Pintada, no vacía; pintada está mi casa, del color de las grandes pasiones y desgracias.
Media tarde; el sol calienta. La calle, desierta. Sólo un perro, perezoso y cansado, parece moverse hacia otro lado, quizá buscando un poco de aire más fresco. El coche, espera. La gente, ¿duerme la siesta?
Que calma, que silencio, que pena. La calle solitaria me evoca una pena inmensa, un vacío en el alma, un adiós, un no puedo, un recuerdo amargo de un suceso de esos días en que se paró el tiempo.
Al fondo, la espadaña de la ermita. El Cristo, y, más al fondo, el callejón de los misterios. El tiempo dormido, mansa la lágrima rueda. Tras la puerta cerrada, en silencio, espera el Cristo.
Media tarde; el sol calienta. La calle, desierta. Sólo un perro, perezoso y cansado, parece moverse hacia otro lado, quizá buscando un poco de aire más fresco. El coche, espera. La gente, ¿duerme la siesta?
Que calma, que silencio, que pena. La calle solitaria me evoca una pena inmensa, un vacío en el alma, un adiós, un no puedo, un recuerdo amargo de un suceso de esos días en que se paró el tiempo.
Al fondo, la espadaña de la ermita. El Cristo, y, más al fondo, el callejón de los misterios. El tiempo dormido, mansa la lágrima rueda. Tras la puerta cerrada, en silencio, espera el Cristo.
Pintado en blanco y negro y no vacio cuando realicé esta foto, a la hora de la siesta. El pueblo era más pueblo, más habitado; tras las puertas los moradores dormian el cansancio del astío, de las eras preñadas, solo los perros a esa hora salen a la calle.
Veo que no te ha gustado mi comentario. Por eso los que tengo hechos para contestarte los borré, pero coi el ASTÍO no se duerme, se siente.