El caminante, al que debemos suponer familiarizado con el rito, debía saltar por encima del niño y así quedaría curado. En San Pedro Bercianos, en la comarca del Páramo, se recogía hinojo con este fin (4).
Otro método empleado consistía en llevar al niño junto al horno donde se cocía el pan. Se contaban los panes que estaban dentro del horno y se lanzaba el mismo número de habas dentro. Después se acercaba el niño a la boca del horno el mismo número de veces, y a la vez se pronunciaba este conjuro:
Aire lugar
esperimenta de males.
¿Este cuerpo qué tien?
Entonces se colocaba al niño en la pala del horno, se le acercaba a la boca del mismo otras tantas veces y se decía:
Culleitizo al forno irás
y eiquí ñon volverás (5).
Es frecuente encontrar en la comarca de la Maragatería losetas con unos dibujos de cuatro o seis pétalos, que se colocan en las entradas de los establos y de las casas para preservar a las personas y a los ganados de las males artes de las brujas. En realidad estas losetas no son otra cosa que estelas funerarias que los romanos grababan en las lápidas de sus tumbas.
En Paradiña, para curar el mal de ojo en los animales (logramento), se pasaba una vara de acebo por el lomo y las patas del animal haciendo cruces y diciendo:
Logramento che corro,
de sete estados en fondo,
esta vara d’acebo che poño (6).
En El Bierzo, si una pareja de bueyes tenía mal de ojo, el amo se quitaba los pantalones, frotaba a los animales con ellos y después apaleaba la prenda o bien la arrojaba a lo alto de un tejado (7).
En otra comarca, como en el municipio de Gordón, también se temía a las brujas, y cuando las vacas no daban leche, los aldeanos corrían a los matorrales más próximos y los apaleaban, pues creían que allí estaban las brujas echando el mal de ojo a los ganados (8). En algunos establos de la comarca de la Cabrera colgaban ramas de laurel para que las brujas no provocaran el “andancio” (enfermedad epidémica leve) al ganado. También se decía que el chirrido que producía el “carro chillón” espantaba a las brujas. En El Bierzo, para sanar a los enfermos de cuxillo y erisipela, se mojaba una rama de saúco con agua y aceite de oliva y se pasaba por la parte afectada, repitiendo tres veces esta fórmula:
Bixos e bixas, fuego mordía,
van pola costa do monte arriba
a la rayada da mediodía.
Encontráronse con nosa Señora,
a Virxen María, e preguntaronye
¿Qué ye faría?
Con unhas ramiñas do monte
e unha ponca d’agua da fonte fría
e unhas gotiñas d’aceite d’oliva.
Con eso e c’a gracia da nosa
Señora, a curaría (9).
Un caso concreto y real de hechizamiento o mal de ojo lo contaba Carolina Geijo en Val de San Lorenzo: decía que había una vecina del pueblo a quien se le enfermó un caballo; la mujer decidió entonces llevar el animal a un curandero, y éste dijo que el caballo estaba embrujado por una vecina que la quería mal; podía saber de quién se trataba porque en el lomo del caballo aparecería la inicial del nombre de la bruja. Al parecer así fue: se trataba de la ti María. Posteriormente este mismo caso fue recordado por su hija Dolores de esta manera: había una señora hombruna en Val de San Lorenzo, cuyas caballerías empezaron a morir “de torzón” y porque no orinaban. Dos cabalgaduras había ya perdido, y a la otra poco le faltaba, cuando fue a ver a una bruja que había en Espadañedo para que le resolviera el problema. La meiga le dijo que todo aquello se debía a un conjuro que había hecho una vecina amiga suya, también bruja, que le había echado, por envidia, el mal de ojo a los animales, puesto que éstos seguro que tenían una “M” marcada en el anca, y que el nombre de esta vecina empezaba por la misma letra. También le dijo que en el camino de vuelta se encontraría con ella, la saludaría amablemente y conversarían las dos al llegar a su casa. Le indicó que fuera a la cuadra y mirara junto a la pata del animal, donde había grabada una “M” inicial del nombre de la bruja y causante del maleficio. Dio la casualidad que por el camino de Santiagomillas, la maragata se encontró con una vecina suya que andaba limpiando la huerta de hierbas, llamada María, y la saludó. No esperó más. Allí mismo le sacudió tal paliza que la dejó medio muerta de golpes con el estoque. Poco después se la encontró ensangrentada, muriendo a los pocos días de la paliza recibida. ¡Y seguro que ni era bruja ni nada, pero la otra lo creyó y le dio de golpes con la fusta! (10).
Pero de todos los relatos que contaba mi abuela Dolores, el que más le revolvió el sueño y las sopas de ajo que tomó antes de acostarse un día, fue el del mesón en el día de Nochebuena. Un padre y una hija bruja llegaron a Val de San Lorenzo el día 24 de diciembre de año incierto y pararon en el mesón del pueblo. Los hombres que allí se encontraban le vieron cara de bruja a la hija y comenzaron a contar historias de quemas de malas mujeres en el centro de la plaza. Ella que los escuchaba preguntó al padre si ella había de ser bruja, que no lo era, dónde había de esconderse para que no la atrapasen. "En el alleiro", dijo el viejo, y allá fue a esconderse la moza, mientras que los hombres del pueblo, que sospechaban de ella, prendieron fuego al pajar y la quemaron viva (11).
No obstante, para saber si una mujer es bruja, no basta con la mera sospecha. Una fórmula empleada en el Páramo leonés para saber si una mujer era bruja consistía en echar un garbanzo en la pila del agua bendita de la iglesia; en este caso la bruja saldría la última del templo (12).
En Zacos y La Valcueva existía la creencia de que al morir las brujas, éstas traspasaban sus poderes al estrechar la mano de otra persona. Solían buscar a sus sucesoras entre las parientes más próximas.
Ante estas arraigadas creencias acerca de las brujas y quizá por eso de que “es mejor prevenir que curar”, se han empleado todo tipo de amuletos: cruces diversas, medallas, patenas, relicarios, escapularios, evangelios, reglas de San Benito, papeles de San Francisco, campanillas, dijes, higas de azabache, cuentas de coral, cuernos, castañas de indias, etc. Este tipo de amuletos se aprecia muy bien en los trajes regionales femeninos, como es el caso de las maragatas, que visten con las donas o regalos que el novio hace a la novia, y que son collares con rosario, medallas y algunos otros amuletos.
Entre las cruces, una de las más usadas es la de Caravaca, de enorme difusión en estas tierras como preventivo brujeril y contra las tormentas. Una cruz empleada contra los exorcismos –tengo la suerte de poseer una– es la de San Benito, aunque desconozco si ésta se ha usado en tierras de León.
En otras ocasiones bastaba con hacer la señal de la cruz, solicitando la bendición de un sacerdote o realizándola cualquier persona. En los primeros años del S. XX, un hombre de Roderos decía:
"Son las mujeres un tanto supersticiosas; creen que a los niños les acometen las brujas; cuando esto sucede, o para librarse de ello, el párroco bendice a los niños o la casa, y entonces quedan tranquilas. También es frecuente que se pida la bendición para las cerdas cuando paren; el párroco va y echa la bendición para animales" (13).
En Jiménez de Jamuz, pueblo conocido por su típica alfarería, se hacían cruces en el suelo, junto a la boca de atizar el horno, mientras que en El Bierzo las cruces se hacían dando saltos sobre la lumbre (fumazo) que se encendía a la puerta de las casas la víspera de San Juan, quemando plantas olorosas (ruda, romero, cantueso) y azufre, y pronunciando al mismo tiempo este conjuro:
Si eres bruxa, te arreniego
y si eres demo, vaite al infernu.
Después llevaban el fumazo por todos los rincones de la vivienda, portalones, cuadras y pallozas (14). En Riolago de Babia se hacían los fumazos con llantén, laurel, tomillo y cuernos de carnero, quemándolo todo en una caldera de cobre y dejándolo durante todo un día en el patio de casa. En Valencia de Don Juan se sahumaban las cuadras con tomillo bendecido el día de San Juan (15).
En la montaña leonesa existe la costumbre de hacer una cruz en las cenizas de la lumbre para que no entren las brujas por la chimenea durante la noche (16).
Otro uso muy generalizado para repeler a las brujas es el de las tijeras abiertas en forma de cruz, que se colocaban debajo de la cama, del colchón
o de la almohada. Otra variante de la cruz, también bastante extendida, es la que se hacía con los dedos cuando alguien se cruzaba por la calle con una bruja. En este caso también valía el gesto de santiguarse.
Diversas son también las medallas, escapularios e imágenes que muchas personas llevan consigo con el mismo fin. Sin embargo, otras imágenes son fijas, como es el caso de los detentes que aún se ven colocados en algunas puertas, sobre todo los del corazón de Jesús, lo mismo que imágenes de santos que se guardan en las casas.
De los escapularios el más común es el de la Virgen del Carmen.
Otro método empleado consistía en llevar al niño junto al horno donde se cocía el pan. Se contaban los panes que estaban dentro del horno y se lanzaba el mismo número de habas dentro. Después se acercaba el niño a la boca del horno el mismo número de veces, y a la vez se pronunciaba este conjuro:
Aire lugar
esperimenta de males.
¿Este cuerpo qué tien?
Entonces se colocaba al niño en la pala del horno, se le acercaba a la boca del mismo otras tantas veces y se decía:
Culleitizo al forno irás
y eiquí ñon volverás (5).
Es frecuente encontrar en la comarca de la Maragatería losetas con unos dibujos de cuatro o seis pétalos, que se colocan en las entradas de los establos y de las casas para preservar a las personas y a los ganados de las males artes de las brujas. En realidad estas losetas no son otra cosa que estelas funerarias que los romanos grababan en las lápidas de sus tumbas.
En Paradiña, para curar el mal de ojo en los animales (logramento), se pasaba una vara de acebo por el lomo y las patas del animal haciendo cruces y diciendo:
Logramento che corro,
de sete estados en fondo,
esta vara d’acebo che poño (6).
En El Bierzo, si una pareja de bueyes tenía mal de ojo, el amo se quitaba los pantalones, frotaba a los animales con ellos y después apaleaba la prenda o bien la arrojaba a lo alto de un tejado (7).
En otra comarca, como en el municipio de Gordón, también se temía a las brujas, y cuando las vacas no daban leche, los aldeanos corrían a los matorrales más próximos y los apaleaban, pues creían que allí estaban las brujas echando el mal de ojo a los ganados (8). En algunos establos de la comarca de la Cabrera colgaban ramas de laurel para que las brujas no provocaran el “andancio” (enfermedad epidémica leve) al ganado. También se decía que el chirrido que producía el “carro chillón” espantaba a las brujas. En El Bierzo, para sanar a los enfermos de cuxillo y erisipela, se mojaba una rama de saúco con agua y aceite de oliva y se pasaba por la parte afectada, repitiendo tres veces esta fórmula:
Bixos e bixas, fuego mordía,
van pola costa do monte arriba
a la rayada da mediodía.
Encontráronse con nosa Señora,
a Virxen María, e preguntaronye
¿Qué ye faría?
Con unhas ramiñas do monte
e unha ponca d’agua da fonte fría
e unhas gotiñas d’aceite d’oliva.
Con eso e c’a gracia da nosa
Señora, a curaría (9).
Un caso concreto y real de hechizamiento o mal de ojo lo contaba Carolina Geijo en Val de San Lorenzo: decía que había una vecina del pueblo a quien se le enfermó un caballo; la mujer decidió entonces llevar el animal a un curandero, y éste dijo que el caballo estaba embrujado por una vecina que la quería mal; podía saber de quién se trataba porque en el lomo del caballo aparecería la inicial del nombre de la bruja. Al parecer así fue: se trataba de la ti María. Posteriormente este mismo caso fue recordado por su hija Dolores de esta manera: había una señora hombruna en Val de San Lorenzo, cuyas caballerías empezaron a morir “de torzón” y porque no orinaban. Dos cabalgaduras había ya perdido, y a la otra poco le faltaba, cuando fue a ver a una bruja que había en Espadañedo para que le resolviera el problema. La meiga le dijo que todo aquello se debía a un conjuro que había hecho una vecina amiga suya, también bruja, que le había echado, por envidia, el mal de ojo a los animales, puesto que éstos seguro que tenían una “M” marcada en el anca, y que el nombre de esta vecina empezaba por la misma letra. También le dijo que en el camino de vuelta se encontraría con ella, la saludaría amablemente y conversarían las dos al llegar a su casa. Le indicó que fuera a la cuadra y mirara junto a la pata del animal, donde había grabada una “M” inicial del nombre de la bruja y causante del maleficio. Dio la casualidad que por el camino de Santiagomillas, la maragata se encontró con una vecina suya que andaba limpiando la huerta de hierbas, llamada María, y la saludó. No esperó más. Allí mismo le sacudió tal paliza que la dejó medio muerta de golpes con el estoque. Poco después se la encontró ensangrentada, muriendo a los pocos días de la paliza recibida. ¡Y seguro que ni era bruja ni nada, pero la otra lo creyó y le dio de golpes con la fusta! (10).
Pero de todos los relatos que contaba mi abuela Dolores, el que más le revolvió el sueño y las sopas de ajo que tomó antes de acostarse un día, fue el del mesón en el día de Nochebuena. Un padre y una hija bruja llegaron a Val de San Lorenzo el día 24 de diciembre de año incierto y pararon en el mesón del pueblo. Los hombres que allí se encontraban le vieron cara de bruja a la hija y comenzaron a contar historias de quemas de malas mujeres en el centro de la plaza. Ella que los escuchaba preguntó al padre si ella había de ser bruja, que no lo era, dónde había de esconderse para que no la atrapasen. "En el alleiro", dijo el viejo, y allá fue a esconderse la moza, mientras que los hombres del pueblo, que sospechaban de ella, prendieron fuego al pajar y la quemaron viva (11).
No obstante, para saber si una mujer es bruja, no basta con la mera sospecha. Una fórmula empleada en el Páramo leonés para saber si una mujer era bruja consistía en echar un garbanzo en la pila del agua bendita de la iglesia; en este caso la bruja saldría la última del templo (12).
En Zacos y La Valcueva existía la creencia de que al morir las brujas, éstas traspasaban sus poderes al estrechar la mano de otra persona. Solían buscar a sus sucesoras entre las parientes más próximas.
Ante estas arraigadas creencias acerca de las brujas y quizá por eso de que “es mejor prevenir que curar”, se han empleado todo tipo de amuletos: cruces diversas, medallas, patenas, relicarios, escapularios, evangelios, reglas de San Benito, papeles de San Francisco, campanillas, dijes, higas de azabache, cuentas de coral, cuernos, castañas de indias, etc. Este tipo de amuletos se aprecia muy bien en los trajes regionales femeninos, como es el caso de las maragatas, que visten con las donas o regalos que el novio hace a la novia, y que son collares con rosario, medallas y algunos otros amuletos.
Entre las cruces, una de las más usadas es la de Caravaca, de enorme difusión en estas tierras como preventivo brujeril y contra las tormentas. Una cruz empleada contra los exorcismos –tengo la suerte de poseer una– es la de San Benito, aunque desconozco si ésta se ha usado en tierras de León.
En otras ocasiones bastaba con hacer la señal de la cruz, solicitando la bendición de un sacerdote o realizándola cualquier persona. En los primeros años del S. XX, un hombre de Roderos decía:
"Son las mujeres un tanto supersticiosas; creen que a los niños les acometen las brujas; cuando esto sucede, o para librarse de ello, el párroco bendice a los niños o la casa, y entonces quedan tranquilas. También es frecuente que se pida la bendición para las cerdas cuando paren; el párroco va y echa la bendición para animales" (13).
En Jiménez de Jamuz, pueblo conocido por su típica alfarería, se hacían cruces en el suelo, junto a la boca de atizar el horno, mientras que en El Bierzo las cruces se hacían dando saltos sobre la lumbre (fumazo) que se encendía a la puerta de las casas la víspera de San Juan, quemando plantas olorosas (ruda, romero, cantueso) y azufre, y pronunciando al mismo tiempo este conjuro:
Si eres bruxa, te arreniego
y si eres demo, vaite al infernu.
Después llevaban el fumazo por todos los rincones de la vivienda, portalones, cuadras y pallozas (14). En Riolago de Babia se hacían los fumazos con llantén, laurel, tomillo y cuernos de carnero, quemándolo todo en una caldera de cobre y dejándolo durante todo un día en el patio de casa. En Valencia de Don Juan se sahumaban las cuadras con tomillo bendecido el día de San Juan (15).
En la montaña leonesa existe la costumbre de hacer una cruz en las cenizas de la lumbre para que no entren las brujas por la chimenea durante la noche (16).
Otro uso muy generalizado para repeler a las brujas es el de las tijeras abiertas en forma de cruz, que se colocaban debajo de la cama, del colchón
o de la almohada. Otra variante de la cruz, también bastante extendida, es la que se hacía con los dedos cuando alguien se cruzaba por la calle con una bruja. En este caso también valía el gesto de santiguarse.
Diversas son también las medallas, escapularios e imágenes que muchas personas llevan consigo con el mismo fin. Sin embargo, otras imágenes son fijas, como es el caso de los detentes que aún se ven colocados en algunas puertas, sobre todo los del corazón de Jesús, lo mismo que imágenes de santos que se guardan en las casas.
De los escapularios el más común es el de la Virgen del Carmen.