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Revista Folklore, nº 294
ALFONSO TURIENZO MARTÍNEZ
Seguro que en más de una ocasión, sobre todo de pequeños, hemos oído hablar de las brujas como mujeres malvadas que se comían a los niños crudos y que volaban montadas sobre una escoba; pero, probablemente, nunca nos hemos planteado hasta qué punto estas supersticiones pueden ser verídicas. Lo cierto es que están ahí y tanto la historia como las tradiciones de cualquier país de Europa dan testimonio directo de ellas.

El término brujo o bruja es un término ambiguo, ya que con él se designa tanto al curandero como al individuo que rinde culto a los poderes infernales e incluso al practicante de las diversas “mancias” o artes adivinatorias. Sebastián de Covarrubias define así a los agentes de la brujería:

"Bruxa, bruxo, cierto género de gente perdida y endiablada que, perdido el temor a Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al demonio a trueco de una libertad viciosa y libidinosa, y unas vezes causando en ellos un profundíssimo sueño les representa en la imaginación ir a partes ciertas y hazer cosas particulares, que después de despiertos no se pueden persuadir, sino que realmente se hallaron en aquellos lugares, y hizieron lo que el demonio pudo hazer sin tomarlos a ellos por instrumento. Otras vezes realmente y con efeto las lleva a parte donde hazen sus juntas, y el demonio se les aparece en diversas figuras, a quien dan la obediencia, renegando de la Santa Fe que recibieron en el Bautismo, y haziendo […] cosas abominables y sacrílegas" (1).

Lo primero que debemos tener en cuenta es que en cada comarca, incluso en cada pueblo, se suele hablar de las brujas de forma distinta, pero en líneas generales suele ser una pobre mujer que, en muchos casos, vive sola, apartada del pueblo, entrada en edad y que por enfermedad o descuido olvida acudir a misa los domingos. Los vecinos, propensos a una mentalidad rural poco formada, enseguida le cuelgan el “sambenito” de bruja y la acusan de todos los desastres que acaecen en la localidad, tales como la pérdida de cosechas, enfermedades del ganado, etc.

En este trabajo pretendo acercarme concretamente a la bruja leonesa, que en ocasiones se manifiesta con poderes sobrenaturales, reencarnándose por las noches en animal supersticioso, como el gato negro, el sapo o la lechuza; reuniéndose con sus compañeras de malas artes los viernes a media noche en el bosque, bajo la luz de la luna, y adorando al “Señor de las Tinieblas” que se aparece en la reunión en forma de macho cabrío en lo que se conoce como “Aquelarre”. La primera referencia en la literatura castellana de los vuelos que hacían las brujas para acudir a estos aquelarres la encontramos en el Libro de Alexandre (S. XIII). En muchos pueblos leoneses, sobre todo las personas mayores, recuerdan aún las habladurías y temores contra el llamado “mal de ojo” de las brujas, que es una especie de conjuro que sirve para causar daño al prójimo. Por “mal de ojo” se entiende comúnmente la influencia negativa que ejercen algunas personas, sobre todo las brujas, sobre otras personas, animales, cosas y actividades. Las causas que provocan este mal son la envidia, el odio, los celos, el mal querer, la mirada intensa y el halago excesivo hacia los niños.

En Morales del Arcediano, pueblo cercano a Val de San Lorenzo y a la conocida ciudad de Astorga, se recuerdan remedios contra el mal de ojo, siendo el más corriente el de proteger a los niños con una cédula bendita de tela o escapulario que se decoraba con escamas de pescado haciendo un dibujo en forma de flor; dentro de éstas figuraban unos salmos en latín que se imprimían en una imprenta de Astorga. Algunos atribuyen el éxito de estas hojas de papel impresas a la figura de San Caralampio, abogado protector contra las brujas. Este mismo remedio de la cédula –también llamada nómina– se ha empleado en Astorga, el Páramo, Valdería, Valduerna y La Bañeza. En otros lugares para librar del mal de ojo a los niños se les colgaba al cuello un coral enganchado a un cordón o una figura de azabache negro en forma de mano o de cuerno, etc., llamada higa. En Valderas se creía incluso que el mal de ojo podía sufrirlo la criatura antes de nacer, provocando con ello el aborto. El hecho de que se prestara especial cuidado en proteger a los niños se debía a que eran éstos el objeto directo de este influjo maligno, cuyas consecuencias directas eran las del enflaquecimiento (anemia), la tristeza y la contracción de enfermedades que llegan a provocar la muerte. Dos refranes castellanos corroboran este aserto: “El niño murió: reventado sea el ojo que lo aojó” y “Brujas y hechiceras, malas para los niños: ¡fuego con ellas!”.

No obstante, la bruja no es la única responsable del temido mal de ojo. Así, por ejemplo, en La Bañeza se cree que las brujas, pero también las comadrejas, con sólo mirar a los niños les pueden hacer cuanto daño quieran. Para evitarlo, cuelgan al cuello del niño la regla de San Benito y los Evangelios. Contra la comadreja suelen quemar sustancias que sueltan mal olor. Y en Bembibre se cree que quien causa el mal de ojo son los tuertos. En El Bierzo se dice que cuando una persona te mira con malos ojos, si le aguantas la mirada, entonces todo el mal que te manda vuelve a ella, vuelve donde salió (2). Otros agentes humanos del mal de ojo pueden ser las mujeres embarazadas, las gitanas y, en general, cualquier otra persona envidiosa o celosa, sobre todo si se trata de mujeres viejas. Y en cuanto a los agentes animales, además de la citada comadreja, otro animal causante del mal de ojo es el basilisco, cuya mirada puede resultar mortal.

El basilisco es uno de los mitos más antiguos. Se trata de un animal fabuloso que tiene el poder de matar con la mirada. En la Edad Media se representaba como un gallo de cuatro patas, con corona, plumaje amarillo, alas espinosas y cola de serpiente. Los Padres de la Iglesia lo describen como el rey de las serpientes, resultado de la incubación de un huevo de gallina por una serpiente. La tradición oral en Castilla y [en *] León [y en Galicia, y Asturias,...*] propone algunas señas para identificar al basilisco. No hace mucho tiempo mi padre, natural de León, me contaba lo siguiente: "cuando yo era un chaval, mi madre siempre decía que si en el nido de gallina aparecía un huevo muy pequeño había que tirarlo, ya que lo había puesto el gallo". Pues bien, existe la creencia de que en tal huevo pequeño, si no se rompía pronto, se desarrollaba un basilisco o un dragón con las propiedades del basilisco.

En Rosales, Gordón y Valdevimbre se cree que el basilisco puede formarse a partir del pelo de una mujer, si éste es arrancado con raíz. Por eso las mujeres, cuando se peinaban, hacían un manojo con los cabellos desprendidos en el peine y lo arrojaban lejos, o bien lo quemaban, para evitar que surgiese el monstruo.

En la cultura tradicional el basilisco ha sido considerado como un ser fiero; por eso es común la expresión “ponerse como un basilisco” para referirnos a una persona que actúa de manera intratable. En la iconografía encontramos representaciones de este animal en lugares insospechados, como las sillerías de coro de las catedrales de León y de Astorga (3).

Para tratar de curar el mal de ojo (culleitizo) en León se solía acudir a un cruce de caminos. En La Cabrera se utilizaba un remedio que consistía en aspirar el humo de una hoguera durante algún tiempo. Otra forma de curación era la de llevar al niño afectado al monte, exactamente a un cruce de caminos, y allí debían esperar a que pasara un caminante; en el momento en que alguno se acercaba, la mujer que había llevado al niño decía:

Hombre de buena fortuna,
quítame el culleitizo a la criatura.