Pongamos que hay un lugar en el que finalizan los
caminos de asfalto, y debe continuarse a pié, por
senderos ascendentes desde las estribaciones de un
monte mágiCo llamado "cueto", a través de verdosos parajes entre acogedores avellanos, florecidas urces gencianas o arándanos, y algo cegados por el llameante amarillo de escobas o piornos que inundan laderas, siempre al amparo generos de inmensos "bidulares" que exhiben orgullosos su condición de reserva de la biosfera. Pongamos que el
camino aparece
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