VAL DE SAN LORENZO: Si se trataba de motas en los ojos, hablaba de una...

Si se trataba de motas en los ojos, hablaba de una plegaria que terminaba así:

[…]
curáiselos a mi amante,
que los tiene petillosos (47).

Recuerdo que si alguien tenía hipo, lo que hacía la abuela era contar una historia que asustara al que lo padecía y enseguida se le quitaba.

También ha habido rezadores empleados en otras ocupaciones distintas a la salud. En el Valle de Fenar había mujeres que “echaban la oración a San Antonio” para recuperar objetos perdidos. Particularmente familiar me resulta esta costumbre, ya que mi tía Antonia –conocida en el pueblo como Toñica– solía rezar con frecuencia esta oración cuando algún familiar o vecino se encomendaba a ella después de haber perdido algo. También acostumbraba a “echar la oración a San Antonio” cuando alguien emprendía un viaje:

Si buscas milagros, mira:
muerte y error desterrados,
miseria y demonio huidos,
leprosos y enfermos sanos.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
El peligro se retira,
los pobres van remediados.
Cuéntenlo los socorridos,
díganlo los paduanos.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
Gloria al Padre,
gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo.
El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.
Ruega a Cristo por nosotros,
Antonio glorioso y santo,
para que dignos así
de sus promesas seamos. Así sea.
Oración: Haced, oh Señor, que la intercesión
de vuestro confesor y doctor, San Antonio, llene
de alegría a vuestra Iglesia, para que siempre
sea protegida con los auxilios espirituales y merezca
alcanzar los eternos goces. Por Jesucristo
Nuestro Señor. Así sea.

En Maragatería la presencia del lobo ha sido frecuente, sobre todo en las frías noches del invierno. Mis padres recuerdan que a un hombre, que se vio atacado por los lobos, se le quitó el habla y tardó en recuperarla. A un tío mío que iba en bicicleta desde Astorga a Val de San Lorenzo le salieron los lobos y lo rodearon; el remedio que utilizó para librarse de ellos consistió en hacer fuego con una mecha, con lo cual los lobos se asustaron y huyeron. También mi padre recuerda otros estragos que hacía el lobo en su pueblo siendo él un mozo: cuando este peligroso animal dañaba a las ovejas, había que matarlas, ya que curaban muy mal. Y en más de una ocasión los lobos atacaron a las caballerías: levantaban la pata para orinar sobre los caballos, y eso era señal de que estaban preparados para atacar y comer. Por eso no es de extrañar que en su pueblo, Lagunas de Somoza, se utilizara este conjuro a modo de romance para ahuyentar a tan temido animal:

A la una alumbra
más el sol que la luna.
Las dos son las dos tablillas
donde Moisés puso los pies
para subir a la ciudad santa
de Jerusalén.
Las tres son las tres Marías.
Las cuatro son los cuatro evangelios.
Las cinco son las cinco llagas
de Nuestro Señor Jesucristo.
Las seis son los seis cirios,
que alumbran de día a los vivos
y de noche a los ofrecidos.
Las siete son las siete palabras.
Las ocho son los ocho gozos.
Las nueve los nueve meses
que estuvo Jesucristo
en el vientre de la Virgen.
Las diez son los diez mandamientos.
Las once son las once mil vírgenes.
Las doce son los doce Apóstoles.

En una entrevista hecha para la radio (RNE) el 19 de noviembre de 1988 contaba mi abuela Dolores Fernández que, siendo ella pequeña, iban al pueblo tres hermanas mayores con un pastor; dos de ellas hilaban a la rueca y la otra hacía calcetín. Uno de aquellos crudos días de invierno dijo: "Tengo frío. Marcho pa’ la cama". Y una de las señoras la increpó diciendo: " ¡Dolorines! Fila, coño, que te cuento un cuento de brujas". Ante el temor que había a las brujas, Dolores respondió: "Ti Rosa, ya hilo, que no quiero el cuento".

Y sigue Dolores: "Hablando de brujas… No te podías mirar al espejo de noche porque te llevaba el diablo por el moño al rastro. Contaban que una mujer maragata se peinó de madrugada para estar preparada para la fiesta, y después en vez de acostarse quedó de bruces encima de la mesa para no deshacer el moño. Entonces durmió un poco y creyó que se había despeinado, fue y se miró al espejo, y cuando se miró dijo que era el diablo que la había cogido por el moño. Como se había despeinado pensó que había sido el diablo que la llevaba al rastro pa’l infierno. Le pidió entonces que por Dios la dejara, y el demonio le dijo: 'Te dejaré si me dices las trece verdades'. Y ella le dijo: 'Las trece verdades te las diré que bien las sé:

las trece verdades,
los doce apóstoles,
las once mil vírgenes,
los diez mandamientos,
los nueve meses,
los ocho gozos,
los siete dolores,
las seis candelicas,
las cinco llagas,
los cuatro evangelistas,
las tres virtudes,
las dos tablas de Moisés
donde puso Jesucristo los pies,
uno y trino por los siglos de los siglos. Amén'.

Y la dejó el diablo. Tenía que decir las trece verdades de mayor a menor. Al final la mujer se murió de vieja, pero el diablo no la llevó. Se dice que las dijo rápidas. Pero… no te miraras al espejo".

En El Bierzo, los conjuradores de las tormentas lograban con sus rezos partir la tormenta. En Bembibre existió uno de estos conjuradores, originario de Noceda. En la Válgoma era conocido el tío Roxo, quien, en caso de tormenta fuerte, se ponía en medio del corral con los palos de limpiar el horno en forma de cruz, y entonaba ciertos rezos (48).

También en Maragatería, junto al temor a las brujas y lobos, se ha temido a las tormentas. Por eso se decía esta expresión: “El que no teme a la tormenta, no teme a Dios”. Contra este peligro las mujeres solían encender un cirio –mi madre lo sigue haciendo aún hoy–, que previamente había estado encendido en la tarde y noche del Jueves Santo ante el Santísimo, y que servía de elemento protector. Para estas ocasiones se recitaba la siguiente oración a Santa Bárbara, abogada contra las tormentas:

Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita;
guarda pan y guarda vino
y a la gente en el camino.

Otras personas, como las de Lagunas de Somoza, rezaban esta oración con características de conjuro:

Válganos la Cruz del cielo,
la Altísima Majestad,
Santa Bárbara bendita,
la Santísima Trinidad.
Válganos Nuestro Señor
en la hora en que nació,
en la Hostia consagrada
y en la Cruz en que murió.

Traigo aquí otra plegaria contra las tormentas, recogida en El Vellón (Madrid), que, aunque no sea de León, es una versión similar a las empleadas en tierras leonesas contra el demonio y para ahuyentar a los lobos, como he apuntado anteriormente. Esto indica que se trata de una misma plegaria recitada con finalidades