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VAL DE SAN LORENZO: Otros objetos que han servido de protección contra...

Otros objetos que han servido de protección contra el mal de ojo han sido fragmentos de altar de iglesia o de monumentos antiguos.

No sólo son de tipo religioso los objetos empleados contra este maleficio; también los encontramos de tipo profano, como la higa, que es posiblemente el amuleto profano más extendido. Parece ser que este amuleto ya era utilizado en el mundo fenicio. La higa reproduce una mano en diferentes posturas, siendo la más frecuente aquella que representa una mano cerrada y con el dedo pulgar entre el índice y el corazón. En la antigüedad era corriente hacer un gesto injurioso que tenía por objeto ejercer una acción nociva a distancia sobre un ser viviente, y a este gesto se le llama en España hacer la higa: consiste en cerrar la mano y pasar el dedo pulgar entre el índice y el corazón. Si la persona a quien se dirigía esta acción despreciativa poseía algún objeto que anulara tal acción, el gesto quedaba sin efecto. El objeto que anulaba el mal deseo era reproducción del mismo gesto, y se llamaba también higa. En León han sido muy conocidas las higas de azabache o de coral en los collares de las mujeres y dijeros de los niños, en La Bañeza, Riberas del Órbigo y Maragatería, siempre con la finalidad de ahuyentar el mal de ojo (18).

En Gordaliza del Pino se decía que los que causaban el mal de ojo partían el corazón de la criatura, y para prevenir ese mal le ponían al niño unos azabaches a los que llamaban higas, siendo estos amuletos, y no las criaturas, los que sufrían los efectos del maleficio.

Además de las higas, en la Maragatería se usaban cuernos de coral rojo contra el mal de ojo, los alunamientos –considerados como una variante del mal de ojo–, las almas en pena, las tormentas, los vómitos, las hemorragias, etc (19).

El cuerno de unicornio ha sido un poderoso amuleto que se ha utilizado como protector contra mordeduras ponzoñosas y también, en algunos casos aislados y como otros tipos de cuernos, contra el mal de ojo. En el caso de que se haya producido un envenenamiento, actúa de manera infalible como antídoto. En la provincia de León existen algunas leyendas alusivas al unicornio, como la de San Genadio, quien siempre iba acompañado de uno de estos animales fantásticos (20).

En Peñalba de Santiago, para tratar una mordedura venenosa o cualquier clase de envenenamiento, introducían el cuerno de unicornio en un recipiente con agua y trazaban la señal de la cruz un número impar de veces. Después removían la superficie del agua y ésta debía ser tomada por el paciente (21). En Santalla había una familia que guardaba un cuerno de unicornio cual si fuera un tesoro, y lo utilizaban para bendecir el agua con la que trataban picaduras de abeja o de cualquier otro animal (22).

También las campanillas y sonajeros han sido frecuentemente utilizados, sobre todo en la montaña leonesa. Desde la antigüedad –Edad del Bronce– existe la creencia de que el sonido de ciertos metales, como el bronce, el hierro y la plata, ahuyentaba los malos espíritus. En un inventario de Astorga de 1808 parece un cinto con su cascabelero, campanillas y otros dijes de plata (23).

En la zona de Boñar se utilizaban herraduras como elemento protector contra las brujas: con el fin de impedir su entrada en las casas, colocaban herraduras en las puertas y en las chimeneas. Y en el Páramo se pintaban herraduras o se aplicaban éstas candentes en las puertas de las cuadras para prevenir a los ganados de cualquier maleficio (24).

Las patas de ciertos animales, como las del tejón o las del topo, han sido consideradas protectoras. En San Justo de la Vega se utilizó una pata de lagarto, y en Villablino, según se deduce de un inventario de finales del S. XVIII, se menciona el empleo de una uña de oso, engastada en plata (25). También en Villablino aseguraban que los niños quedarían libres del mal de ojo y de las brujas si colocaban dentro o debajo de las cunas un saquito con alcanfor. En Grajal se prevenía el mal de ojo con un cuerno de ciervo, mientras que en otros lugares se han empleado con el mismo fin cabezas de víboras. Otra costumbre ha sido la de colocar colmillos de jabalí a las caballerías y mujeres lactantes, o la de poner un número impar de bolas de alcanfor dentro de una bolsa que se colgaba después del pescuezo de las vacas.

Todavía hoy se pueden ver colocados en los balcones de muchas casas los ramos bendecidos el Domingo de Ramos; se trata de otro elemento protector, como también lo es el ajo, conocido repelente de los vampiros. En Villar de las Traviesas se les colgaba a los niños un collar de ajos y apio. Otro empleo diferente de los vegetales es el que se hacía en Cacabelos, donde existía la costumbre de preparar un baño para enamorar a los hombres, haciendo previamente una infusión con albahaca, tomillo, canela en rama y un poco de miel; se echaba en el baño y dejaba un olor irresistible para los hombres.

En cuanto a los lugares en los que las brujas celebraban sus rituales, ya he referido antes que solían tener las reuniones los viernes a media noche en el bosque, bajo la luz de la luna y en presencia del diablo que solía tomar forma de macho cabrío. Allí las brujas danzaban alrededor de una hoguera mientras bebían sangre y cometían todo tipo de excesos sexuales. Suelen gustar más de los valles que de los montes. No son éstos los únicos lugares elegidos, ya que también tienen propensión hacia las iglesias y ermitas abandonadas, los cementerios y las encrucijadas de caminos.

Un cuento recogido en Riaño en 1936 sobre este tema es el titulado Las brujas de Cansoles, en el que se dice que las brujas iban a bailar todas las noches al campo de Cansoles, junto a Guardo, y había una hija con su madre a quienes les gustaba mucho el baile. La hija era muy guapa. Sucedió una vez que, pasando un pobre por Cansoles, fue a pedir posada a la choza donde estaban las dos brujas. Éstas le mandaron entrar y, después de darle de cenar, le mandaron que se acostase en un escaño que tenían en la cocina. El pobre hombre se acostó, pero no se durmió. Hizo que estaba dormido, pero en realidad estaba despierto. Las brujas entraron y le amarraron bien con un cordel al escaño, y a eso de las doce levantaron un ladrillo del suelo de la cocina y sacaron un frasco con unturas, y con ello se untaron toda la cara, los ojos, las manos, los pies y hasta el ombligo. Y entonces dijeron: “ ¡Por encima de zarzas y espinos, a bailar al campo Cansoles!”. Y salieron volando. Y el pobre, que todo lo estaba viendo, pudo desatarse un brazo, levantar el ladrillo y sacar el frasco del ungüento. Se untó la cara, las manos, los pies y el ombligo, y dijo: “ ¡Por encima de zarzas y espinos, a bailar al campo Cansoles!”. Y salió disparado como un rayo, con banco y todo. Llegó a Cansoles y vio el baile que tenían las brujas, y tanto le gustaba la hija del ama que la sacó a bailar. Y estando bailando, fue a dar una vuelta joven. Cuando volvieron para casa, el pobre se adelantó y llegó antes que ellas, de manera que lo encontraron acostado en el banco, tal y como ellas lo habían dejado. Por la mañana, al levantarse, le preguntó a la bruja joven qué le había pasado, que tenía las narices tapadas. Y ella le contestó que en un baile que habían tenido, al dar una vuelta había chocado contra un poste y se había roto las narices. El pobre se marchó. Y las brujas siguen bailando en Cansoles (26).

Hay datos de aquelarres en Val de San Lorenzo, donde las “meigas” (27) –ya sabemos que "haberlas, hailas"– danzaban con el “meigo Andrés” todos los jueves por la noche en el rigueraval, entre Val de San Lorenzo y Valdespino de Somoza; danzaban en torno a la hoguera y hacían el “ijuju”. Esa noche nadie se atrevía a salir de casa, pues andaban las brujas en facendera, según relataba Carolina. Su hija Dolores decía que, al anochecer de los martes y los viernes, las brujas y meigos del pueblo se reunían en el cascallal para bailar, y tal era la credulidad de los vecinos que decían verlos desde las casas.

En Foncebadón se levanta la famosa Cruz de Ferro [ ¡Cruz de Fierro! **], testigo de los aquelarres que se celebraban antaño en las cercanías de una fuente los treinta de abril de cada año, día de San Felipe. Esta misma fecha marca los aquelarres del Valle de Veiga del Palo, pueblo de la comarca de Laciana en el que existe una fuente de las brujas. También hay noticias de aquelarres de brujas en el pueblo de Grulleros, en cuyas afueras tenían lugar estas
reuniones los viernes por la noche (28).

En sus escritos, Manuel E. Rubio Gago, conocedor de las creencias populares leonesas, constata que el fenómeno de la brujería no sólo va más allá del simple mito para atemorizar a los niños cuando se portan mal, sino que es un fenómeno supersticioso profundamente arraigado en nuestra cultura tradicional.

Y el filólogo salmantino Juan Francisco Blanco, en su libro Brujería y otros oficios populares de la magia, aporta las pruebas necesarias para demostrar que la brujería ha tenido un fuerte arraigo en Castilla y [en *] León [ y en Galicia y...*]

César Morán afirma que en Quintanilla de Sollamas "sucedió que un hombre notaba que la cuba de vino que tenía en la bodega disminuía rápidamente, sin poder averiguar la causa, teniéndolo todo, como lo tenía, bien cerrado. Hasta que una noche oyó gran algazara dentro. Escuchó y cantaban:

Por encima de paredes
y por debajo de sebes,
a la cuba de Fulano
me llevedes.

Era un corro de brujas que penetraban por el agujero de la cerradura, con el fin de catar el vino, que, al parecer les gustaba mucho" (29). También en algunos lugares de la provincia existía la creencia de que las rachas de viento que entraban en las casas eran corros de brujas (30).