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VILLACEID: Un día, estando en la cantina un grupo de cuatro amigotes...

Un día, estando en la cantina un grupo de cuatro amigotes decidieron gastarle a Juan una broma pesada. Los ánimos estaban caldeados por el vino y, uno de los allí presentes que había trasegado más vino de la cuenta dijo:”debe ser una muy sonada, vamos a matarle la vaca. A ver que cara de imbécil se le queda.”
Después de discutir durante un buen rato sobre la conveniencia o no de llevar a cabo tan vil acción, el valentón artífice de semejante idea se encargó de ejecutarla. Salió de la cantina y se fue a la cuadra de Juan, donde reposaba tranquilamente la vaca, un saco de huesos y pellejo, a base de ayunos, penurias y ordeños. “hoy vas a comer por todo el año” pensó el malhechor llevándose a la res y metiéndola en una finca de buena alfalfa que había por allí cerca. El animal se despachó a sus anchas y, como todo el mundo sabe, la ingesta de alfalfa verde en grandes cantidades es perjudicial para el ganado vacuno, la vaca se enteló y, a la mañana siguiente la encontró su dueño muerta en el prado, después de martirizarse la sesera sobre cómo el animal se había salido del establo.
“Ya no tiene solución”, le dijo Juan a su mujer,” voy a vender la carne al carnicero y mañana saldré para la ciudad a vender la piel en la fábrica de curtidos…. algo sacaremos, hay que seguir adelante”, así lo hizo. Muy de madrugada, con la piel enrollada al hombro caminaba Juan muy pensativo hacia la ciudad, cuando un vistoso pájaro se poso sobre el tierno pellejo picoteándolo.
Con un movimiento certero atrapo Juan al ave y metiéndola en una bolsa de red que llevaba continuo camino sumido en pensamientos sobre su triste suerte.
Vendió la piel a bastante buen precio. Aquel año estaban bien pagadas y se metió en un bar a tomar un trago y un bocado. Estaba muy cansado y rápidamente despachó el pequeño refrigerio. Después se puso a juguetear con el vistoso pájaro capturado ¡que hermoso era!
De repente, alguien le posó la mano en el hombro. “Perdone que le moleste, mi nombre es Alberto y soy ornitólogo. Ese pájaro que lleva Vd. ¿dónde lo ha encontrado? Se trata de un raro colibrí originario de la isla de Cuba y aquí, en esta ciudad que yo sepa sólo había uno que hasta hace unos días tenía la rica viuda indiana Señora Doña Mercedes del Barón, pero hace días que se escapó mientras una de sus criadas aseaba su jaula”.
El pobre Juan le contó su viaje y, de paso, sus penas, finalizando lo cual accedió a acompañar a aquel señor a casa de la viuda, porque con total seguridad el ave era el desaparecido a tan rica dama.
Así fue, en efecto, Doña Mercedes reconoció al animal y gratificó muy generosamente a Juan que regresó a su pueblo con nueve mil reales (precio de siete vacas en aquella época).
Ya no regresó andando, tomó el coche de línea y así arrellanado en el asiento y pensando… pensando llegó a la conclusión de que la muerte de la vaca había sido mofa y chanza de sus convecinos “ ¡A estos ya les arreglare!” pensó y, llegando a casa guardó muy bien el dinero, no todo, dejó el equivalente a lo que valía una buena vaca. Con esto fue al bar y allí encontró a los burlones. Muy serio les dijo:”Matar, me habéis matado la vaca, pero mirad lo que me han dado por la piel”.
La envidia, que es uno de los peores males que existen en el mundo, hizo mella en los vecinos de Juan y maquinaron inmediatamente hacerse inmensamente ricos. Uno mató dos vacas, otro tres y los dos restantes las cuatro que poseían cada uno. Con toda la mercadería fueron a la ciudad para su venta.
Pero en este viaje no hubo ningún pájaro exótico que se posara sobre la piel y, para colmo el precio del cuero había bajado. Rabia, odio y desesperación era lo que se trajeron de regreso a casa los cuatro rufianes.
“ ¡Vamos a quemarle el pajar y la cuadra! ¡Como nos ha embromado! ¡Se va a enterar!....”
Y como lo pensaron lo hicieron. El pajar y la cuadra de nuestro buen hombre quedo reducido a cenizas, carbones y escombros. Juan con su paciencia característica recogió los carbones de leña de roble y encina de las vigas y se dedico a la venta de los mismos por todas las sastrerías y modistas de la ciudad. Entonces no había planchas eléctricas y el carbón vegetal era muy bueno para las planchas de dichos artesanos. Cuando sólo le quedaba un saco por vender se dirigió a una posada para reponer fuerzas. El mesonero era una persona muy curiosa y le preguntó acerca del contenido del saco, a lo que Juan respondió muy astutamente que estaba lleno de oro y por ello le pedía que le facilitara un cuarto seguro para guardarlo mientras comía y descansaba después unas horas.
Accedió a ello el ventero y entonces nuestro buen hombre le hizo una seria advertencia:”Este saco de monedas de oro es mágico, si alguien que no sea yo, lo abre sus oros se volverán carbones. Tienes que jurarme que no lo abrirás, sino será mi ruina”. Así se lo prometió el posadero, pero su mujer que era muy curiosa y codiciosa, convenció al marido para que rompieran la promesa y hacerse con parte del oro.
“No va a pasar nada, si le quitamos unas monedas ni se dará cuenta…..”
Total que convenció a su marido y ambos picados por la curiosidad y avaricia, abrieron el saco y comprobaron con espanto que lo que debía ser oro se había tornado negro carbón.
Después de una buena trifulca matrimonial acordaron rellenar un tercio del saco con monedas de cobre, dos tercios con monedas de plata, y el restante con monedas de oro. Una fortuna que dejó temblando la fortuna que con tesón y avaricia habían amasado los mesoneros.
Después de haber descansado, pagó Juan al posadero lo estipulado y antes de marcharse quiso comprobar la fidelidad del dueño del hospedaje. Soltó el saco y, al ver aquello, tuvo que hacer un gran esfuerzo para disimular el asombro y sorpresa que experimentó. Muy bien ventero gracias por tu ayuda y dándole diez o doce monedas se marchó dejando, dentro de lo que cabe, contentos a sus anfitriones porque no les había hecho un registro a fondo del tesoro confiado a su custodia.
“ ¡Mirad! Malos amigos”, les dijo Juan a los de su pueblo una vez de regreso a casa, “me habéis quemado parte de la casa pero he aquí el producto de la venta del carbón”.
“ ¡Esto es increíble!” dijeron aquellos rufianes y, pasada una semana ya habían quemado la casi totalidad de sus edificaciones con la idea de hacerse tan ricos como su odiado vecino.
Pero nuevamente ¡fracaso total! Apenas sacaron doce duros cada uno de las atrocidades cometidas. ¡Qué mala es la envidia!
Regresaron al pueblo llenos de rencor y malas intenciones; decidieron acabar con la vida de quien, a su modo de ver, había arruinado sus vidas y hacienda.
Una noche se presentaron a su casa y después de sacarle de ella con falsos halagos y buenas palabras le golpearon fuertemente en la cabeza y en estado inconsciente lo llevaron, metido en un saco, al puente que sobre un caudaloso río había y desde allí lo arrojaron a un profundo remanso, marchándose a continuación a casa tan oreados y contentos. Lo que no sabían aquellos malvados era que toda la escena del puente fue presenciada por dos pescadores furtivos, que, en cuanto se vieron solos se arrojaron al río sacaron a un Juan semiahogado que, una vez recuperado, les rogó que le acompañaran a su casa, donde recompensándoles con largueza, les pidió que guardaran el más absoluto secreto sobre lo acaecido.
En breve continuará la tercera y última parte