Hola amig@s:
Quiero iniciar un debate en este foro, que esta presente actualmente en la sociedad, y más ahora con la crisis instalada en nuestra sociedad y en nuestros pueblos y ayuntamientos, y exige por parte de todos los que componemos esta sociedad, unos planteamientos valientes y responsables, ya que a veces la política, en el sentido tradicional, es decir los partidos políticos, no son capaces de resolver los problemas, o la forma de resolverlos, no es la que queremos los ciudadanos, o no nos vemos representados en las soluciones y la gestión de esos problemas.
Ya se están dando ejemplos en nuestra sociedad, donde los ciudadanos se estan uniendo en asociaciaciones para gestionar los poblemas que se estan dando en su pueblo, en su ciudad, o en su ayuntamiento. Quízá ha llegado el momento donde los ciudadanos nos unamos, primero para analizar y estudiar si la gestión de nuestros políticos es la correcta, es más, si nos sentimos representados en esa forma de gestión. Es la hora del asociacionismo, donde a parte de fortalecer la participación democrática, ejerce un control sobre los tres poderes que nos gobiernan en una sociedad democrática: el poder político, el poder judicial, y el poder económico. Es verdad, que no nos hemos sentido muchas veces representados por estos poderes, es más a veces no hemos sentido engañados o explotados, y para hacer frente a esos poderes, que a veces no son nada democráticos o no son gestionados de una manera correcta, y mas en estos tiempos de crisis, quizás ha llegado la hora que nos unamos en asociaciaciones fuertes y sólidas, donde los ciudadanos hagamos frente a los peligros de los abusos democráticos de estos tres poderes que nos gobiernan, y estar vigilantes para que no haya desviaciones en las funciones que tienen que tener estos poderes en una sociedad plural y democrática y en la gestión de los servicios y de los fondos públicos.
Os cuelgo un artículo interesante, "Sin compromiso no hay democracia" de Isaac Salama Salama, para que nos ayude a tener elementos de juicio en este debate, que quiero iniciar en este foro. Es hora de despertar del letargo en que se encuentra la sociedad civil, y responder a muchos de los agravios que nos estan haciendo nuestros polícos, donde las consecuencias de la crisis, siempre la pagamos los más débiles: los ciudadanos, que solo se acuerdan de nosotros cada cuatro años... y luego solo somos monigotes en sus manos...
Espero que nos sirva a todos este debate, por lo menos nos haga pensar y reflexionar. Un cordial saludo.
Juan Carlos.
SIN COMPROMISO NO HAY DEMOCRACIA
Decía Tocqueville:
"Surge un obstáculo en la vía pública, el paso está interrumpido y la circulación detenida; los vecinos se establecen al punto en cuerpo deliberante; de esa asamblea improvisada saldrá un poder ejecutivo que remediará el mal, antes de que la idea de una autoridad preexistente a la de los interesados se haya presentado en la imaginación de nadie. (…). En los Estados Unidos, se asocian con fines de seguridad pública, de comercio y de industria, de moral y religión. Nada hay que la voluntad humana desespere de alcanzar por la acción libre de la potencia colectiva de los individuos”.
Las palabras y las ideas de Tocqueville mantienen todo su vigor. En las antiguas monarquías los estamentos intermedios organizados y poderosos -clero y aristócratas- limitaban el poder absoluto del rey en función de sus propios intereses. En una sociedad democrática “todos los ciudadanos son independientes y débiles; nada, casi, son por sí mismos, y ninguno de ellos puede obligar a sus semejantes a prestarle ayuda, de modo que caerían todos en la impotencia si no aprendiesen a ayudarse libremente”.
La división de poderes se ideó para que cada poder actuara de dique de contención de los demás, singularmente el poder judicial aparecía como guardián de la ley, como garante de que todo poder se ejerciera de conformidad con ella como expresión de la voluntad general.
Pero la división de poderes no resuelve dos graves problemas. La democracia se realiza a través de asociaciones potentes con un estatus constitucionalmente privilegiado que, si bien nacen con el propósito de servir al interés general, pronto se convierten en estructuras de poder que sirven a sus intereses. Me refiero a los partidos políticos, que los grandes pensadores (Tocqueville, Michels o Sartori) ya calificaban abiertamente como el peligro de la propia democracia, en cuanto que un sistema democrático es, en su funcionamiento real, un sistema de partidos. Y éstos, cada vez más organizados, tienden a convertirse en sectas que contaminan a los poderes constituidos a través de mecanismos que nos suenan a todos: la decisión de quién va en las listas electorales, con tendencia a buscar personas fieles al partido más que personas independientes y de criterio. Los parlamentarios elegidos con este perfil funcionan como correa de transmisión de la voluntad del partido que acaba por influir en la designación de los otros poderes (singularmente los miembros del gobierno de los jueces).
Existen, además, otras estructuras de poder fuertemente cohesionadas, (singularmente el poder económico y los medios de comunicación) que también persiguen sus propios fines. Los partidos políticos y los poderes democráticos reciben fuertes presiones de estos modernos poderes aristocráticos, en función de sus propios intereses que no suelen coincidir con el general. ¿Alguien se ha preguntado realmente por qué a los ciudadanos nos toca pagar el llamado déficit tarifario a empresas eléctricas que tienen beneficios extraordinarios, en un sector regulado y en el que existe una situación de claro oligopolio de oferta? ¿O por qué el Gobierno y oposición sólo consiguen ponerse de acuerdo para indultar, en contra del criterio del juez sentenciador, a un conocido banquero condenado penalmente?
Para hacer frente a estos graves peligros de la democracia, aparte de fortalecer la división de poderes, es precisa una sociedad fuerte, unida a través de asociaciones. Están en juego muchas cosas. Hace tiempo que pocos discuten que la democracia sea el sistema más justo de gobierno conocido por el hombre, pero también resulta claro que es el más exigente con el ciudadano, porque le traslada la responsabilidad de las decisiones más importantes, en particular, la de quién queremos que nos gobierne. Si no asumimos con valentía esa responsabilidad, la democracia se convierte en la justificación perfecta de otra forma despótica de gobierno. Sin ciudadanos comprometidos con la defensa de la democracia, simplemente NO HAY DEMOCRACIA. Así de sencillo.
Y no nos engañemos aquí chocan dos vectores de fuerza. Uno singularmente potente: el de los poderes de hecho que se resisten a ser controlados y que harán todo lo posible para que no los controlemos (incluso tratar de aborregarnos con fondos públicos mediante programas de televisión hechos para cerebros planos). Enfrente, el ciudadano de a pie que, harto de estar harto, comienza a adquirir consciencia de que o esto lo arreglamos nosotros o no lo arregla ni Dios. Y que además es nuestra responsabilidad formar parte de la solución.
Hace poco me explicaban con un ejemplo gastronómico la diferencia entre implicarse y comprometerse: en la preparación de unos estupendos huevos fritos con jamón, la gallina está implicada, el cerdo comprometido. El plato de una verdadera democracia sólo sale con una sociedad de ciudadanos formados y comprometidos. Y aquí las asociaciones tienen un importante papel, como mecanismo de movilización social.
Pero ¿por qué, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, en las sociedades europeas no proliferan las asociaciones? En el modelo europeo occidental las superestructuras estatales se han metido hasta la cocina en todos los aspectos de nuestra vida. La Ley y el Estado nos dicen cómo hay que hacer cada cosa. El espacio que queda libre nos lo disciplina el modelo socio cultural. Nos queda poco margen y nos hemos habituado a que todo nos lo organicen desde fuera.
La película infantil Wally imagina un futuro en el que seres humanos obesos se acostumbran a que toda la actividad física se la hagan las máquinas, hasta el punto de que llegan a atrofiarse todos sus músculos y no pueden hacer algo tan sencillo como incorporarse o caminar.
La hiperorganización estatal ¿no habrá anquilosado nuestros músculos asociativos e incluso nuestra capacidad de iniciativa? ¿Qué pasaría si desde pequeño alguien planificara cada paso que damos? ¿No se nos olvidaría que tenemos una capacidad de decisión propia y una visión del mundo única? Y ¿qué ocurriría si un Ente Superior nos garantizara que no nos iba a faltar de nada en la vida? Al menor inconveniente nos dirigiríamos a Él en actitud de reclamación, en lugar de tratar de resolver nuestros problemas. Aunque no seamos conscientes, esta pérdida de la costumbre y la habilidad para afrontar y resolver situaciones no solo nos está atrofiando, sino que nos está dejando indefensos ante los poderes que nos proveen. Cierto, como en Matrix, podemos desconectar la máquina, pero entonces ¿qué sería de nosotros?
Imagino gentes asociándose para defender cosas que no les afectan directamente, intereses ajenos o difusos. No hay que imaginar demasiado si repasamos las primeras reivindicaciones del 15 M, de ese grito espontáneo que pedía división de poderes, independencia judicial o reforma de la ley electoral. Hoy queda poco de aquellos días, pero volverán a surgir asociaciones empeñadas en hacer de esto una democracia. Hastío hay, lo que falta es compromiso.
Quiero iniciar un debate en este foro, que esta presente actualmente en la sociedad, y más ahora con la crisis instalada en nuestra sociedad y en nuestros pueblos y ayuntamientos, y exige por parte de todos los que componemos esta sociedad, unos planteamientos valientes y responsables, ya que a veces la política, en el sentido tradicional, es decir los partidos políticos, no son capaces de resolver los problemas, o la forma de resolverlos, no es la que queremos los ciudadanos, o no nos vemos representados en las soluciones y la gestión de esos problemas.
Ya se están dando ejemplos en nuestra sociedad, donde los ciudadanos se estan uniendo en asociaciaciones para gestionar los poblemas que se estan dando en su pueblo, en su ciudad, o en su ayuntamiento. Quízá ha llegado el momento donde los ciudadanos nos unamos, primero para analizar y estudiar si la gestión de nuestros políticos es la correcta, es más, si nos sentimos representados en esa forma de gestión. Es la hora del asociacionismo, donde a parte de fortalecer la participación democrática, ejerce un control sobre los tres poderes que nos gobiernan en una sociedad democrática: el poder político, el poder judicial, y el poder económico. Es verdad, que no nos hemos sentido muchas veces representados por estos poderes, es más a veces no hemos sentido engañados o explotados, y para hacer frente a esos poderes, que a veces no son nada democráticos o no son gestionados de una manera correcta, y mas en estos tiempos de crisis, quizás ha llegado la hora que nos unamos en asociaciaciones fuertes y sólidas, donde los ciudadanos hagamos frente a los peligros de los abusos democráticos de estos tres poderes que nos gobiernan, y estar vigilantes para que no haya desviaciones en las funciones que tienen que tener estos poderes en una sociedad plural y democrática y en la gestión de los servicios y de los fondos públicos.
Os cuelgo un artículo interesante, "Sin compromiso no hay democracia" de Isaac Salama Salama, para que nos ayude a tener elementos de juicio en este debate, que quiero iniciar en este foro. Es hora de despertar del letargo en que se encuentra la sociedad civil, y responder a muchos de los agravios que nos estan haciendo nuestros polícos, donde las consecuencias de la crisis, siempre la pagamos los más débiles: los ciudadanos, que solo se acuerdan de nosotros cada cuatro años... y luego solo somos monigotes en sus manos...
Espero que nos sirva a todos este debate, por lo menos nos haga pensar y reflexionar. Un cordial saludo.
Juan Carlos.
SIN COMPROMISO NO HAY DEMOCRACIA
Decía Tocqueville:
"Surge un obstáculo en la vía pública, el paso está interrumpido y la circulación detenida; los vecinos se establecen al punto en cuerpo deliberante; de esa asamblea improvisada saldrá un poder ejecutivo que remediará el mal, antes de que la idea de una autoridad preexistente a la de los interesados se haya presentado en la imaginación de nadie. (…). En los Estados Unidos, se asocian con fines de seguridad pública, de comercio y de industria, de moral y religión. Nada hay que la voluntad humana desespere de alcanzar por la acción libre de la potencia colectiva de los individuos”.
Las palabras y las ideas de Tocqueville mantienen todo su vigor. En las antiguas monarquías los estamentos intermedios organizados y poderosos -clero y aristócratas- limitaban el poder absoluto del rey en función de sus propios intereses. En una sociedad democrática “todos los ciudadanos son independientes y débiles; nada, casi, son por sí mismos, y ninguno de ellos puede obligar a sus semejantes a prestarle ayuda, de modo que caerían todos en la impotencia si no aprendiesen a ayudarse libremente”.
La división de poderes se ideó para que cada poder actuara de dique de contención de los demás, singularmente el poder judicial aparecía como guardián de la ley, como garante de que todo poder se ejerciera de conformidad con ella como expresión de la voluntad general.
Pero la división de poderes no resuelve dos graves problemas. La democracia se realiza a través de asociaciones potentes con un estatus constitucionalmente privilegiado que, si bien nacen con el propósito de servir al interés general, pronto se convierten en estructuras de poder que sirven a sus intereses. Me refiero a los partidos políticos, que los grandes pensadores (Tocqueville, Michels o Sartori) ya calificaban abiertamente como el peligro de la propia democracia, en cuanto que un sistema democrático es, en su funcionamiento real, un sistema de partidos. Y éstos, cada vez más organizados, tienden a convertirse en sectas que contaminan a los poderes constituidos a través de mecanismos que nos suenan a todos: la decisión de quién va en las listas electorales, con tendencia a buscar personas fieles al partido más que personas independientes y de criterio. Los parlamentarios elegidos con este perfil funcionan como correa de transmisión de la voluntad del partido que acaba por influir en la designación de los otros poderes (singularmente los miembros del gobierno de los jueces).
Existen, además, otras estructuras de poder fuertemente cohesionadas, (singularmente el poder económico y los medios de comunicación) que también persiguen sus propios fines. Los partidos políticos y los poderes democráticos reciben fuertes presiones de estos modernos poderes aristocráticos, en función de sus propios intereses que no suelen coincidir con el general. ¿Alguien se ha preguntado realmente por qué a los ciudadanos nos toca pagar el llamado déficit tarifario a empresas eléctricas que tienen beneficios extraordinarios, en un sector regulado y en el que existe una situación de claro oligopolio de oferta? ¿O por qué el Gobierno y oposición sólo consiguen ponerse de acuerdo para indultar, en contra del criterio del juez sentenciador, a un conocido banquero condenado penalmente?
Para hacer frente a estos graves peligros de la democracia, aparte de fortalecer la división de poderes, es precisa una sociedad fuerte, unida a través de asociaciones. Están en juego muchas cosas. Hace tiempo que pocos discuten que la democracia sea el sistema más justo de gobierno conocido por el hombre, pero también resulta claro que es el más exigente con el ciudadano, porque le traslada la responsabilidad de las decisiones más importantes, en particular, la de quién queremos que nos gobierne. Si no asumimos con valentía esa responsabilidad, la democracia se convierte en la justificación perfecta de otra forma despótica de gobierno. Sin ciudadanos comprometidos con la defensa de la democracia, simplemente NO HAY DEMOCRACIA. Así de sencillo.
Y no nos engañemos aquí chocan dos vectores de fuerza. Uno singularmente potente: el de los poderes de hecho que se resisten a ser controlados y que harán todo lo posible para que no los controlemos (incluso tratar de aborregarnos con fondos públicos mediante programas de televisión hechos para cerebros planos). Enfrente, el ciudadano de a pie que, harto de estar harto, comienza a adquirir consciencia de que o esto lo arreglamos nosotros o no lo arregla ni Dios. Y que además es nuestra responsabilidad formar parte de la solución.
Hace poco me explicaban con un ejemplo gastronómico la diferencia entre implicarse y comprometerse: en la preparación de unos estupendos huevos fritos con jamón, la gallina está implicada, el cerdo comprometido. El plato de una verdadera democracia sólo sale con una sociedad de ciudadanos formados y comprometidos. Y aquí las asociaciones tienen un importante papel, como mecanismo de movilización social.
Pero ¿por qué, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, en las sociedades europeas no proliferan las asociaciones? En el modelo europeo occidental las superestructuras estatales se han metido hasta la cocina en todos los aspectos de nuestra vida. La Ley y el Estado nos dicen cómo hay que hacer cada cosa. El espacio que queda libre nos lo disciplina el modelo socio cultural. Nos queda poco margen y nos hemos habituado a que todo nos lo organicen desde fuera.
La película infantil Wally imagina un futuro en el que seres humanos obesos se acostumbran a que toda la actividad física se la hagan las máquinas, hasta el punto de que llegan a atrofiarse todos sus músculos y no pueden hacer algo tan sencillo como incorporarse o caminar.
La hiperorganización estatal ¿no habrá anquilosado nuestros músculos asociativos e incluso nuestra capacidad de iniciativa? ¿Qué pasaría si desde pequeño alguien planificara cada paso que damos? ¿No se nos olvidaría que tenemos una capacidad de decisión propia y una visión del mundo única? Y ¿qué ocurriría si un Ente Superior nos garantizara que no nos iba a faltar de nada en la vida? Al menor inconveniente nos dirigiríamos a Él en actitud de reclamación, en lugar de tratar de resolver nuestros problemas. Aunque no seamos conscientes, esta pérdida de la costumbre y la habilidad para afrontar y resolver situaciones no solo nos está atrofiando, sino que nos está dejando indefensos ante los poderes que nos proveen. Cierto, como en Matrix, podemos desconectar la máquina, pero entonces ¿qué sería de nosotros?
Imagino gentes asociándose para defender cosas que no les afectan directamente, intereses ajenos o difusos. No hay que imaginar demasiado si repasamos las primeras reivindicaciones del 15 M, de ese grito espontáneo que pedía división de poderes, independencia judicial o reforma de la ley electoral. Hoy queda poco de aquellos días, pero volverán a surgir asociaciones empeñadas en hacer de esto una democracia. Hastío hay, lo que falta es compromiso.