En la comarca de Maragatería se cuenta que el tío Barrigas –anciano sin hijos y con la mujer enferma, a la que procuraba socorrer con caldos de gallina– un día, después de hacerle el caldo a su esposa, vio que la carne de gallina había desparecido. Esto se repitió varios días, hasta que una noche oyó un ruido misterioso dentro de la casa. Se puso al lado de la gatera, tapando el orificio con un saco y logrando, de esta manera, atrapar un gato negro. Lo estaba golpeando contra el suelo cuando desde dentro del saco salió un grito: " ¡No me golpees más, tío Barrigas, que no lo volveré a hacer nunca!". Se trataba de la tía Pardala, que era meiga y se dedicaba a hacer incursiones de noche por las casas del vecindario en forma de gato (31).
Según contaba mi abuela Dolores, en Val de San Lorenzo se creía que, si en una cocina entraba un gato y la dueña de la casa le pegaba para que se fuera, si éste no era de casa, al día siguiente quien había atizado al gato miraba a sus vecinas para ver si llevaban la señal. En el caso de que alguna de ellas se hubiera dado un golpe más o menos en el sitio que lo había recibido el gato, estaba claro que aquella persona era una bruja que se había vuelto gato para entrar en una casa y, a partir de ese momento, quedaba señalada como bruja. Dolores recuerda que, cuando era una niña, había una señora, la ti Juana, que vendía caramelos y dulces para niños en su casa, y que era tenida por bruja, "por lo que nadie quería ir, pero las niñas ricas del pueblo, que disponían de una perra para comprarse una barra de aquellas de caramelo, me dejaban comer un cacho si iba yo a comprarla, y claro que iba, pero sin osar meter la mano para coger un caramelo de los que estaban en la ventana, mientras bajaba de la planta alta la supuesta bruja, porque parecía que la bruja siempre te miraba, aunque no estuviera contigo" (32).
Por lo general la bruja es una mujer. El Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias (S. XVII) advierte que:
"Aunque hombres han dado y dan en este vicio y maldad, son más ordinarias las mugeres, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reynar; y es más ordinario tratar esta materia debaxo del nombre de bruxa que de bruxo" (33).
Esta categoría femenina de la bruja va asociada a otros dos aspectos también femeninos: la luna y la noche, constituyendo estas tres los vértices configuradores de un triángulo de terribles efectos nocivos de signo mágico. La bruja es la personificación del mal, de los cultos prohibidos, así como el sacerdote lo es del bien. Curiosamente, en ambos casos el sexo rechazado –masculino o femenino– no se reconoce sino como acólito, ayudante del ministro.
En algunos lugares de León se puede hablar de la existencia de brujos –ya he mencionado anteriormente la presencia del “meigo” en Val de San Lorenzo–, pero mayoritariamente son de segunda fila, ya que no cumplen otra función que la de ayudar a las brujas. César Morán narra el siguiente caso, ocurrido en Quintanilla del Monte: "Yendo una mujer al campo a llevar la comida a su marido, notaba que por el camino le tiraban de la saya para atrás, sin que hubiese por allí alma viviente. Al llegar, expuso el caso al marido, y observó que éste tenía entre los dientes hilos del color de la saya. Cayó entonces en la cuenta de que se había casado con un meigo" (34).
Otro caso es el del brujo de Seisón de la Vega, un curandero que trataba enfermedades como la ictericia, la histeria y las hemorroides con ciertas “hierbas de San Apapurcio”, machos o hembras según conviniese –eran machos si tenían un número par de bolitas, y hembras si el número era impar–, las metía en una pequeña bolsa y el paciente tenía que llevarlas en un bolsillo trasero, o bien cosidas a la ropa. A medida que se secaban las hierbas, iban desapareciendo las dolorosas hemorroides.
Aunque menos extendida, interesa también la creencia en ciertos diablos, que viven parásitos de las personas y actúan como si fuesen antiángeles de la guarda. Tal es el caso de los diablos o espíritus de las nubes, también llamados reñuberos, riñoberos o ñublaos, a los que generalmente se considera malignos. Para combatirlos en Rosales se emplea este conjuro:
Marcha, truena reñubera
a los montes Pirineos,
donde no hay pan ni paja,
no andes por estos careos.
En Los Argüellos, cuando alguien se enfada se dice que se pone como un reñubero, y llaman “cara de reñubero” a quien es feo.
En Maragatería se cree que caen de las nubes con las tormentas, adoptando forma humana para hacer mal de ojo. Existen numerosas leyendas que narran encuentros con estos personajes.
En Riolago de Babia son considerados como espíritus benéficos, aunque también están asociados a las tormentas. Se cree que las personas que son atentas con ellos obtienen en recompensa una buena cosecha.
En cambio en La Bañeza consideran que las tormentas son producidas por un cíclope, guardián de un tesoro, que cuando se enfurece sopla el viento originando las tormentas. La única forma de acabar con este cíclope es clavándole una astilla al rojo vivo en el ojo, acción que debe realizar un muchacho.
Otra atribución que se hace a los demonios es la de la esterilidad. Como ejemplo nos sirve esta costumbre de La Cabrera: en este pueblo la noche de bodas, en presencia de todos los parientes, la madre de la novia mojaba una espiga de trigo en una cazuela llena de agua bendita, rociando con ella a los recién casados, mientras rogaba:
¡Virgencita del Carmen,
que prenda, que prenda!
Mientras tanto el padre de la novia, para ahuyentar a los demonios, decía:
Bichos malinos,
fuera de aiquí,
que el agua bendita
va trai de ti (35).
Según contaba mi abuela Dolores, en Val de San Lorenzo se creía que, si en una cocina entraba un gato y la dueña de la casa le pegaba para que se fuera, si éste no era de casa, al día siguiente quien había atizado al gato miraba a sus vecinas para ver si llevaban la señal. En el caso de que alguna de ellas se hubiera dado un golpe más o menos en el sitio que lo había recibido el gato, estaba claro que aquella persona era una bruja que se había vuelto gato para entrar en una casa y, a partir de ese momento, quedaba señalada como bruja. Dolores recuerda que, cuando era una niña, había una señora, la ti Juana, que vendía caramelos y dulces para niños en su casa, y que era tenida por bruja, "por lo que nadie quería ir, pero las niñas ricas del pueblo, que disponían de una perra para comprarse una barra de aquellas de caramelo, me dejaban comer un cacho si iba yo a comprarla, y claro que iba, pero sin osar meter la mano para coger un caramelo de los que estaban en la ventana, mientras bajaba de la planta alta la supuesta bruja, porque parecía que la bruja siempre te miraba, aunque no estuviera contigo" (32).
Por lo general la bruja es una mujer. El Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias (S. XVII) advierte que:
"Aunque hombres han dado y dan en este vicio y maldad, son más ordinarias las mugeres, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reynar; y es más ordinario tratar esta materia debaxo del nombre de bruxa que de bruxo" (33).
Esta categoría femenina de la bruja va asociada a otros dos aspectos también femeninos: la luna y la noche, constituyendo estas tres los vértices configuradores de un triángulo de terribles efectos nocivos de signo mágico. La bruja es la personificación del mal, de los cultos prohibidos, así como el sacerdote lo es del bien. Curiosamente, en ambos casos el sexo rechazado –masculino o femenino– no se reconoce sino como acólito, ayudante del ministro.
En algunos lugares de León se puede hablar de la existencia de brujos –ya he mencionado anteriormente la presencia del “meigo” en Val de San Lorenzo–, pero mayoritariamente son de segunda fila, ya que no cumplen otra función que la de ayudar a las brujas. César Morán narra el siguiente caso, ocurrido en Quintanilla del Monte: "Yendo una mujer al campo a llevar la comida a su marido, notaba que por el camino le tiraban de la saya para atrás, sin que hubiese por allí alma viviente. Al llegar, expuso el caso al marido, y observó que éste tenía entre los dientes hilos del color de la saya. Cayó entonces en la cuenta de que se había casado con un meigo" (34).
Otro caso es el del brujo de Seisón de la Vega, un curandero que trataba enfermedades como la ictericia, la histeria y las hemorroides con ciertas “hierbas de San Apapurcio”, machos o hembras según conviniese –eran machos si tenían un número par de bolitas, y hembras si el número era impar–, las metía en una pequeña bolsa y el paciente tenía que llevarlas en un bolsillo trasero, o bien cosidas a la ropa. A medida que se secaban las hierbas, iban desapareciendo las dolorosas hemorroides.
Aunque menos extendida, interesa también la creencia en ciertos diablos, que viven parásitos de las personas y actúan como si fuesen antiángeles de la guarda. Tal es el caso de los diablos o espíritus de las nubes, también llamados reñuberos, riñoberos o ñublaos, a los que generalmente se considera malignos. Para combatirlos en Rosales se emplea este conjuro:
Marcha, truena reñubera
a los montes Pirineos,
donde no hay pan ni paja,
no andes por estos careos.
En Los Argüellos, cuando alguien se enfada se dice que se pone como un reñubero, y llaman “cara de reñubero” a quien es feo.
En Maragatería se cree que caen de las nubes con las tormentas, adoptando forma humana para hacer mal de ojo. Existen numerosas leyendas que narran encuentros con estos personajes.
En Riolago de Babia son considerados como espíritus benéficos, aunque también están asociados a las tormentas. Se cree que las personas que son atentas con ellos obtienen en recompensa una buena cosecha.
En cambio en La Bañeza consideran que las tormentas son producidas por un cíclope, guardián de un tesoro, que cuando se enfurece sopla el viento originando las tormentas. La única forma de acabar con este cíclope es clavándole una astilla al rojo vivo en el ojo, acción que debe realizar un muchacho.
Otra atribución que se hace a los demonios es la de la esterilidad. Como ejemplo nos sirve esta costumbre de La Cabrera: en este pueblo la noche de bodas, en presencia de todos los parientes, la madre de la novia mojaba una espiga de trigo en una cazuela llena de agua bendita, rociando con ella a los recién casados, mientras rogaba:
¡Virgencita del Carmen,
que prenda, que prenda!
Mientras tanto el padre de la novia, para ahuyentar a los demonios, decía:
Bichos malinos,
fuera de aiquí,
que el agua bendita
va trai de ti (35).
Hola, eres el nieto de la maravilosa panderetera dolores?