Y los veo pasar caminando por la ciudad.
Figuras en blanco y negro.
Mujeres elegantes y hombres con sombrero.
Caminando decididos a sus negocios a sus casas o a otros sitios.
Con prisa parecen ir los más, tranquilos los menos.
Jóvenes, viejos, madres con niños en cochecitos y gentes de mediana edad.
¡Ay, la vida! Siempre es igual la vida, dura y puñetera.
Y se les fueron pasando los días. Y ellos y ellas se fueron.
Y nos dejaron sus cosas y nuestras vidas.
Y aunque parezcan tan diferentes, son iguales nuestras vidas.
Ayer las suyas, hoy las nuestras.
La lucha diaria por el pan, por el amor, por la libertad.
Dejándose el resuello por un poquito de felicidad.
Y les llegaron los hijos, chiquitos y llorones, y a medida que les crecían, ellos se encogían.
Y un día se sintieron viejos, y otro día se murieron.
Y nosotros, jóvenes y fanfarrones, nos creímos que el mundo era nuestro, que nos pertenecía.
Y la vida nos bebíamos a tragos, cotos o largos, unos alegres y otros amargos.
¡Ay, la vida, la vida. Nuestra vida!
Y en el sillón, encogido por el tiempo, miro escurrirse los días y los sueños.
Y me hice viejo, y ya no puedo creer.
¡Veo tanto, y tan lejos…!
Nada es lo que parece, por esta cara que se nos muestra, todo es mentira.
La vida, la gente, los días, las creencias, las realidades, las visiones, las amistades, todo mentira.
A lo más que llegan es a caras de las verdades
Todo se va, se aleja, desaparece; solo Dios, mi Dios, ese puntito de luz que un día, no sé cuándo, se alojó en mi corazón sin pedir permiso, sigue estando, y va creciendo y creciendo, aunque se esfuma si intento cogerlo.
Dame la mano y llévame a pasear un rato, que las piernas me van fallando.
Figuras en blanco y negro.
Mujeres elegantes y hombres con sombrero.
Caminando decididos a sus negocios a sus casas o a otros sitios.
Con prisa parecen ir los más, tranquilos los menos.
Jóvenes, viejos, madres con niños en cochecitos y gentes de mediana edad.
¡Ay, la vida! Siempre es igual la vida, dura y puñetera.
Y se les fueron pasando los días. Y ellos y ellas se fueron.
Y nos dejaron sus cosas y nuestras vidas.
Y aunque parezcan tan diferentes, son iguales nuestras vidas.
Ayer las suyas, hoy las nuestras.
La lucha diaria por el pan, por el amor, por la libertad.
Dejándose el resuello por un poquito de felicidad.
Y les llegaron los hijos, chiquitos y llorones, y a medida que les crecían, ellos se encogían.
Y un día se sintieron viejos, y otro día se murieron.
Y nosotros, jóvenes y fanfarrones, nos creímos que el mundo era nuestro, que nos pertenecía.
Y la vida nos bebíamos a tragos, cotos o largos, unos alegres y otros amargos.
¡Ay, la vida, la vida. Nuestra vida!
Y en el sillón, encogido por el tiempo, miro escurrirse los días y los sueños.
Y me hice viejo, y ya no puedo creer.
¡Veo tanto, y tan lejos…!
Nada es lo que parece, por esta cara que se nos muestra, todo es mentira.
La vida, la gente, los días, las creencias, las realidades, las visiones, las amistades, todo mentira.
A lo más que llegan es a caras de las verdades
Todo se va, se aleja, desaparece; solo Dios, mi Dios, ese puntito de luz que un día, no sé cuándo, se alojó en mi corazón sin pedir permiso, sigue estando, y va creciendo y creciendo, aunque se esfuma si intento cogerlo.
Dame la mano y llévame a pasear un rato, que las piernas me van fallando.