¡Qué maravillosa es la vida!
Esta vida nuestra de todos los días; la de nuestros amigos, la de nuestros vecinos, la de nuestros parientes, la de esa gente que vemos casi todos los días.
Esta vida nuestra, a la que no damos importancia, la que vivimos todos los días, y los días vienen tan juntos que ni notamos su paso.
Pero un día, casi sin darnos cuenta, quizá por culpa de un sonido, de una luz reflejada, de un brillo imperfecto, de un pensamiento perdido, de una mirada maliciosa…, no sé, siempre algo que no buscamos, que ocurre porque sí, o al menos, ajeno a nuestra voluntad.
Un día, sí, o un instante tan solo, vemos esa otra cara de esta gente nuestra, y descubrimos ese gesto del rostro que nos es desconocido, ese cuerpo que se dobla con peligro, esos pingajos de ropa que caen muertos donde recordábamos turgentes senos, esa sandía que hace sombra, donde recordábamos músculos tensos, esos pies cansados de tanto peso, o quizá el brillo apagado de esos ojos que en el recuerdo siempre están alumbrando la vida.
Y es que la vida pasa, con velocidades diferentes según para quién y cuándo y cómo, pero pasa inexorable, a ritmo quizá, del monótono segundero del viejo reloj que cuelga en la pared, ese que nos ha contado todo el tiempo que llevamos viviendo, que ha seguido en su tic tac los días más variados, los alegres y los de llantos, las llegadas a la vida y las despedidas de ella, las primeras sombras de aquel amor que un día quiso ser, y las últimas del que creímos verdadero y único, y que también murió, victima quizá, de la sola herrumbre que nos trae el tiempo.
Sí, han ido pasando los años.
Ahora, cuando ya hemos gastado muchos, a veces, o quizá mejor, con una frecuencia excesiva, volvemos la vista atrás ¿con nostalgia?
No la mayoría de las veces.
Yo sé que no es nostalgia o aburrimiento, si no la necesidad imperiosa que nos asalta con excesiva frecuencia, de buscar un asidero al que aferrarnos en los momentos cada vez más frecuentes de zozobra en nuestras vidas, ya cargadas de pesos y con la herrumbre atacando nuestros cuerpos.
Quizá sea mera ilusión, o engaño grato, lo que encontramos cada vez que volvemos la vista atrás rebuscando en algún rincón de la memoria y creemos encontrar algo que ya vivido, se parece a lo que nos toca vivir en esos momentos.
Pero cuando nos adentramos en alguno de esos compartimentos estancos que creamos en nuestra mente, para que en ellos perduren, para ser conservados, recuerdos vívidos de situaciones o momentos realmente importantes, y tenemos la suerte de que se abran todos los pliegues y recovecos que siempre tienen, (quizá para hurtarnos una parte de su ser), y se nos muestran aquellos instantes de otro tiempo de nuestra vida, con todo lujo de detalles, pudiendo ver y entender todo aquello del ayer con los ojos de hoy, no solamente nos ayuda y da fuerzas para salir de esa situación complicada, si no que a veces, tenemos la suerte de entender algún porqué, que en aquellos momentos nos hicimos, incluso con suerte, ver más allá del presente, e intuir cosas que no fueron, pero podrían haber sido.
Curiosa es la vida, sí, muy curiosa.
Esta vida nuestra de todos los días; la de nuestros amigos, la de nuestros vecinos, la de nuestros parientes, la de esa gente que vemos casi todos los días.
Esta vida nuestra, a la que no damos importancia, la que vivimos todos los días, y los días vienen tan juntos que ni notamos su paso.
Pero un día, casi sin darnos cuenta, quizá por culpa de un sonido, de una luz reflejada, de un brillo imperfecto, de un pensamiento perdido, de una mirada maliciosa…, no sé, siempre algo que no buscamos, que ocurre porque sí, o al menos, ajeno a nuestra voluntad.
Un día, sí, o un instante tan solo, vemos esa otra cara de esta gente nuestra, y descubrimos ese gesto del rostro que nos es desconocido, ese cuerpo que se dobla con peligro, esos pingajos de ropa que caen muertos donde recordábamos turgentes senos, esa sandía que hace sombra, donde recordábamos músculos tensos, esos pies cansados de tanto peso, o quizá el brillo apagado de esos ojos que en el recuerdo siempre están alumbrando la vida.
Y es que la vida pasa, con velocidades diferentes según para quién y cuándo y cómo, pero pasa inexorable, a ritmo quizá, del monótono segundero del viejo reloj que cuelga en la pared, ese que nos ha contado todo el tiempo que llevamos viviendo, que ha seguido en su tic tac los días más variados, los alegres y los de llantos, las llegadas a la vida y las despedidas de ella, las primeras sombras de aquel amor que un día quiso ser, y las últimas del que creímos verdadero y único, y que también murió, victima quizá, de la sola herrumbre que nos trae el tiempo.
Sí, han ido pasando los años.
Ahora, cuando ya hemos gastado muchos, a veces, o quizá mejor, con una frecuencia excesiva, volvemos la vista atrás ¿con nostalgia?
No la mayoría de las veces.
Yo sé que no es nostalgia o aburrimiento, si no la necesidad imperiosa que nos asalta con excesiva frecuencia, de buscar un asidero al que aferrarnos en los momentos cada vez más frecuentes de zozobra en nuestras vidas, ya cargadas de pesos y con la herrumbre atacando nuestros cuerpos.
Quizá sea mera ilusión, o engaño grato, lo que encontramos cada vez que volvemos la vista atrás rebuscando en algún rincón de la memoria y creemos encontrar algo que ya vivido, se parece a lo que nos toca vivir en esos momentos.
Pero cuando nos adentramos en alguno de esos compartimentos estancos que creamos en nuestra mente, para que en ellos perduren, para ser conservados, recuerdos vívidos de situaciones o momentos realmente importantes, y tenemos la suerte de que se abran todos los pliegues y recovecos que siempre tienen, (quizá para hurtarnos una parte de su ser), y se nos muestran aquellos instantes de otro tiempo de nuestra vida, con todo lujo de detalles, pudiendo ver y entender todo aquello del ayer con los ojos de hoy, no solamente nos ayuda y da fuerzas para salir de esa situación complicada, si no que a veces, tenemos la suerte de entender algún porqué, que en aquellos momentos nos hicimos, incluso con suerte, ver más allá del presente, e intuir cosas que no fueron, pero podrían haber sido.
Curiosa es la vida, sí, muy curiosa.