EL CUENTO DE JUAN “EL TONTO”
Juan no era tonto. Simplemente era una persona que no tenía tanta malicia como sus convecinos, que siempre le estaban gastando bromas muy pesadas y él, como era de natural tranquilo las soportaba con resignación, pese a que su mujer le decía siempre: “Juan, eres como un niño, no se dónde vamos a llegar… Todos tus vecinos, hasta los que consideras amigos, te engañan, se mofan de ti. Cualquier día nos vamos a quedar sin nada. ¡Espabilate! Que hay que dar de comer a estos cuatro hijos que tenemos y que el día de mañana tengan mejor porvenir que nosotros.
Juan y su mujer, Maria; tenían muy pocos bienes de fortuna: una vieja casa con corral y un pajar, un tendejón en el que tenían una vieja vaca que, apenas si daba la leche suficiente para el sustento de los pequeñuelos.
María trabajaba día y noche. Cuidaba la casa, barría, fregaba, preparaba las comidas, cosía y arreglaba la ropa y aún le quedaba tiempo para realizar algunas labores en la casa de un acomodado labrador, por lo que recibía una pequeña paga que venía muy bien para poder poner algo más de carne al cocido diario.
Juan por su parte, se empleaba cuando podía y había suerte, en labores de todo tipo: El campo, cantero, pastor, etc... Sus tierras eran muy pocas y de mala calidad. Apenas tres tierras de monte y dos campares que daban lo justo para dar de comer a la vaca y cebar un cerdo pequeño. Así iban subsistiendo, con más pena que gloria.
Juan era muy trabajador, pero le podía esa especie de simpleza que tenía. Todo se lo creía y, a menudo, era objeto de burlas y escarnios.
Continuara.......
Juan no era tonto. Simplemente era una persona que no tenía tanta malicia como sus convecinos, que siempre le estaban gastando bromas muy pesadas y él, como era de natural tranquilo las soportaba con resignación, pese a que su mujer le decía siempre: “Juan, eres como un niño, no se dónde vamos a llegar… Todos tus vecinos, hasta los que consideras amigos, te engañan, se mofan de ti. Cualquier día nos vamos a quedar sin nada. ¡Espabilate! Que hay que dar de comer a estos cuatro hijos que tenemos y que el día de mañana tengan mejor porvenir que nosotros.
Juan y su mujer, Maria; tenían muy pocos bienes de fortuna: una vieja casa con corral y un pajar, un tendejón en el que tenían una vieja vaca que, apenas si daba la leche suficiente para el sustento de los pequeñuelos.
María trabajaba día y noche. Cuidaba la casa, barría, fregaba, preparaba las comidas, cosía y arreglaba la ropa y aún le quedaba tiempo para realizar algunas labores en la casa de un acomodado labrador, por lo que recibía una pequeña paga que venía muy bien para poder poner algo más de carne al cocido diario.
Juan por su parte, se empleaba cuando podía y había suerte, en labores de todo tipo: El campo, cantero, pastor, etc... Sus tierras eran muy pocas y de mala calidad. Apenas tres tierras de monte y dos campares que daban lo justo para dar de comer a la vaca y cebar un cerdo pequeño. Así iban subsistiendo, con más pena que gloria.
Juan era muy trabajador, pero le podía esa especie de simpleza que tenía. Todo se lo creía y, a menudo, era objeto de burlas y escarnios.
Continuara.......
