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Soneto XXXIV

Las luces de un suspiro repentino
Borraron su sonrisa y su fatiga,
La cálida expresión que se prodiga
En un recuerdo dulce y cristalino.

Dejó de ser camino aquel camino
De acuerdo con la ley que nos obliga,
Y aquella voz que amaba por amiga
Mezclóse a los inciensos del destino.

Volando, alma de mar, a la deriva,
Su espíritu partió a un lugar tranquilo,
Quién sabe a qué región abandonada.

Partió la noche, lánguida y esquiva,
Cruzando los pasillos del sigilo
Que halló la luz mostrando la alborada.

La yegua soberana

Alzóse irreverente
La yegua soberana
Que corre los espacios encendidos,
Lanzándose, arrojándose a su antojo,
Y, abriendo paso franco
A la mañana nueva,
No halló tus ojos bellos ni tu risa.

Alzóse irreverente
La yegua soberana
Que corre los espacios encendidos,
Dejándose llevar, hija del viento,
Y, abriendo paso franco
Al alba dulce y cálida,
No halló tus ojos bellos ni tu risa.

Alzóse irreverente
La yegua soberana
Que corre los espacios encendidos,
Besando los palacios de la noche
Y, abriendo paso franco
Al sol del horizonte,
No halló tus ojos bellos ni tu risa.

2005 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las campanas de la muerte”
Primera parte: "Los arqueros del alba"
Todos los derechos reservados por el autor.