Siempre en la perspectiva, la Aguilera, - pico de
sierra, de aridez y
cielo, - donde alzara mi brazo jovenzuelo, - blanco pañuelo a modo de
bandera.
Una
señal que al bajo iba ligera, - tenía la señal de otro pañuelo, como blanca paloma que, del suelo, - se lanzara a volar: la sementera
que en
las eras, al sol, turno esperaba, - tenía una atracción más que elocuente - para mí, que de arriba contemplaba.
Porque entre aquella laboriosa gente, - carne de rosa y alma adolescente, - estaba la chiquilla que adoraba.