e un hombre le hacía señas desde las laderas, y cuando empezó a sentir voces que le llamaban por su nombre y le decían: sácame de aquí que hay mucha humedad…, sácame de aquí, que tengo mucho frio…pues eso, una noche cogió el azadón, se fue a las laderas del Soladrero, lo desenterró, y después de confesar su crimen, dicen que desapareció del pueblo, y que alguien, no sé quién, un día, no recuerdo donde, vio a un loco que se parecía mucho a él) de los años buenos del vino, cuando las bodegas eran de categoría, cuando en la época de la vendimia había que entrar en ellas con una vela encendida, si se apagaba, había que echarse al suelo y salir a gatas, lo más rápido posible, porque si no, el gas que se producía con la fermentación del mosto, no te daba tiempo a decir ni mu, y que la luz del candil no servía, porque la llama era más dura y aunque temblaba, le costaba más tiempo apagarse, y ya era tarde para quien lo había menester, y contaban casos de personas con nombres y apellidos en la bodega de Fulano o del tío Tal o Cual, eso sí, siempre eran hacía muchos años. Qué felices que éramos en aquella época, con tan pocas cosas que teníamos, y lo habíamos todo, pues siempre estaba en el horizonte la esperanza de mejorar el mundo después de haberlo conquistado. ¡Cuánta diferencia del ayer al hoy!, ayer la esperanza de todo, hoy la realidad de casi nada, ayer una vida por delante, hoy, tan solo la esperanza de ver salir el sol un día más.
¡Estos años gastados, pesan como plomo en mi espalda!
Con estos pensamientos ya voy terminando de subir la cuesta, y al ver la última bodega de la izquierda, me asalta otro recuerdo, no sé si triste o alegre, pero curioso. Se quedó grabado en el tiempo, quizá por la relación del precio de una enciclopedia Álvarez, (50pts.) el precio de un saco de cemento, el arreglo de esa bodega, y Jesús Gallego, el cojo, Jesús el Cojo. Curiosa relación, ¿no?
Los recuerdos que acuden a la memoria en confuso tropel, es como si jugasen a perseguirse y al escondite al mismo tiempo. Uno cae sobre el otro sin transición, desordenadamente, y cuando parece que todos ya han llenado el hueco de la memoria y se han agotado, agazapado en la sombra de una mata, saca la cabeza uno nuevo.
Un poco más adelante, casi nada, ya se vislumbran las casetas de las eras, de las eras de arriba. A la derecha la de Mauro y la de Tonino Pastor en la linde de las dos correspondientes eras, buenas eras, de las mejores. Aún recuerdo algún momento en mi niñez más temprana de ver muchos y muy valientes hombres en las tardes del verano, después de aparvar, mientras el sol caía definitivamente, echando el cigarro y comentando la jornada con los vecinos, recogiendo los útiles usados, rastros, escobones, orcas de madera blanca y dientes retorcidos, los arreos del ganado y el ganado mismo para llevarlos a abrevar al Zapardiel y después dirigirse a casa en busca de la bien ganada cena.
Hoy esas casetas son solamente un recuerdo de lo que fueron, al igual que las eras o las bodegas de al lado, ruinas del ayer donde aún habitan los fantasmas del pasado en éstas y solar de sueños las otras, donde crecen las cardencas que ahora, ya secas, yacen tumbadas de lado, esperando la ráfaga de viento que las haga viajar de un lado a otro.
A la izquierda, la caseta de Ezequielito, también con las paredes desnudas apuntando al cielo y algunos trozos de madera que recuerdan que una vez formaron parte de un tejado. Curioso ejemplar este hombre. Tengo muchos
¡Estos años gastados, pesan como plomo en mi espalda!
Con estos pensamientos ya voy terminando de subir la cuesta, y al ver la última bodega de la izquierda, me asalta otro recuerdo, no sé si triste o alegre, pero curioso. Se quedó grabado en el tiempo, quizá por la relación del precio de una enciclopedia Álvarez, (50pts.) el precio de un saco de cemento, el arreglo de esa bodega, y Jesús Gallego, el cojo, Jesús el Cojo. Curiosa relación, ¿no?
Los recuerdos que acuden a la memoria en confuso tropel, es como si jugasen a perseguirse y al escondite al mismo tiempo. Uno cae sobre el otro sin transición, desordenadamente, y cuando parece que todos ya han llenado el hueco de la memoria y se han agotado, agazapado en la sombra de una mata, saca la cabeza uno nuevo.
Un poco más adelante, casi nada, ya se vislumbran las casetas de las eras, de las eras de arriba. A la derecha la de Mauro y la de Tonino Pastor en la linde de las dos correspondientes eras, buenas eras, de las mejores. Aún recuerdo algún momento en mi niñez más temprana de ver muchos y muy valientes hombres en las tardes del verano, después de aparvar, mientras el sol caía definitivamente, echando el cigarro y comentando la jornada con los vecinos, recogiendo los útiles usados, rastros, escobones, orcas de madera blanca y dientes retorcidos, los arreos del ganado y el ganado mismo para llevarlos a abrevar al Zapardiel y después dirigirse a casa en busca de la bien ganada cena.
Hoy esas casetas son solamente un recuerdo de lo que fueron, al igual que las eras o las bodegas de al lado, ruinas del ayer donde aún habitan los fantasmas del pasado en éstas y solar de sueños las otras, donde crecen las cardencas que ahora, ya secas, yacen tumbadas de lado, esperando la ráfaga de viento que las haga viajar de un lado a otro.
A la izquierda, la caseta de Ezequielito, también con las paredes desnudas apuntando al cielo y algunos trozos de madera que recuerdan que una vez formaron parte de un tejado. Curioso ejemplar este hombre. Tengo muchos