de las mallas unen su esfuerzo al de los animales con tal de conseguir subir la cuesta de Gallegos y llegar por fin a la era, ya tan próxima.
Son las mañanas de los días de trilla, en la hora en que ya empieza a subir el sol. Días de trilla: para unos largos, interminables, agotadores, para otros solamente días de verano, de vacación, de visita, pero para todos en grado sumo, hermosos, realmente hermosos, bajo un sol radiante en un cielo azul turquesa, transparente, el viento en calma, aunque quizá, en las tardes, alguna “bruja" recorriera los caminos levantando el polvo en remolinos.
A la derecha, bodegas en las que en la primavera de algunos años atrás buscábamos anís, a la izquierda, más bodegas, la charca en la que se encontraban a veces, latas que recoger y llevar a vender al chatarrero, el día en que venía al pueblo, y con aquellos céntimos comprar más tarde, alguna golosina, cosa escasa para los que en aquellos años de miseria nos tocó ser niños.
¡Qué escasez de casi todo hubimos en nuestra niñez y cómo lo compartíamos
Después, años más tarde, horas hermosas en ellas escuchando historias, algunas curiosas otras trágicas, (sería verdad aquella que decía que un hombre, ¿quién? Una noche, en una de esas bodegas, tras una discusión con otro compañero de andanzas y tras mucho vino trasegado, lo mató, quizá sin querer, y para no cargar con la culpa de su muerte, se lo cargó al hombro, cogió un azadón y atravesó el valle, y al otro lado, en las laderas del Soladrero, en una tierra que había sido arada aquellos días, hizo un hoyo y él enterró a su querido compañero de borracheras; arregló la tierra de manera que nada en ella se notaba de haber sido manipulada y volviendo a la bodega, colocó las cosas con el orden acostumbrado, se fue a casa a dormir y cuando al día siguiente se echó en falta al muerto, él dijo que se había marchado unas horas antes porque tenía sueño y que él se quedó un rato más en la bodega pues tenía buena hoguera y era pena dejar que se consumiera sola.
Así fueron pasando los días y al no encontrar rastro del que no había vuelto a casa, se le dio por desaparecido. De la misma manera que fueron pasando los días, también pasaron los años, y la memoria del muerto se desdibujó o casi llegó a perderse, pero los muertos, según decían los contadores de aquella historia, siempre consiguen vengarse de sus asesinos, y así éste también lo hizo.
La historia decía que un invierno lluvioso, cuando ya habían pasado unos años, los mozos del pueblo, pasaban muchas, muchas horas en las bodegas, noches enteras podría decirse, pero un día, el asesino, empezó a hacer cosas extrañas, quien siempre había estado solo en las noches, quien nunca había tenido miedo de nada, dejó de hacerlo, y siempre buscaba la compañía de alguien en todo momento y después empezó a decir que en las laderas del Soladrero por la noche se veía una luz, y después ya fue decir que
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
como me ghustan tus relatos Rogelio